Todos Estamos Locos

Una buena vida

En Yale y Stanford se imparten clases sobre Psicología Positiva para que los jóvenes desarrollen herramientas útiles para vivir una vida rica emocionalmente.

Los estudiantes de alto rendimiento comienzan a necesitar clases especialmente diseñadas para que recuerden que la felicidad es más importante que el dinero o el poder. Quizá lo olvidaron porque nos hemos dedicado a decirles que deben ser exitosos, excelentes y competitivos. En Yale y Stanford se imparten clases sobre Psicología Positiva para que los jóvenes desarrollen herramientas útiles para vivir una vida rica emocionalmente. "Cómo tener una buena vida" es un curso que se imparte en Yale y que se ha convertido en la materia más popular en la historia de esa universidad, con 1200 alumnos inscritos.

En Stanford hacen "diseño del pensamiento" para resolver el problema maligno de cómo construir vidas y carreras realmente satisfactorias.

Un alto porcentaje de las personas que visitan el consultorio no se sienten satisfechas con sus trabajos ni con lo que estudiaron. Algunos eligieron una carrera que no los hace felices pero que parecía la mejor opción si de ganar dinero se trataba. Debe ser porque al consultorio solo vienen personas dispuestas a sincerarse sobre el sinsentido que a veces sienten respecto de sus vidas.

En la Universidad de McGill, en Montreal, se imparten "lecciones de comunidad y compasión", para que los alumnos redescubran la importancia de las conexiones sociales y del sentido de pertenencia. Quizá eso es exactamente lo que han tenido que sacrificar muchos estudiantes para lograr el lugar en el que están.

La búsqueda del significado está presente en la historia de la humanidad desde el principio del tiempo. Casi resulta increíble que hoy sean necesarias estas clases sobre cómo vivir mejor la vida. Es difícil no asociar estas cátedras con la ética que deifica el trabajo y entonces hasta la vida social, la empatía, la compasión, el sentido de pertenencia, dejaron de ser naturales, se perdieron en algún punto de la evolución y ahora se volvieron clases en las universidades.

Quién sabe si es buena o mala noticia. Quizá es mala porque parece una señal de que la vida emocional perdió importancia o quizá es un indicador de que el mundo es un lugar cada vez más hostil y la sobrevivencia cada vez más complicada.

"Parece que los estudiantes de hoy son muchos menos resilientes y capaces de soportar las frustraciones", dijo Peter Salovey, el presidente de Yale. A él le parece estupenda noticia que estén "buscando significado".

Hoy hay que enseñarles a los estudiantes qué significa vivir una vida más feliz, más satisfactoria y darles estrategias probadamente útiles para conseguirlo. Los alumnos que lograron obtener un lugar en las mejores universidades se dan cuenta de que el rigor académico les ha cobrado factura en sus patrones de sueño, en su salud mental y en su sentido de estar conectados socialmente.

Sin conexiones humanas, ejercicio y descanso, el poder y el dinero no producen ni un poco de felicidad. Un alto porcentaje de los estudiantes se sienten seriamente abrumados por todo lo que tienen que aprender y temen ser decepcionantes.

La ayuda que reciben no es solo para que mejoren en lo individual sino también para que se conviertan en mejores ciudadanos. Los problemas de migración, los refugiados, las comunidades marginadas, los desplazados, los discapacitados, son todos invisibles para el sistema capitalista enfocado en la generación de riqueza. Reconocer la importancia de ayudar a quien más lo necesita es un aspecto fundamental para tener una vida más plena.

Nadie tiene el manual para tener una buena vida. Ser bueno en la escuela no es lo mismo que ser bueno en la vida.

Los estudiantes están aterrados de fallar pero deberían estar preparados para que ocurra. La salud mental y el balance emocional no es algo que pueda ser pospuesto. Cuarenta por ciento de la felicidad es consciente, intencional y está en nuestro control, así que tal vez los cursos sean una buena idea.

COLUMNAS ANTERIORES

La despedida
Atrévete a no gustar (II)

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.