Victor Manuel Perez Valera

Navidad en la filosofía grecolatina y el 'Logos' en San Juan

El himno de san Juan y el relato del tercer Evangelio coinciden en lo sustancial: el niño de Belén trae la paz y la alegría, sin embargo, algunos no lo aceptan y no reconocen el sentido profundo de la vida.

El misterio de la Navidad de algún modo se encuentre implícito en los escritos de Virgilio (70 a.C. – 19 d.C.), de Heráclito (535 – 470 a.C.) y de Filón de Alejandría (20 a.C. – 40 d.C.), como lo han observado algunos estudiosos de la literatura grecolatina. El poeta de Mantua, en la Égogla cuarta escribió: "¡Musas de Sicilia, cantemos asuntos algo más elevados!… la última edad del canto de Cumas ha llegado ya: el gran orden de los siglos nace de nuevo. Ya vuelve también la virgen, vuelven los reinos de Saturno; ya una nueva progenie es enviada desde el alto cielo".

Así mismo, en Heráclito de Éfeso, el más profundo de los presocráticos, el Logos es la fuente de la sabiduría, accesible a todos los seres humanos, pero la mayor parte de ellos prefieren su sabiduría privada: "todo lo que el hombre busca cuando está despierto es el Logos que no solo crea el cosmos, sino que lo rescata y lo redime". Para Filón de Alejandría el Logos es el antecedente de todo lo que ha llegado a ser, su templo es todo el universo y como imagen visible de Dios ofrece oraciones y sacrificios por los hombres. El Logos imperecedero del Dios eterno, que gobierna con su bondad, es el más seguro e incondicional soporte de todo.

Para los hebreos la palabra (logos) tenía una gran importancia: no era un simple sonido, sino algo vivo, cargado de energía que llevaba a la acción y al compromiso, por lo cual, era de suma importancia la bendición y la promesa.

En el himno de san Juan, al principio del cuarto Evangelio, el Logos, la Palabra o el Verbo con mayúscula, da el ser y el sentido y significado al mundo: la vida en plenitud y "la luz que ilumina a todo hombre que viene a ese mundo". Este es el mensaje esencial de la fiesta que celebramos en Navidad. El himno de san Juan y el relato del tercer Evangelio coinciden en lo sustancial: el niño de Belén trae la paz y la alegría, sin embargo, algunos no lo aceptan y no reconocen el sentido profundo de la vida, ni viven la liberación de sus propias tinieblas, ya que la vida y la luz son las metáforas que ilustran el sentido del mundo que ofrece el Logos.

En Juan, el Logos sublime inmaterialidad del pensamiento "se hace carne", hombre de carne y hueso, visible, tangible, hermano, amigo. Por encima de la recepción de la Palabra por el oído, está la recepción por la mente y sobre todo por el corazón. El abismo entre el rechazo y la aceptación del Logos es trascendente, se da en nuestra vida y debe ser objeto de autoexamen y autocrítica.

A este respecto, el gran psicólogo vienés Viktor Frankl escribió: "en medio de un sentimiento de sinsentido o ausencia de sentido, una psicoterapia importante es la logo-terapia, esta es la terapia con base en el logos, verbo, palabra, o búsqueda denodada del sentido de la persona en el mar de la existencia". Ahora bien, más que la logoterapia psicológica, necesitamos la Logo-terapia espiritual que ilumine nuestra vida y la de los demás. Se cuenta que una persona ciega que debía recorrer un camino en la oscuridad de la noche encendía una lámpara que portaba en la mano. Algunos le preguntaron ¿para qué llevas esa luz si no puedes ver? La respuesta fue: llevo la luz para que los demás no tropiecen conmigo.

En un mundo en que estamos saturados de informaciones y malas noticias, esta Logo-terapia es la Buena Nueva, la Buena Noticia, como agua fresca para una garganta seca. Vivir el sentido profundo de la vida es el gran reto para todo ser humano, asumir la luz del Logos nos impide ser obstáculo para los demás.

COLUMNAS ANTERIORES

Jesucristo el Logos: Logoterapia espiritual
En el país de los eternos hielos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.