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De un capítulo marcado por la adolescencia y el amor por el rock: Corona Capital 2019

Mirar el cartel del Corona Capital 2019 es volver atrás con nostalgia a la primer década del siglo XXI, cuando el tomar una guitarra conectaba con ese espíritu de libertad adolescente.

La revelación que brinda tomar una guitarra ocurre en la adolescencia, cuando el mundo se presenta como una entidad incomprensible y al tiempo atractiva para conquistarla. Por más que el pop intente dominar por completo la industria, siempre existirá un grupo de jóvenes colmados de rebeldía que proyecten su espíritu a través del amplificador.

En la década de los dosmiles, a principio del Siglo XXI, mi generación estaba ocupada en imitar a The Strokes o Franz Ferdinand y hubo quienes persistieron en el sueño de conquistar escenarios, otros simplemente maduraron para escalar puestos en una empresa o quizá conformar una familia.

Al observar el cartel del Corona Capital 2019, es inevitable la nostalgia por una juventud cada vez más lejana. Muchos en 2005 hubiéramos querido contar con el dinero suficiente para ir a todos los conciertos de Interpol.

Hace ya 14 años, en 2005, discos como el Silent Alarm de Bloc Party nos inspiraban a conformar nuestra primera banda y parecía importarnos poco la muerte de Juan Pablo II o que desaforaran a Andrés Manuel López Obrador.

El verdadero reto era salir a armar tocadas en los patios, en el garage o en algún parque cercano. El público se conformaba de vecinos, amigos y familiares; algunos contaban con la fortuna de aglomerar la calle y otros se conformaban con el aplauso de tres o cuatro seguidores.

Las guitarras volvían a ser los catalizadores de anhelos sobre un escenario improvisado. Todos querían tocar con un baterista que pudiera llevar el ritmo de 'Banquet', de Bloc Party; si podías interpretar a la perfección la línea de bajo de 'Juicebox', de The Strokes, te convertías automáticamente en el bajista más deseado por las chicas. Todos, absolutamente todos los vocalistas querían imitar a Paul Banks en la voz y el look. Si te querías jactar de ser el mejor guitarrista de la cuadra, tu repertorio debía incluir forzosamente 'Blue Orchid' y 'Seven Nation Army', de los White Stripes.

En la memoria aún suena la voz de Jack White haciendo eco con cientos de fanáticos que el 14 de mayo de 2005 acudimos al Palacio de los Deportes para disfrutar por única ocasión a los White Stripes. Aquella vez abrieron The Greenhornes, con quienes un año más tarde White conformaría a The Raconteurs. Poco importaban los empujones, el sudor, la sensación de asfixia, aquella era una masa entregada a una breve libertad.

Mientras nuestros padres hablaban de leyendas zeppelinianas o de la nostalgia beatlemana, nosotros empoderaríamos a Julian Casablancas como ícono generacional y volvíamos a The Libertines nuestra banda de culto; aquel año, empezaríamos a escuchar rumores de unos adolescentes ingleses que se hacían llamar Artic Monkeys, mientras Oasis entraba al declive de su carrera. Al tiempo que ocurría todo esto, Cat Power se encontraba grabando en los estudios Ardent en Memphis, Tennessee, el que quizá es su disco más emblemático: The Greatest (2006). Y Billie Eilish… ¡tenía apenas 4 años de edad!

Pocos saben el placer de hacer música, de colgarse una guitarra y expresar a través de ella las más puras emociones del ser frente a su entorno o como lo describiría Albert Hammond Jr.: "No hay una explicación racional para elegir algo así. Es como enamorarse, es algo que sientes dentro de ti".

Crecimos con nuestras leyendas personales a quienes volveremos a ver el próximo 16 y 17 de noviembre en el Corona Capital 2019 para sentir, al menos por un fin de semana, la emoción del instante en que fuimos héroes de garage.

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