Por Víctor Manuel Pérez Valera
Ha regresado, con gran éxito la obra de teatro El corazón de la materia, bajo la hábil dirección de Luis de Tavira. Se trata de una obra fuera de serie, en la que se hace un esbozo del pensamiento del sabio jesuita Pierre Teilhard de Chardin. En esta obra se subraya la actualidad de la cosmovisión de Teilhard: el amor a la tierra y a la naturaleza de nuestros pueblos originarios, así como una posible solución para superar la violencia que nos agobia.
En 1881 moría Fiódor Dostoyevski que había escrito: "¿quién es el ingenuo que dijo que el hombre está hecho para la felicidad?" Ese mismo año nació ese "ingenuo" P. Teilhard de Chardin, al que no le convencían las concepciones románticas, melancólicas, o fatalistas del ser humano.
Ya como jesuita, fue llamado a las armas y colaboró valientemente en la atención de los heridos durante la Primera Guerra Mundial. Su gran valor al borde de las trincheras le merecieron los nombramientos de Caballero y Gran Oficial de la Legión de Honor.
Apasionado por el origen del hombre, obtuvo el doctorado en la Sorbona con la tesis sobre los Mamíferos del Eoceno inferior, y en 1931, siendo el jefe de las excavaciones se descubrió el Sinanthropus Pekinensis.
De Teilhard se han publicado 24 volúmenes, en los sostiene una evolución de tipo convergente. Pretende trazar los ejes principales de todo el universo: para tratar de comprender el cosmos es necesario captar su historia, pero no con una concepción estática, sino dinámica. Superando a Darwin, Teilhard hace la evolución extensiva a todo el universo: a la materia, a los vivientes, al hombre y a la sociedad. Vivimos en un universo de gigantescas dimensiones, que se construye armónicamente, como un conjunto coherente, que se encamina a su perfeccionamiento. El hombre no puede separarse de la marcha ascensional del cosmos: la geosfera, la biosfera y la noosfera. Analógicamente la inteligencia humana preexiste en las atracciones intermoleculares e interatómicas, en el tropismo de las plantas y en el instinto de los animales.
Para nuestro autor, la ley de complejidad-conciencia es intrínseca a toda evolución y puede extrapolarse hacia el futuro. Por el hombre pasa el eje de la evolución: esta fuerza íntima de la naturaleza aún no ha terminado: estrechamente emparentado con la materia, el hombre, lo mismo que la animalidad, las trasciende por su reflexión y libertad. Él es portador del porvenir, prosigue su ascensión al cultivar su actividad espiritual; somete todas las fuerzas y energías y las encausa al servicio de su sed de progreso, no bajo la influencia de presiones externas, totalitarismos, ni de pasiones internas, egoísmo, sino mediante la comunión pacífica, el amor: "l'amor che move il sole e l'altre stelle. (Dante Alighieri). El hombre no perecerá por falta de energéticos, sino por falta de amor.
En este sentido Teilhard escribió: "el amor es la más universal, la más formidable y la más misteriosa de las energías cósmicas…él es una reserva sagrada de energía y como la sangre misma de la evolución espiritual…cuando aprendamos a utilizar las energías del amor, por segunda vez la humanidad habrá descubierto el fuego".
El hombre tropieza con la muerte, pero para Teihard ella tiene un doble rostro: destrucción y transformación, ruptura y plenitud; nos vacía de nuestro yo, para poder ascender hacia el punto Omega (el Ser Trascendente), fin y culmen de la evolución… Asimismo "la religión y la evolución son dos cosas que no deben confundirse ni separarse… el cristianismo no vierte el opio de una pasividad extenuante, sino la lúcida embriaguez de una realidad magnífica… a pesar de algunas torpezas inevitables, el Cristianismo sigue tratando de hacernos, no inhumanos, sino sobrehumanos".