Simon Levy

El avión, de problema a solución

El avión presidencial de la opulencia puede tener una ruta con ganancias al Estado como ambulancia para servicios humanitarios a gobiernos del mundo.

La caminata diaria comenzaba en Guadalupe Victoria, afuera de su casa alrededor de las siete de la mañana. Cruzaba Federico del Toro y Colón.

Cuando pasaba por Vigía —la calle donde se escuchaba más fuerte el ladrido de los perros—, se lo encontraba deambulando con las manos tras su espalda. Ambos, se iban conversando hasta Prolongación Pedro Moreno González.

Ya de camino al trabajo, todos los días se detenía en el mismo lugar para mirar al cielo, frente al Sagrario. Después iba a supervisar la marcha de la Mueblería Nupcial que manejaba mi tío León y de ahí, caminaba a su tienda de ropa, La Fama, ubicada en Portal Iturbide y Reforma.

Ahí, se abarrotaban muchos proveedores de tela y gente que salía de la Canadá comprando zapatos, quienes luego se cruzaban al famoso puesto de la Güera para comer tostadas de chile de uña y sopa de pan.

En el trayecto compraba dulces de leche, palanquetas de nuez, muéganos y a veces, ponche de Granada para repartir en el pueblo.

Ese día, antes de despedirse, se tomaron un pajarete al llegar a la calle Moreno González. Ahí, en esa ala urbana llena de silencio de Ciudad Guzmán, Juan José Arreola —quién era su vecino— le entregó un tesoro, que guardado en su caja fuerte habría de terminar en mis manos. El papel decía así:

"Armisticio: Nos veremos las caras en la tierra de nadie, allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: se alquila paraíso en ruinas".

Encontré la frase escrita en una hoja maltratada dentro de un viejo libro, e inmediatamente recordé esta anécdota que mi abuelo me había contado. Inevitablemente llegó a mi mente el avión presidencial.

El avión, símbolo de opulencia y corrupción, no puede terminar siendo un paraíso que se alquila en ruinas, debe convertirse en el activo de la innovación financiera para crear rutas de logística de cadenas de valor. Debe convertirse en un servicio de ambulancia internacional de ayuda humanitaria que le permita generar ingresos al Estado, pagar así su mantenimiento y no dejarlo estacionado exponenciando sus costos.

El avión puede servir para demostrar una nueva forma de cooperación público-privada, ya no de sumisión sino de creación de valor.

La propuesta, para generar riqueza pública del símbolo de la opulencia, consiste en que el Estado aporte el uso y usufructo para diferentes rutas de distribución a empresas logísticas, de mensajería e incluso de distribución de medicinas a una o más compañías privadas que administren y operen las rutas.

Además, el avión presidencial de la opulencia puede tener una ruta con ganancias al Estado como ambulancia para servicios humanitarios a gobiernos del mundo. Entonces, el avión, puede volverse timbre de orgullo y dejar así de ser problema crónico sin solución. Se transforma en símbolo de promoción de México.

El avión presidencial es casi imposible venderlo, con todo y sus costos de mantenimiento; su arrendamiento financiero es un grillete. Entonces, una buena idea de no usar el avión presidencial requiere de una mejor implementación. De lo contrario un problema menor se vuelve problema crónico. El diagnóstico de la opulencia requiere de técnica y método para convertirlo en solución.

Con varias rutas diseñadas de distribución nacional e internacional, administradas por un particular, el avión tendrá primero ingresos para cubrir sus costos de mantenimiento y luego obtener mayores ingresos públicos.

Las palabras de Arreola, cobran vida: Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar, transformemos el "se alquila paraíso en ruinas".

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