Luces, música gloriosa, tomas que muestran las más pequeñas gotas de sudor y sangre, son parte del encanto que hechiza al espectador de Creed II, la cual, si se mira de cerca es sólo eso, una forma bella y brillante que oculta una estructura que por ratos se tambalea.
A la cinta se le echa en falta la mano de Ryan Coogler, director de la primera entrega, una que además de llevarnos por el lujo pero ingrato mundo del box, nos llevó a un tema que ha persistido desde los tiempos de Shakespeare: un hijo en busca de su identidad a través del padre perdido. Ésta también fue la premisa de Steven Caple, pero aderezada con elementos que por momentos resultan inverosímiles.
La historia escrita por Cheo Hodari Coker y el propio Stallone inicia con Adonis Creed (Michael B. Jordan) en la cúspide, cuando aparentemente no le puede pedir más a la vida: defendiendo el título de su padre y entrenador y a punto de dar un gran paso a nivel personal; nada puede salir mal, es el héroe americano amado y celebrado. Entonces, de la nada, de entre los fantasmas del pasado aparecen Ivan Drago, aquel adversario que Balboa derrotó en Rocky IV, aquel que mató en un combate a Apollo Creed.
Creed II nos enciende, nos emociona y nos hace gritar, justo como una pelea de box; la fotografía poderosa de Kramer Morgenthau y sus tomas cerradas nos muestran las llagas sangrantes en las manos, las arrugas de Rocky, las gotas de sudor y las heridas en las caras de los contrincantes; Ludwig Göransson nos hace oír a la Philadelphia urbana, la del hip hop, los cheesesteak, las motos y los (o las) jawn, y la de aquellos que se toman fotos en la estatua de Rocky Balboa.
Sin embargo, no todo es emoción y peleas por asaltos; Creed II tiene tremendos resbalones que por momentos hace que pierda su credibilidad; el héroe Adonis se quiebra a la primera pelea perdida y entra en una crisis existencial que lo hace huir al desierto a un simulacro de campo de entrenamiento a donde van "aquellos que desean comenzar desde cero"; nuestro héroe va allá dejando a Bianca (hermosa Tessa Thompson) con una bebé de meses, lo cual resulta absurdo, y Viktor Drago es pintado a tal punto como una mole sin cerebro ni emociones controlada por su padre Ivan Drago (Dolph Laungren) que por momentos uno llega a sentir empatía y hasta compasión por el joven que tiene una mano difícil por jugar. En un conflicto que se antoja shakesperiano, en el que los hijos tratan de redimir las culpas de sus padres, resulta chocante ver a un Adonis afortunado quebrarse a la primera adversidad mientras que el hijo del postcomunismo, con todos los pronósticos en contra, libra una batalla diaria por definirse.
Creed II es un viaje lleno de emoción a las entrañas de un renacimiento físico y emocional, que pudo haber salido mejor, con un poco más de sobriedad y más credibilidad. ¿Pero quién dijo que el mundo del box no es bellamente doloroso?