Simon Levy

Los científicos que gobernarán a México

En no más de dos sexenios, la ciencia y la tecnología serán el motor de las grandes decisiones de nuestro país.

A medida que muchas de las economías desarrolladas entran en procesos de desindustrialización, han perdido la brújula de cómo construir crecimiento económico, pero sobre todo desarrollo humano.

El objetivo de la globalización de inicios de la década de los 90 fue centrarse en la reducción de costos para maximizar ganancias olvidándose de todo aquello que significara crear riqueza, valor y productividad.

De esta forma los países asiáticos —y particularmente China— que vendían mano de obra barata como una ventaja competitiva, comprendieron la necesidad de invertir en el recurso más importante para generar crecimiento económico de largo plazo: la competitividad de sus recursos humanos.

Así, la pobreza saltó de ser un problema estructural a una oportunidad estratégica. A la llegada de inversiones cuantiosas a China, llegó algo mucho más trascendente, bancos de conocimiento, tecnología aplicada que permitió aprender, replicar y evolucionar procesos industriales que permitieron que quienes eran obreros empleados hace 20 años pudieran volverse ingenieros emprendedores.

Más aún, el centro de gravedad de la migración de talento, lo que llevó a Estados Unidos a su potencial crecimiento económico, fue replicado en Singapur, India, Corea del Sur e Israel. Entonces se entendió que la ciencia y la producción de investigación aplicada generaría saltos exponenciales de movilidad social y desarrollo gracias a los incentivos creados para modificar realidades sociales.

En la década de los 70 y 80 eran los países con mano de obra barata; en los noventas quienes lograban comercializar sus materias primas, pero paulatinamente a medida que las economías pasaron de depender de manufacturas a la mentefactura, hoy en el siglo XXI, son los países que transforman la ciencia en industria y la investigación en tecnología aplicada los que crean productividad y por ende crecimiento económico. Ya no se trata de reducir costos sino de crear valor.

La política mexicana ha tomado a la ciencia como un bien hospedado en los discursos pero vilipendiado en la realidad y en la práctica. México ha caído en una espiral descendiente crónica de crecimiento y una línea ascendente de endeudamiento: hay ficción, no productividad.

El reto —a diferencia de la tecnocracia— es lograr enfrentar a la desigualdad con competitividad, ciencia y tecnología incluyente, alcanzando a los sectores de la población más necesitados y no sólo los más privilegiados.

Por ello, en no más de dos sexenios, la ciencia y la tecnología serán el motor de las grandes decisiones de nuestro país. Por ello, apunten estos nombres a su lista de quienes —sin sesgo en el muestreo— sino por su grado de elasticidad a la capacidad de contribuir al nuevo desarrollo de México, serán —si todo permanece constante— algunos de los que tomarán las decisiones del México que crecerá con calidad pero sobre todo con desarrollo humano.

Rafael Prieto Curiel, quizás el mexicano mejor preparado en entender el urbanismo relacionado con los efectos económicos que provoca. Ahora realiza un postdoctorado en el Instituto de Matemáticas de la Universidad de Oxford y colabora en la organización colectiva Punto decimal.

Ana Sofia Varela Gasque, será una de las grandes mexicanas que revolucionará la sostenibilidad. Ella, logró transformar el dióxido de carbono en energía renovable.

Iraís Bautista Guzman, es una de las grandes físicas mexicanas orgullosamente egresa de la UNAM que ha revolucionado la investigación que realizó sobre el quark-gluon plasma.

Eduard de la Cruz, tabasqueño, que logró hacer descubrimientos importantes en la forma como se estructuran las partículas elementales de la materia e impulsa a decenas de estudiantes mexicanos.

Xóchitl Cruz López, ganó a los ocho años el premio del Instituto de Ciencia Nuclear cuando construyó su propio calentador de agua.

México tiene una legión de investigadores e innovadores que en silencio están luchando contra todo pronóstico para sobresalir en un país que los ha sentenciado a subsistir, pero en un mundo de automóviles que se manejan solos; de inteligencia artificial donde las máquinas ya no procesan datos sino crean conocimiento, la revolución existencial y moral del México de hoy como de ayer, está en dejar de ser la fábrica de pobreza crónica que no termina en convertirse en la potencial fábrica de innovación que el mundo y este siglo le han concedido.

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