No me ha extrañado ahora ver cómo las secciones culturales prácticamente se han puesto de acuerdo para 'criticar' (que no es ésta la palabra adecuada, sino tal vez 'golpear', porque, por el momento, no ha habido motivo alguno, en realidad, para juzgar los comportamientos burocráticos de la directiva), de modo acerbo, la figura del Instituto Nacional de Antropología e Historia, lo cual, asimismo, no deja de levantar una ominosa sospecha en el ámbito periodístico especializado.
Veámoslo por capítulos.
I. Ciertamente, la funcionaria que ha ocupado, de nuevo, la dirección del INAH tiene un pasado turbulento al frente de esta oficina en años anteriores, pero lo mismo lo tenía el ahora ex director, y lo mismo lo tiene el mero presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, mismo que en estas 'nuevas' designaciones ha estado, al parecer, al margen, lo que significa una disminución de su cargo, lo que significa —de una vez por todas— la superioridad de la Secretaría de Educación Pública por lo menos en este sexenio priista: el Conaculta ya no posee elementos de autonomía, sino de sujeción política.
II. ¿Por qué son llamados los mismos personajes para encargarse nuevamente de los trabajos que ya alguna vez hicieron en administraciones anteriores? No hay sino una sola respuesta: no para renovar —o innovar, o reformar, o restaurar, o transformar, o reconstruir— sino para mantener las cosas como estaban, para avanzar de manera inamovible, para no alterar los niveles culturales del país. Si estos hombres y mujeres ya demostraron —y comprobadamente— sus propias incapacidades burocráticas, ¿pueden los gobernantes exigirles más de lo que ya fueron habilitados? Permanecer para inmovilizar, y, con ello, proseguir victoriosamente con las prácticas acostumbradas.
III. Es curiosa la forma en que despliegan sus poderes los funcionarios. Y para ejemplificar este asunto está el caso del INAH. Primero se nombra como responsable al mismo personaje que, de algún modo, permitió la instalación de un Aurrerá en una zona arqueológica, que en su momento nadie lo abordó periodísticamente, con excepción de EL FINANCIERO, lo cual le costó, casi, una demanda institucional. Y cuando esta persona retorna a su puesto anterior, nadie menciona esta situación en los medios de comunicación —con excepción, otra vez, de estas páginas— ... ¡hasta que The New York Times aborda el caso! Entonces todos los grandes rotativos se vuelcan en el tema, descalificando al burócrata, quien, mientras tanto, ya colocó y distribuyó a su gente en las distintas oficinas del INAH, sustituyendo a buenos trabajadores por personas que, a veces, ni idea tienen de lo que están haciendo pero allí están por razones familiares o por acuerdos políticos. Y el funcionario, en lugar de hablar con la prensa sobre los enredos de la intromisión de Wal Mart, prefiere guardar silencio. Y cuando por fin decide hacer declaraciones (ya elaborada una estrategia discursiva), lo hace para ciertos medios, no para todos (por supuesto EL FINANCIERO fue excluido de su lista). Pero no fue suficiente. Por desencuentros personales con el secretario de Educación Pública, es removido, a espaldas del presidente del Conaculta, que es, al fin y al cabo, también una pieza del ajedrez priista.
IV. Para sustituir al personaje incómodo, con premura el funcionario de la SEP nombra como directora del INAH... ¡a la misma mujer que ya había permanecido en ese puesto con visibles nebulosidades en su entorno burocrático, prácticamente 'hermana' de negocios culturales del hombre a quien el secretario de Educación acaba de despedir! Y los diarios, entonces, empiezan —extrañamente ahora sí, cuando todavía la nueva funcionaria no comienza a repartir el monto financiero de la publicidad de su institución— a 'criticarla'... ¡cuando aún no ha realizado ningún acto en sus nuevas funciones públicas!, cosa que no hicieron, por ejemplo, con el presidente del Conaculta, que ya repitió sus funciones, y no con éxito generalizado (recuérdese que durante su gestión lo único que sucedió fue el generoso favoritismo hacia los encumbrados y la estabilidad monetaria de un puñado de creadores). Pero estos embates periodísticos van a amainar de acuerdo a la distribución publicitaria del INAH, que muy pronto entrará en acción. Y entonces, ya lo veremos, el periódico que se dice progresista va a olvidar su altanera crítica. Y el diario convencional hasta se va a atrever a decir que el INAH ha encontrado su perfil idóneo con la nueva funcionaria —quien, por cierto, se ha dedicado a dar elegantes discursos de lo que va a hacer ahora en su nueva gestión burocrática... ¡exactamente contrarios a lo que hizo en su pasado periodo administrativo! Porque todo lo que se ha publicado por estos días sobre las corruptelas del INAH... ¡ya habían sido denunciadas en estas páginas desde hace varios meses, si no es que años!
V. La ahora ex presidenta del Conaculta casi no fue tocada en las páginas culturales de la mayoría de los periódicos... hasta el momento en que dejó de ocupar la rectoría de la cultura mexicana. Con todos los periodistas era agraciada, a excepción de los que figuramos en estas páginas. ¿Qué dirá ahora la ex funcionaria cuando todos aquellos periodistas que decían ser sus amigos se volcaron a 'criticarla' con asiduidad y esmero? Quizás ni enterada esté, pues no es lo mismo radicar en Londres que en la Ciudad de México. Por lo menos culturalmente continuó el sacro ejemplo de Carlos Fuentes: para airearse de los problemas nada como caminar entre las nieblas londinenses. ¿Cuánto dinero repartió la ex rectora de la cultura a sus entrañables amistades periodistas, las mismas que, ya sin su cuota benéfica en sus manos, ahora la denigran?
VI. Por eso nada se compara con el ejercicio natural del buen periodismo, no el de las relaciones públicas, no el de las conexiones interinstitucionales, no el de los compadrazgos, no el de las insuficiencias burocratizadas, no el de las adulaciones temporales, no el de las cargadas partidistas.