Las próximas dos semanas nos invitan a reflexionar sobre el futuro del hombre. Todos estamos preocupados por nuestro futuro, y en él vamos a encontrar de modo ineludible la muerte. Sobre este tema nos hacen reflexionar los grandes pensadores de la humanidad: en el mundo grecolatino, en los símbolos de las catacumbas y en el pensamiento moderno.
Entre los trágicos griegos encontramos en Eurípides una enigmática frase: "¿quién sabe si la vida no es la muerte y la muerte vida?". Platón se dedicó a resolver este enigma en varios de sus diálogos, pero sobre todo en el Fedón, analizando la naturaleza del alma, concluye este gran filósofo que el alma es inmortal. El cuerpo en cambio, es la tumba del alma (soma-sema), por consiguiente, es menester escapar del cuerpo.
En esta línea, Marco Tulio Cicerón en el Sueño de Escipión (República VI, 16), afirmaba que no sólo los filósofos, sino también los que cultivaron las virtudes cívicas, la Pietas, por el bien de la familia y de la patria, gozarán de una vida inmortal al ser liberados de su cuerpo. Hasta allí llegó el humanismo grecolatino. Ahora bien, ante el escepticismo de algunos autores modernos, surgen obras como la del gran cardiólogo holandés Pim van Lommel, que superando los estudios de Moody y de Osis y Haraldsson, analiza a fondo las experiencias de "muerte cercana", y concluye con las tesis de la supervivencia, la cual coincide en buena parte con el humanismo cristiano que encontramos en los símbolos y grafitos de las catacumbas romanas.
En efecto, en la catacumba de san Sebastián, el cementerio cristiano que permanece siempre accesible, se encuentran restos de una pintura algo desvanecida, que representa a Moisés que hace salir agua viva de la roca, en el desierto. La expresión ϋδωϱ ζὣν, designa al Ser Trascendente como fuente de la vida. Además, el sentido de la supervivencia se subraya en las Odas de Salomón con la frase "bebí y me embriagué con el agua viva que no muere jamás". Conviene destacar que el agua viva ϋδωϱ ζὣν, no la estancada, posee la riqueza de los peces, y en un grafito de esa misma catacumba se grabó el acrónimo cristiano, que significa Jesús, Hijo de Dios, Salvador.
Otro símbolo notable, lo constituye el ramo (lubab) de palma, el cual hace referencia a la fiesta judía de las cabañas (sukkoth) relacionada con la esperanza mesiánica. El término cabañas σκηναί en el Apocalipsis VII,15 designa la morada eterna de los justos. También encontramos en las catacumbas otros símbolos: la cruz (tanto la griega ✚, como la latina ✝ y la letra tau Τ), síntesis de la vida y de la muerte, que aparece en frescos, bajorrelieves, mosaicos y objetos de toda clase. Los símbolos esenciales, empero, son como ya indicamos, el pez, al que hay que añadir el del buen pastor: "he venido para que (las ovejas) tengan vida y la tengan en abundancia". En la catacumba de Domitila aparece en un fresco el buen pastor rodeado de seis ovejas y se dibujan dos personajes que corren a una roca de la que mana una fuente de agua. En la catacumba de san Calixto, en cambio, encontramos una curiosa inscripción popular: "Januaria, bene refrigera et roga pro nos (sic)". Se le piden al difunto oraciones y con la palabra refrigerium se alude a la otra vida con la metáfora del banquete. En la actual liturgia de difuntos se menciona el "refrigerio de la luz y de la paz" pero no se capta que refrigerium alude al banquete escatológico. Asimismo, la expresión "descanse en paz" se ha estereotipado. La paz, shalom en hebreo, es el don, conquista del resucitado, descanso y reposo que se vive en el amor.
En suma, a la luz de las catacumbas podemos reaprender el sentido cristiano de la muerte. La visión de la muerte en las catacumbas no es tétrica ni trivial, sino serena, sencilla, profunda, plena de esperanza: la muerte es sueño y espera, vida nueva, nuevo nacimiento. Sin embargo, algunos creyentes de hoy, ven la muerte como un escándalo, como se revela en las expresiones de muchas esquelas: "pérdida irreparable", "participamos con inconsolable dolor…" Eso mismo se manifiesta en las falsas retóricas de los pésames y los insípidos o lúgubres epitafios de algunos cementerios. El creyente que admira los rascacielos del siglo XXI, debería aprender a ver la muerte a la luz de las catacumbas de los primeros siglos.