Victor Manuel Perez Valera

El tiempo inconmensurable

Víctor Manuel Pérez reflexiona sobre el tiempo y cómo lo utilizamos en este momento en que se privilegia la prisa y no la contemplación.

De tiempo en tiempo conviene reflexionar sobre el tiempo, y esta reflexión es especialmente oportuna al principio del año; además, es particularmente urgente en esta época en que surge de modo imperativo el problema ecológico, el respeto a nuestro espacio vital y con ello, la humanización de todas las dimensiones antropológicas, entre las cuales el tiempo ocupa un sitio primordial.

Hoy, el modo de vivir el tiempo se caracteriza por la aceleración, la velocidad, como si todo debiera hacerse de modo "rápido y furioso". En la era tecnológica, en la que aparentemente nos hemos adueñado del tiempo, lo hemos dominado el grado de medirlo con enorme precisión, y programado de modo meticulosamente detallado, supuestamente para economizarlo, lo cual nos conduce, "empero", de modo paradójico a ser esclavos del tiempo. Es frecuente que para realizar cosas importantes expresemos la queja "no tengo tiempo". Así, a menudo no tenemos tiempo de platicar con la familia, de dialogar con los amigos, de visitar a los enfermos…

La vida laboral nos aprisiona y encadena a un acelerado ritmo productivo-eficientista y ahoga la vida social e incluso nuestra vida espiritual… Todo se convierte en acción y no hay tiempo para la contemplación. Se ha mecanizado el tiempo y se ha perdido su sentido del misterio, el significado del reposo, de degustar la comida, de gozar de una charla amena. El tiempo, como en la mitología griega, nos devora. Todo se convierte en un proceso: una cosa después de otra, que ha reducido o extinguido los eventos, los acontecimientos, las celebraciones…

El tiempo sin vínculos, sin relaciones humanas profundas, el tiempo espacial, que nos impide vivir los tiempos especiales (kairós), los cuales nos invitan a rescatar el tiempo, como lo sugiere Marcel Prust en su famosa novela "La búsqueda del tiempo perdido". Es necesario humanizar el tiempo, cuyo lento e inexorable avance nos abre a lo esencial de nuestro ser temporal. La relación del tiempo con el espacio nos sitúa en la realidad: el tiempo todo lo desgasta, casi de modo imperceptible va deteriorando nuestro cuerpo, nos acerca a la vejez, a la muerte, a la espera, a la esperanza y al sueño de la eternidad.

El tiempo sigue siendo la causa principal de nuestras limitaciones, ya que no podemos franquear el horizonte movible que se despliega ante nosotros, porque no tenemos la posibilidad de dominar este sutil tejido de todo lo que existe. Conviene descubrir una nueva concepción del tiempo. Lecomte du Noüy, que se dedicó al estudio del tiempo biológico, creía que su movimiento se mide, no con el ritmo igual del reloj, sino como el índice de cicatrización de los tejidos, de ahí la impresión de aceleración que experimentamos al envejecer ¿no tenemos en ese caso la impresión de precipitarnos hacia nuestro término, como la corriente que nos arrastra, que de repente acelera su velocidad, atraída por las cataratas cercanas por el abismo que lo devora?

En suma, la vida es frágil: enfermedades, infartos y cánceres, accidentes, inundaciones y terremotos, y sobre todo la inseguridad rampante: asaltos y secuestros que ponen en peligro nuestra vida. Hoy como ayer, se mata hasta por robar un par de zapatos, como lo lamentaba el profeta Amós: "vender por dinero al justo y al pobre por un par de sandalias" (Amós 2,6; 8,6).

A la proliferación de asesinatos se suma la falta de valoración de la vida. Se pretende convertir en "derechos humanos" el aborto, la eutanasia, y legalizar la pena de muerte. Caín ya no es un personaje mitológico, sino como escribía Ema Godoy "Caín es el hombre".

Porque la vida es efímera hay que aprovecharla. La muerte da valor y respeto a la vida. Somos como estrellas fugaces que brillan algún tiempo y se extinguen en la oscuridad. Sin angustia debemos vivir intensamente nuestra existencia, no malgastar la vida, ni desperdiciarla, sino aprovecharla, haciéndola fructificar. Decía Pedro Arrupe: "no me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido". Se trata de una elección personal, de una decisión profunda: escoger la vida, lo vital, lo valioso. La muerte no sólo es fin, algo fatal, sino que tiene también una finalidad: prepararnos para esta vida y la futura. Por tanto, es menester una actitud serena, pues como dijo el poeta: "ante ultratumba, la actitud sencilla…no tiemblo ante el misterio de la arcilla". Ante el lento fluir del tiempo, la vida no es una evasión, sino un compromiso.

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