Opinión Victor Manuel Perez Valera

Los retos del tiempo y de la temporalidad

Vivir es sembrar eternidad, morir es cosecharla. La eternidad no es una prolongación indefinida del tiempo, sino una superación de las limitaciones que este tiene en la duración y en el espacio.

Al comenzar el nuevo año es oportuno hacer algunas reflexiones sobre el tiempo y la temporalidad. San Agustín decía, si me preguntan qué es el tiempo no lo sé, si no me lo preguntan sí lo sé. Tenemos una vaga conciencia de nuestra finitud, captamos el inexorable fluir de la vida y en el fondo tenemos la percepción vivencial de nuestra dirección mortal: "todas las horas hieren, la última mata". El hombre está acosado por el tiempo, el tiempo pasa y pesa, golpea al hombre, lo agobia. En efecto, el tiempo, con su simple "pasar" todo lo desgasta, deslustra la belleza, arruga los rostros, consume los plazos y presenta un gran desafío de las promesas y compromisos humanos.

Como el tren bala, los seres humanos somos viajeros que cruzan el paisaje a gran velocidad: nos forjamos la ilusión de ver desfilar todo el panorama ante nuestros ojos, cuando es este y nuestra vida los que pasan sin cesar por la rápida pendiente de la existencia. Nuestro vivir no es un añadir años, sino un ir restándolos. Ya no existe más aquel año que saludábamos sonrientes hace apenas doce meses. Este año nuevo también está condenado a desaparecer dentro de un breve plazo, pues como dice la Biblia "pasa como una sombra la figura de este mundo".

Es un propio del ser humano ser caminante, peregrino, (homo viator) que está abierto a las señales del camino, como lo subraya el poeta "solo tres cosas tenía para su viaje el romero; los ojos abiertos a la lejanía, atento el oído y el paso ligero… como el primer día". La vida es un riesgo. Si no se arriesga nada, se arriesga aún más: se deja pasar la vida sin sentido, sin pena ni gloria, sin amar y sin ser amado. No hay que conformarse con decir "así he sido siempre", no ser esclavo de uno mismo, sino atrevernos a cambiar, a ser mejores.

Existe una gran diferencia entre gastar el tiempo y malgastarlo. Conviene utilizar un poco de tiempo para revisar cómo lo gastamos. Asimismo, es oportuno reflexionar sobre las tres dimensiones de la temporalidad: pasado, presente y futuro. El tiempo es paradójico, solo se puede vivir el presente, el pasado no puede volver y el futuro no puede anticiparse. Si vivimos en el pasado viviremos del pasado, no almacenemos amarguras, el pasado con sus faltas, equivocaciones y descuidos puede impulsar la vida a un mejor mañana.

Es menester vivir profundamente el presente, pero sin descuidar el futuro. En ocasiones, queremos vivir la vida con tanta prisa, que pagamos la prisa con la muerte propia o la de los demás. No nos precipitemos en las acciones, bien dice el dicho "vísteme despacio que tengo prisa". Es menester que seamos cautos con los anhelos del futuro: no decir de esta agua no beberé, seamos precavidos con los propósitos. Frecuentemente se dice mañana lo haré, pero llega el mañana y decimos lo mismo. Muchos se quejan de que les falta tiempo para hacer lo que se proponen. Lo que falta no es el tiempo, pues como reza un dicho alemán: keine Zeit, keine Liebe (la carencia de tiempo, es carencia de amor).

Es bueno programar la vida, pero dejemos un margen de libertad a la improvisación creadora. Es importante ordenar el tiempo ordenando el trabajo, primero lo trascendente y luego lo urgente. Ordenar también el descanso: no descansar a la menor fatiga, sino hasta acabar la tarea propuesta. Detenerse unos minutos, descansar, relajarse, alimentar la esperanza del mañana. La esperanza de los bienes futuros es como una condición para vivir. Al despertar procuremos que acuda a la mente algo positivo, algo agradable, algo que eleve el ánimo para empezar el día.

Vivir es sembrar eternidad, morir es cosecharla. La eternidad no es una prolongación indefinida del tiempo, sino una superación de las limitaciones que este tiene en la duración y en el espacio. Boecio definía la eternidad como "la posesión perfecta, plena y simultánea de una vida interminable", por lo tanto, hay que alimentar los sueños que algún día podrían ser realidad. Más que bucear afanosamente en los sueños nocturnos para descubrir complejos ocultos, es más provechoso explorar los sueños diurnos que anhelan una vida mejor. Estos son una medicina para escapar de lo desagradable y para vivir la realidad mirando a las estrellas.

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