La actividad económica en México venía resistiendo la tercera ola de contagios de COVID-19, pero distintos indicadores apuntan a una recaída que empieza a tener implicaciones negativas en las expectativas de crecimiento para el cierre del año.
A media semana el INEGI informó que el Indicador Global de la Actividad Económica, que es una medición aproximada del PIB mensual, cayó 0.9 por ciento en junio pasado respecto a mayo.
Sin duda es un mal dato, pues es la primera contracción mensual desde febrero, cuando la economía mexicana se vio afectada por el regreso al semáforo epidemiológico rojo en muchas entidades federativas.
Además, es el mayor retroceso mensual del IGAE desde mayo de 2020, cuando las medidas de confinamiento, con cierres de actividades en la mayoría de los sectores, afectaron fuertemente la marcha económica del país.
El IGAE fue afectado por la reducción generalizada en las tres grandes actividades que lo componen, algo que no se había presentado también desde mayo del año pasado en la primera ola de la pandemia.
El sector primario –agropecuario– tuvo el peor desempeño al retroceder en junio 4.4 por ciento mensual, el secundario –industrial– fue el que menos cayó con una baja de 0.5 por ciento, mientras que el terciario –comercio y servicios– disminuyó 0.7 por ciento, pese a la reapertura de actividades.
Sin embargo, la producción industrial se ha venido desacelerando y relegando, al acumular ya tres meses con variaciones negativas.
Además, la construcción, la minería y las manufacturas registraron en junio contracciones mensuales de 2.0, 0.9 y 0.1 por ciento, respectivamente.
La actividad manufacturera, que presentó caídas en cinco de los seis primeros meses del año, ha resentido la escasez de semiconductores que ha afectado principalmente a la industria automotriz.
Esa es la razón por la que “cambiaron los motores de crecimiento para la economía mexicana”, dice a este reportero Pamela Díaz Loubet, economista para México del banco BNP Paribas.
Al principio del año se esperaba que la recuperación dependiera más del sector industrial, que inicialmente tuvo un mejor desempeño que los servicios ante el ‘tirón’ de Estados Unidos gracias al sólido crecimiento de su economía.
Después hubo una aceleración de la demanda interna vinculada a una reapertura más temprana en México a medida que ha venido avanzando el proceso de vacunación.
La economista no cree que el ritmo de crecimiento económico observado en el primer semestre pueda sostenerse en la segunda parte del año.
De hecho, el crecimiento trimestral del PIB en los periodos julio-septiembre y octubre-diciembre de este año sería muy modesto, estima.
Esto, después de que los datos revisados del periodo abril-junio confirmaron un crecimiento trimestral de 1.5 por ciento con cifras ajustadas por estacionalidad.
Aun así, el PIB tiene un valor similar al del cuarto trimestre de 2016.
Dicho de otra manera, la pérdida en el nivel de actividad económica es aún equivalente a cuatro años y medio.
Aunque Díaz Loubet no asume que haya nuevas medidas de confinamiento por la tercera ola de contagios, sí advierte cuatro factores de riesgo para México asociados a la pandemia:
Una pérdida en la confianza de los consumidores; el rezago en la inversión ante el entorno de incertidumbre; un retraso en el proceso de vacunación o un incremento de los casos de covid-19 en comparación con otros países, y la extensión de las disrupciones en las cadenas de suministro.
BNP Paribas anticipa un crecimiento del PIB de México de 5.5 por ciento para este año y de 2.7 por ciento para 2022, pero en ambos casos sus previsiones están por debajo de lo que el consenso de los analistas espera actualmente.
Cada vez más analistas coinciden en que hacia adelante no sólo se espera que el ritmo de recuperación se modere aún más, sino que las condiciones de debilidad prevalecientes antes de la pandemia vuelvan a estar presentes en la economía mexicana.
Es el ‘efecto columpio’: subió con fuerza, perdió impulso y ya viene de bajada con riesgo de caer.