Los indicadores tradicionales que marcan el inicio y el desarrollo de la vida adulta –la vida laboral, vivir en pareja, tener hijos– han dejado de ser una aspiración para muchos y además nunca han sido reflejo de la realidad interna; de cómo funcionan nuestras emociones en el inconsciente, a veces igual que los niños que una vez fuimos.
Algunas conductas infantiles clásicas de la vida adulta: Volverse mudo y minúsculo frente a figuras de autoridad y sentir que expresarse frente a ellos, contradecirlos o contrariarlos es imposible. También sentir vergüenza relacionada con la sexualidad. Asociarla a algo prohibido, sucio o reprobable. Sentirse vigilado por los padres como si aún fueran adolescente, es causa de inhibición para algunos adultos. Gritar, azotar puertas, insultar, para expresar enojo, en lugar de utilizar palabras para explicar lo que nos molesta.
No alcanzamos a ver que el pequeño mundo en el que crecimos no es representativo del funcionamiento del mundo en general, que nos pide cosas distintas a lo que nos pedían en casa. Las etiquetas infantiles pueden seguir determinando la identidad: el callado, la rebelde, la víctima, el fuerte, el consentido, el solitario, la oveja negra.
A veces pasa mucho tiempo antes de ser capaces de liberarnos de esas identidades asignadas pero no elegidas.
Cuando nos importa excesivamente la opinión de los demás, es posible que estemos proyectando en los otros el miedo a no satisfacer las expectativas paternas, incluso de padres y madres que ya están muertos.
Ser emocionalmente adulto significa tener un repertorio amplio de conductas para enfrentar los problemas. La autoridad puede equivocarse y ser cuestionada. El sexo no es un mal necesario ni algo desagradable ni dañino, como quizás nos enseñaron en la infancia. Es posible hablar con calma cuando nos sentimos lastimados y aumentar así la probabilidad de que nos escuchen. Convertirse en un adulto emocional empieza cuando aceptamos que a veces reaccionamos como niños de 9 años.
Los adultos aceptan las consecuencias de sus actos sin esperar que nadie los proteja de ellas. Tomar decisiones independientes es el camino para formar la identidad: a qué dedicarse, con quién y dónde vivir, tener una relación o vivir solo, separarse o seguir en pareja. Quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el mundo es responsabilidad personal e intransferible.
Los niños buscan culpables. Los adultos resuelven problemas. Los niños mienten para evitar problemas. Los adultos deberían decir la verdad. Los niños quieren ser el centro de atención. Los adultos saben que son solo una parte del todo. Los niños niegan y atacan. Los adultos enfrentan y tienen la capacidad de reconocer que se han equivocado. Solo es posible aspirar a ser un adulto en lo individual, abandonando la idea de querer cambiar a los demás.