La mente es engañosa. Contradictoria. A veces se puede convertir en tu peor enemiga sólo para salvarte de ti mismo. Al menos, esa es la premisa que maneja Roman Polanski en su última cinta.
En la mejor tradición del thriller psicológico, Basada en hechos reales trae Delphine Dayrieux, (una Emmanuelle Seigner vulnerable y portentosa a la vez) una escritora frágil y vulnerable que no se encuentra cómoda con las mieles de la fama que le ha traído su último libro, un revelador texto sobre su madre.
Cansada de sonreír, firmar libros y quedar bien con editores y agentes, Delphine parece a punto de quebrarse, de colapsar. Justo en ese momento aparece Ella (Eva Green, una femme fatale en toda la expresión de la palabra), que se califica a sí misma como "la más ferviente admiradora" de la novelista; una mujer que al primer vistazo se antoja diamentralmente opuesta: una audaz, bocona y sensual 'escritora fantasma' que se gana la vida contando la vida de otros detrás del telón.
Delphine y Ella comienzan una amistad que poco a poco se va tornando en una relación de dominio y sumisión que por momentos recuerda a Mujer soltera busca (1992) o a Luna amarga del mismo Polanski: Delphine pidiendo consejo sobre su próximo trabajo; Ella contestando los correos laborales y personales de Delphine; Ella mudándose al departamento de Delphine; Ella haciéndose pasar por Delphine. Ella tomando poco a poco el control de una atribulada Delphine.
A lo largo de la cinta es desesperante y frustrante para el espectador ver cómo la escritora, cuya voz y cerebro parecen de gelatina, ceder en todo con su nueva mejor amiga. ¿Por qué acepta que le grite? ¿Por qué no le pone un alto? ¿Por qué no le pone un alto cuando insiste que tiene una historia oculta que debe contar? ¿Cómo es que no se da cuenta de que intenta adueñarse de su vida?
Es ahí donde el genio de Polanski se manifiesta: lo que podría ser sólo una simple historia de usurpación de identidad, el director la toma para crear una pieza sobre los juegos mentales que jugamos con nosotros mismos. Una manera de recordarle al espectador que nunca se fíe por completo de su mente, porque ésta te puede destruir para protegerte, hasta de ti mismo.
Dicen que a cierta edad ciertos directores se vuelven repetitivos y ya no tienen mucho qué decir (¿verdad, Woody Allen?) pero a sus 84 años, Roman Polanski, además de ser un sobreviviente cinematográfico de su generación, prueba que no importando si sea bueno o malo, tiene siempre algo nuevo que contar. Y eso es de reconocer.