“México es un país megadiverso”, es una de las frases que escuchamos con frecuencia, que hasta pareciera disco rallado, pero al entender esa megadiversidad con la vida cotidiana de quienes trabajan en el campo y con los animales, se dimensiona claramente que no es lo mismo Yucatán que Sinaloa.
Por años se han venido practicando políticas públicas ‘parejas’, como si fuera lo mismo el campo de Chihuahua y sus deliciosas manzanas, que el campo de Yucatán y sus dulcísimos mameyes.
La tierra, el clima, el agua, las plagas, enfermedades y costumbres de producción son diferentes en cada estado y dentro de cada entidad hay otra diversidad, no es lo mismo en el poniente que en oriente, o en el norte que en el sur.
Aplicar programas de apoyo a los productores del campo de forma ‘pareja’ ha sido lo más desigual, no hay equidad y una de las esperanzas con la cuarta transformación es que esas prácticas finalizaran.
Han transcurrido dos años de esta administración y en este mismo espacio he cuestionado por qué persiste esa desigualdad, por qué no se toma en cuenta las actividades agropecuarias preponderantes del Estado para apoyar a los productores, aquellas con impacto social.
Si bien es cierto que el Programa Producción para el Bienestar, antes conocido como Procampo, llega a los productores de maíz de Yucatán, aún hay retos por ampliar el padrón, ya que hay casos que no han logrado participar.
Sin embargo, los apicultores, los hombres y mujeres dedicados al cuidado de las abejas y cosecha de miel, no habían sido considerados en apoyos directos, siendo en Yucatán una de las principales actividades por su impacto social y económico.
Más de 13 mil familias en el estado se dedican a la actividad, según datos de Inegi, y gracias al trabajo de ellos se atienden más de 300 mil colmenas y generan más 38 millones de dólares en divisas por la exportación de miel.
En promedio se cosechan en cada temporada unas 10 mil a 12 mil toneladas y el apicultor cobra directamente entre 40 a 47 pesos por kilo, de acuerdo con el grado de humedad y del comprador.
Es una de las actividades complementarias en las familias rurales y los apiarios se encuentran enclavados en el monte, en las selvas yucatecas, donde pecorean de las flores nativas de los árboles del Jabín, Tzalan, Tajonal, entre otros.
Es una miel valorada sobre todo por los europeos y es una actividad que poca atención ha tenido por los gobiernos.
Los intentos por impulsar esta actividad han terminado en historias tenebrosas de saqueos, la última fue de la empresa social Apícola Maya, que acopiaba miel y la comercializaba y estaba administrada por ‘apicultores’, pero terminó cerrando sus puertas en 2016 y después desmantelada.
Desde entonces en la actividad no hay más que apicultores y comercializadores que van en el camino del ‘libre mercado’; en 2019 el gobierno federal creó la esperanza de un centro de acopio, que costaría 27 millones de pesos y que lo administraría el gobierno.
Estaría ubicado en Tahmek, al oriente del estado, pero entre la pandemia y movimientos políticos, nada se sabe de aquella promesa.
Ahora se dibuja la idea que los apicultores formarán parte del Programa Producción para el Bienestar, y que recibirán, como los productores de maíz, un apoyo directo una vez al año.
No se saben los detalles aún de la forma de ingresar al programa, de cuánto será el apoyo, de cuántas colmenas es el mínimo y máximo apoyar, pero la sola idea dibuja la esperanza entre quienes están al pendiente de sus abejas y enfrentan la sequía, las inundaciones, el pillaje, las plagas y más.
No es posible aplicar la misma política para todos, y mucho menos en el campo, los productores trabajan con la megadiversidad de la que gozamos y sortean los cambios de la naturaleza.
Reconocer su labor, visibilizar su trabajo a través de un programa es una forma de cambio en las políticas públicas que se aplicaban ‘parejo’ y por lo menos están en el radar.
Si hoy los programas de apoyo ya no se ‘gestionan’ a través de los líderes o de las cúpulas, entonces que lleguen directo y para todos. A los maiceros les llega directo, pero no a todos. Ahora viene el reto que le llegue a los apicultores y a todos.
Yucatán es un buen productor de miel, naranja, limón, toronja, mandarina, mamey, sandía, papaya, aguacate, pitahaya, berenjena, pepino, calabaza, borregos, ganado de registro, pollos y cerdo.
Hay una creciente producción de maíz y de soya; el campo yucateco tiene variaciones del centro del país y la lupa para impulsarlo requiere de la sensibilidad de reconocer nuestra megadiversidad, por ahora serán los apicultores, esperemos que también se extienda a otros sectores.