Hace poco se pedía al Vaticano que pidiera perdón por la evangelización de los indígenas en la Nueva España. Para algunos historiadores esta petición suscitaba varios signos de interrogación y de admiración. A fin de esclarecer un poco esta temática, vamos a comentar brevemente el documento El coloquio de los doce, encontrado el siglo pasado en el archivo Vaticano. Para situar este texto en su contexto, conviene aludir a varias obras muy importantes sobre la evangelización, editadas en el siglo XIX, mucho tiempo después de su redacción.
Así, don Joaquín García Icazbalceta publicó en 1870, la extraordinaria obra Historia Eclesiástica Indiana, escrita al final del siglo XVI por el franciscano Gerónimo de Mendieta. En esta obra encontramos numerosos y ricos acontecimientos sobre la evangelización, y entre ellos conviene destacar la obra evangelizadora de Fray Bernardino de Sahagún y sus conocimientos sobre la lengua náhuatl: “llegado a esta tierra (1529) aprendió la lengua mexicana, súpola tan bien que ninguno otro hasta hoy se le ha igualado en alcanzar los secretos de ella y ninguno tanto se ha ocupado en escribir ella”.
En efecto, también Sahagún es conocido por su Historia de las cosas de Nueva España, publicado por don Carlos María Bustamante (1829-1830). En este texto se menciona la gran labor educativa que el autor realizó en favor de la educación indígena en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco.
Asimismo, a principios del siglo XX, don Francisco del Paso y Troncoso descubrió en Europa y editó dos manuscritos náhuatl de Bernardino de Sahagún que son conocidos como Códice matritense y Códice florentino. Ahora bien, sobre El Coloquio de los doce, el franciscano Pascual de Saura, encontró el notable documento que hemos mencionado, en el archivo secreto Vaticano. El título de este cartapacio es “Coloquio y doctrina christiana con que los doce frayles de San Francisco enviados por el Papa Adriano sesto y por el emperador Carlos quinto convirtieron a los indios de la Nueva España en lengua mexicana y española”. Lamentablemente este documento está incompleto, ya que contiene 14 capítulos de los aproximadamente 50 de los que constaba la obra completa. Con todo, El Coloquio de los doce nos enseña cómo fue la evangelización franciscana desde sus comienzos en 1524 hasta la época de su redacción, 40 años más tarde.
En este coloquio con los tlamatinime (filósofo mexica) se narra cómo los doce evangelizadores franciscanos se juntaban todos los días para explicar, por medio de intérpretes, la causa de su fe. Con gran honestidad Sahagún reconoce las dificultades que supone “la conversión”.
Se admite, con el padre Vitoria (precursor de los derechos humanos), que la relación entre fieles e infieles debería regirse por el respeto de la potestad legítima de los infieles. La fe cristiana debería ser propagada, pero no impuesta por el dominio militar. Convenía explicarles a los tlamatinime que “en el mundo hay un reyno que se llama reyno de los cielos”. La evangelización de los naturales significaba un conjunto de acciones: testimonio de pobreza y caridad, vida insertada en las comunidades indígenas, dedicación al servicio educativo de los jóvenes principales. Entre los doce destacaba Fray Martín de Valencia, que expresaban su fe con su dedicación al servicio, que conllevaba un enorme respeto y amor por los nahuatles. Sahagún reconoce “el quilate de esta gente mexicana, el cual aún no se ha conocido… y fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes”.
Al dignísimo esfuerzo evangelizador de los doce, habría que añadir entre otros, la gran labor evangelizadora y cultural del primer obispo de Valladolid, hoy Morelia, don Vasco de Quiroga. Igualmente fue encomiable el empeño evangelizador y cultural de Eusebio Kino, que extendió nuestro territorio hasta Oregón. En reconocimiento a su extraordinaria labor, se le erigió una estatua en el capitolio de Washington.
En contraste con todo lo anterior, tenemos este testimonio sobre los estragos de la guerra cristera: “… Los guachos entraban a nuestras rancherías allanando los hogares. Parecía que los callistas no tenían mas ley que la crueldad, el robo y la lujuria…” (Rivero del Val). Por consiguiente, ¿quién debería pedir perdón a quién?