Los focos rojos se tienen que haber prendido esta semana al interior de la campaña de José Antonio Meade y a más de uno se le debe haber erizado el cabello ante lo que parece ser un potencial desastre. Y no es por las encuestas, que consistentemente ubican al candidato priista en un sólido tercer lugar, sino por un nuevo problema que se avecina. Un problema construido, de todas las personas posibles, por el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray.
De manera incomprensible, el canciller parece querer tropezarse con la misma piedra dos veces. En 2016, salió del gabinete presidencial tras organizar un muy criticado encuentro entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump. Dos años después y con la campaña de Meade sostenida por alfileres, amenaza con cometer el mismo error. O quizá se le está imponiendo desde la administración trumpista, con un celo casi colonial.
El caso es que esta semana la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Casa Blanca sorprendieron a propios y extraños con el anuncio de una reunión entre los presidentes de México y Estados Unidos en plena contienda presidencial, justo en un momento en que cualquier error, cualquier resbalón, puede ser irreversible.
A todas luces, se trata de una apuesta arriesgada con elevados peligros y muy inciertos beneficios para todos los involucrados. Si las cosas salen mal –y con Trump siempre existe esa posibilidad- pueden perder mucho el presidente Peña Nieto y, por asociación, Meade. En términos llanos, se está poniendo en riesgo la carrera presidencial del candidato priista. Si se impuso desde la Casa Blanca, mal se hizo en aceptar un encuentro en estos momentos. Si la propuesta fue mexicana, peor.
Sin que quede claro cuál es el objetivo real, Videgaray acordó con el yerno de Trump, Jared Kushner, sentar de nueva cuenta a dos presidentes que tienen una inocultable animadversión mutua y que han pasado buena parte de los últimos dos años peleando en público y privado. Cuesta trabajo entender qué se puede ganar de reunir a Peña Nieto con un hombre que ha traicionado todos los acuerdos de confidencialidad –suele filtrar hasta las conversaciones privadas- y que jamás se apega al guión. El riesgo de que algo salga mal es enorme.
No es posible subestimar el impacto que un desaire trumpista podría tener en las encuestas rumbo a las elecciones del 2018. Quizá no exista un personaje más detestado entre los mexicanos que Trump, quien ha construido su presidencia sobre la idea misma de humillar a México como ha quedado de manifiesto en las múltiples agresiones que ha lanzado a nuestro país, desde acusar a migrantes mexicanos de ser violadores, hasta insistir una y otra vez que pagaremos por un muro en la frontera, sin dejar de lado las críticas al TLCAN.
Si en un momento normal los riesgos políticos de un encuentro Peña-Trump son elevados, el actual contexto hace aún más incomprensible el lance: la cumbre vendría en plena contienda electoral, con el candidato del PRI abajo en todas las encuestas y Andrés Manuel López Obrador listo para capitalizar cualquier tropiezo con Washington; en el discurso, es el aspirante más "antiestadounidense" en busca de Los Pinos. Cualquier pérdida de Meade y el PRI, cualquier humillación a Peña Nieto que surja de la reunión, indudablemente fortalecerá a MORENA.
¿Es demasiado difícil imaginar que el tabasqueño tendrá un día de campo con la oportunidad que le están regalando?
II
El comunicado que emitió la Cancillería la noche del jueves no da pistas sobre cuál es la idea de arriesgar tanto en un momento tan políticamente sensible. "El secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso, sostuvo hoy en la Casa Blanca reuniones con funcionarios de alto nivel del gobierno de Estados Unidos (…) como resultado de estas reuniones, se acordó trabajar para que en las próximas semanas ocurra un encuentro entre los Presidentes Enrique Peña Nieto y Donald J. Trump, para revisar los avances de sus equipos de trabajo y tratar temas pendientes en la relación México-Estados Unidos", se expuso.
¿La sede? Esa no se sabe aún, pero puede descartarse que siquiera vaya intentarse en territorio mexicano. Sería imposible recibir a Trump en el país sin que se tensaran las cosas peligrosamente. Razones hay de sobra. Todavía se recuerda uno de los puntos más bajos esta presidencia, cuando el entonces candidato republicano vino a dictar términos en Los Pinos en una aciaga tarde de agosto, allá en 2016. Es un golpe de cuyo impacto la administración de Peña Nieto nunca terminó de recuperarse.
Quizá, en un cálculo personal, Videgaray estima que su relación con Kushner permitirá a la delegación mexicana contar con un margen de maniobra seguro en la eventual reunión. Pero no sería la primera vez que lo acordado por el secretario de Relaciones Exteriores con el yerno termina siendo roto por el presidente estadounidense.
Sólo hace falta recordar el incidente ocurrido en enero del año pasado, cuando Peña Nieto canceló una visita de trabajo prevista a Washington, luego de que Trump incluyera, contra todo acuerdo previo, una mención a la construcción del muro en un discurso, justo cuando el canciller volaba a la capital norteamericana.
La realidad ineludible es que Trump es impredecible. Y ahí radica el peligro. ¿Cómo garantizar que no humillará de nueva cuenta a Peña Nieto? Nadie puede asegurarlo.