El 9 de mayo de 2014 comencé a colaborar en este diario con la columna Todos estamos locos y en este miércoles 6 de marzo de 2019, casi cinco años después, me despido del espacio que Enrique Quintana me ofreció generosamente en aquel entonces, convencido de que todos los grandes periódicos del mundo tienen una sección o por lo menos algunas columnas de salud mental. Siempre agradeceré su confianza en mi trabajo. 250 columnas después ha llegado el momento de dejar de colaborar para El Financiero, por razones que el periódico describe como problemas de índole financiera, que afectan en este momento a muchos medios impresos y digitales de información.
Durante casi cinco años abordé en mis columnas los temas que dentro de mi consultorio parecían importar y doler más: la soledad, con sus bondades y sus retos; los fantasmas del pasado que nos aterran a todos, porque simbolizan nuestros miedos a repetir en nuestra vida adulta lo que de niños nos lastimó; las rupturas amorosas, la separación y el divorcio, nuevas perspectivas para entender la infidelidad amorosa y sexual, y muchos otros temas relacionados con el amor de pareja, que sigue obsesionando a muchos creyendo que en él encontrarán la realización, la compañía, la aceptación incondicional y la reparación de todas las heridas; escribí muchas columnas sobre el cambio, intentando dejar claro que transformarnos en las personas que queremos ser es un proceso doloroso y lento, que requiere valentía y paciencia. Siempre intenté, espero que con éxito, alejarme de la idea de la autoayuda como una lista de consejos y dogmas a seguir, y la intención de que la columna fuera un lugar de reflexión inspiró mi trabajo.
Hombres y mujeres, estereotipos de género, feminismos, trauma, narcisismo, el lastre de la preocupación y muchísimos otros asuntos. Siempre hubo y habrá algo que agregar, un nuevo ángulo para abordar la comprensión de las personas. Creo que la columna tuvo el doble valor de mi experiencia clínica y del compromiso permanente de estar actualizada en el plano teórico. Hoy que repaso estas 250 columnas antes de despedirme, veo un largo camino de aprendizaje que espero haya sido útil para quienes fielmente me leyeron durante este tiempo. Recibí mails cariñosos agradeciendo mi trabajo, algunas críticas feroces y hasta la confesión de algunos secretos; comenzó a llegar al consultorio una población de hombres interesados en hacer terapia que nunca antes lo habían considerado. Seguramente leerme en un periódico de orientación financiera les dio 'permiso' a muchos que se atrevieron por primera vez a romper el mito de que los hombres no van a terapia ni lloran, y si sufren, se aguantan. El Financiero fue un medio para dar a conocer mi trabajo clínico y para hacer divulgación de la sicoterapia como resultado de la teoría, la práctica y la relación terapéutica como una forma de reparación de la vida emocional. Hoy mi trabajo semanal de columnista se convirtió en el libro El misterio de la mente y las emociones, publicado recientemente por Harper Collins. Seguramente vendrán más libros, porque no pretendo dejar de escribir.
Despedirse es triste, pero forzar la prolongación de un ciclo que terminó lo es mucho más, así que me despido de este espacio y de este diario, agradecida y satisfecha.