Simon Levy

Parada en Copilco

La nueva economía ya no depende del tamaño de una empresa, sino de moverse en la era digital. Lo importante para el vigilante y el puesto de tortas y jugos es romper el miedo de lo desconocido.

El humeante olor de los neumáticos ya se percibía desde el túnel en el que detrás de la oscuridad aparecía como bólido el conjunto de vagones naranja del Metro de la Ciudad de México.

Mientras se detenía el vagón de turno para abordar, con una mano cargaba los libros "Introducción al Estudio del Derecho" de Eduardo García Maynez; el de chino mandarín de Editorial Estrella; "La ruptura" de Luis Javier Garrido Platas y con la otra, intentaba acomodarme la corbata y el saco para disimular mi camisa empapada de sudor por el calor concentrado.

En Tacubaya, el trayecto se acompañaba de quienes tocaban la armónica o guitarristas que interpretaban canciones de Los Beatles paseándose por los vagones; los vendedores ambulantes de libros eran también, compañeros de clase de la Facultad, quienes coincidíamos en el trayecto que iba desde Patriotismo, Chilpancingo a Centro Médico y luego conectábamos con la línea verde rumbo a Universidad.

Hacía dos semanas, el 6 de febrero para ser precisos, la Policía Federal Preventiva había entrado por la fuerza a Ciudad Universitaria. Cuando la normalidad se apoderó de la salida del Metro Copilco, las tareas de base datos SQL afuera de la panadería Santo Domingo parecían parte ya, de una anécdota lejana.

La avenida Miguel Ángel de Quevedo comenzaba a tener mucho movimiento a esas horas de la mañana por lo que siempre al bordear la glorieta para cruzar al punto de reunión con mis compañeros de clase, me encontraba siempre con el mismo personaje que no le gustaba que lo viéramos cuando recibía algunas monedas por su trabajo adicional de cuidacoches.

• ¿Esperas a alguien? Me dijo en su calidad de vigilante de la panadería.

• Sí señor, a mis compañeros porque tenemos clases extramuros. Pierda cuidado que no vamos a decir a nadie que usted cuida coches. Le reviré.

• Oye ¿y qué se necesita para manejar esa computadora? ¿Necesito saber matemáticas? Me terminó de preguntar para intentar romper la tensión entre nosotros.

Nunca olvidaré, esa pregunta clavada en mi memoria, siempre unida a los días de la huelga universitaria en que nos reuníamos todos, algunos en Parque Hundido y otros, afuera de esa panadería donde también aprovechaba para estudiar a desarrollar software, mientras llegaba el profesor Alfonso Nava Negrete para explicarnos la tan esperada teoría del acto administrativo.

Pasaron los días y el puesto de tortas y jugos enclavado al inicio del Paseo de las Facultades empezaba a recobrar su pulso y con él, la sordidez del paso peatonal, desaparecía día a día recobrando toda su pintoresca normalidad.

Parece que esos días de febrero del año 2000, en que la huelga universitaria nos enseñó el significado de la resiliencia, son apenas un instante, a pesar de haber pasado ya, 20 años.

Si ayer fue una huelga y hoy una pandemia, la pregunta del vigilante de la panadería de Santo Domingo, persiste para muchos. Hoy miles de universitarios estudian y trabajan vía remota desde casa. Comprender y ser parte de la alfabetización digital −como aprender cualquier idioma− es posible y no es imperativo ser matemático para aprender a programar software y reinventarse.

La tecnología ha ido colonizando nuestro modo de vida: El viejo puesto de tortas y jugos hoy subsiste porque vende por WhatsApp, cobra y entrega por Rappi o Ubereats. Una de las consecuencias más importantes del Covid-19 ha sido la digitalización forzada de las Pymes. Si convertimos esa necesidad en oportunidad, no solo lograremos supervivencia sino la misma resiliencia con la que miles de estudiantes nos sobrepusimos a una huelga.

El vigilante de la panadería, con su pregunta, y el puesto de tortas y jugos en plena huelga universitaria, me impulsaron a crear hoy una visión de futuro donde como ellos, no será difícil ver a diseñadores mexicanos exportando sus creaciones de joyería en Asia, o a artesanos de México vendiendo directamente sus productos sin intermediarios en el mundo, uniéndose con economías de escala. No será difícil tampoco, ver a un adulto mayor programando o a un jubilado emprendiendo: es formalidad y modernidad con inclusión.

La nueva economía ya no depende del tamaño de una empresa, sino de moverse en la era digital. Lo importante para el vigilante y el puesto de tortas y jugos es romper el miedo de lo desconocido. Si logramos transformar la visión que la inclusión tecnológica es un derecho y no un negocio, que la meritocracia existe con piso parejo, entraremos a la sociedad del conocimiento y la puerta de acceso no será un privilegio, y será en cambio, la autopista al desarrollo de nuestro país para las mayorías.

La parada en Copilco, hace 20 años como hoy, me lo ha confirmado.

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