Opinión Victor Manuel Perez Valera

Nuevo proyecto de justicia carcelaria

Un delincuente representa un grave problema social, producto de profundas heridas debido a una familia desestructurada o rota, a erróneas políticas públicas, al tráfico de drogas, a la carencia de ética en la familia y en la educación, dice Víctor Manuel Pérez Valera.

En el Derecho Penal, el más importante de los cuatro fines de la sanción es la regeneración del delincuente que, desgraciadamente, es muy difícil conseguirla en el sistema carcelario moderno. No se trata de la liberación de reos propiciada por jueces corruptos, ni de la evasión de delincuentes con la complicidad de la administración carcelaria, ya sea por corrupción o por amenazas. Existen algunas experiencias inconsistentes para redimir a los delincuentes, pero es de suma importancia que no se apliquen medios inhumanos, como en la famosa película La naranja mecánica.

Es un error pensar que los problemas se resuelven deteniendo a los delincuentes. Un delincuente representa un grave problema social, producto de profundas heridas debido a una familia desestructurada o rota, a erróneas políticas públicas, al tráfico de drogas, a la carencia de ética en la familia y en la educación. Es una paradoja que el delincuente deba sufrir lo máximo posible en la cárcel en la que la misma sociedad está encadenada.

El delincuente abandonado detrás de los barrotes seguirá hiriendo a la sociedad porque no se ha resuelto su problema. Sabemos que en las cárceles hay graves problemas internos con grupos de criminales que se reparten el poder, controlan el tráfico de todo tipo de mercancías dentro y fuera de la cárcel. El vacío que deja el Estado, lo ocupan ellos, es un sistema de corrupción que golpea a todos y si algún día llegan a salir de la cárcel, la cárcel no saldrá de ellos.

Hace un par de años, en un encuentro en Madrid se dio a conocer una audaz experiencia de algunas cárceles brasileñas que son gestionadas por los propios reos. Vale la pena conocer este extraordinario método de redención, que es una apuesta a la libertad y desafía el moderno sistema carcelario.

El fundador de esta experiencia, Mario Ottoboni abogado brasileño, comenzó en 1972 el ensayo de cárceles sin policías, sin perros guardianes, sin uniformes y sin grilletes. Antonio Ferreira misionero laico comboniano que lleva 33 años dedicando su vida a los presos es dirigente de las APAC (Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados), esta asociación se originó como respuesta a un grupo religioso de la sociedad civil que visitaba las cárceles. Poco a poco se fue implicando al gobierno y de modo particular a los jueces. En Rimini, Italia hubo un encuentro al que asistieron miles de personas para conocer este método que tiene como principal objetivo la rehabilitación de los presos.

Las cárceles de APAC más que prisiones, son comunidades que buscan la recuperación a través de una vida de trabajo, de disciplina, de estudio, y sobre todo, de una vivencia espiritual. En estas comunidades no importa la calidad del delito ni los años de condena. Cada preso que desea su rehabilitación es responsable de su propio camino y del modo de gestión de su prisión con la ayuda de sus familiares y de un grupo voluntarios.

En la actualidad existen 50 prisiones de APAC en seis provincias de Brasil que suman 3,500 candidatos a la recuperación. También en 23 países del mundo se aplican varios aspectos este método. Los mismos candidatos a recuperarse asumen la responsabilidad de la limpieza, la organización del trabajo en común y la administración, la disciplina y la seguridad. Los resultados están a la vista: la reincidencia es inferior al 10%, cuando la tasa nacional es de 85% y la mundial de 70%.

Existen 12 pilares del método, entre los cuales se encuentran: el apoyo familiar, la ayuda de los voluntarios, la asistencia sanitaria, la experiencia de otros que se están recuperando, el trabajo, la asistencia jurídica y sobre todo la vivencia espiritual que se propicia en un retiro de cuatro días, una o dos veces al año para reflexionar y apropiarse su situación deficitaria y su experiencia valoral.

Las llaves de APAC se pusieron en manos de un prisionero, José de Jesús, con una condena de 56 años y una docena de intentos de fuga. Cuando se le preguntó por qué no huía respondió, "porque del amor nadie huye". A un preso que se le permitió la fuga, regresó a los cinco minutos, al preguntarle "¿por qué has vuelto si tienes muchos años de condena?". El empezó a llorar y respondió: "nunca nadie se había fiado de mí".

Es algo extraordinario luchar por conquistar la libertad interior, antes de obtener la libertad exterior.

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