Ambas son mujeres: una de ficción y otra real. Una no se siente culpable por dedicarse a escribir; la otra trata de no sentirse culpable por haberlo hecho... al menos con su nombre. Ambas se dividen entre el amor a un hombre y qué tanto se puede o debe sacrificar por él. Una es Rosario Castellanos en Los adioses y la otra es Joan Castleman en La buena esposa.
Natalia Beristáin (No quiero dormir sola) nos narra en poéticas y sutiles viñetas trazos de la vida de la escritora, académica y diplomática chiapaneca para quien escribir era como respirar al lado de Ricardo Guerra, su marido, quien se empeña en destrozarle esa función vital.
Ricardo -interpretado magistralmente por Daniel Giménez Cacho en su versión madura- exigente y egoísta, reducido en algunos círculos a ser el marido de Rosario Castellanos, demanda como niño pequeño o adolescente inmaduro la atención de su esposa: trata de distraerla con reclamos ("nunca has tenido un detalle conmigo"), haciéndole el amor o destrozando su máquina de escribir para espetarle en un berrinche "sólo sabes escribir, escribir y escribir, por eso estás sola, porque sólo sabes estar en tu cabeza".
Y Rosario, en manos de una delicada y sensible Karina Gidi, rompe en lágrimas o gritos o en crisis nerviosas cuando Ricardo le estrella su máquina, o trata de impedirle que dé clases en la UNAM ("para que te dediques a cuidar al bebé) o incluso cuando éste tiene el atrevimiento de querer quitarle a Gabriel, su único hijo.
Y Rosario sufre porque ama escribir, ama dar clases, ama tener una voz pero a la par también ama -y en demasía- a Ricardo, por quien sacrifica su cabello y mucho de su vida al grado de dedicarle con agónica angustia y amor porque si tú me dices no, es no; si me dices llueve, para mí está lloviendo; y si me dices amor, para mí, es amor.
En la otra cara de la misma moneda está Joan Joanie Castleman, la dedicada y apacible esposa del laureado escritor Joe Castleman (Jonathan Pryce) quien está a punto de recibir el más grande reconocimiento literario a nivel mundial y para lo cual se trasladan a Europa, suceso que detonará una bomba de tiempo almacenada por más de 40 años en La buena esposa (The wife).
Glenn Close, en un papel que bien podría valerle una nominación al Premio de la Academia, es capaz de mostrar tan sólo con su mirada una serie de matices que abarcan la emoción de ver a su amado esposo ser reconocido, la humillación cuando éste la presenta con un "mi esposa no escribe", la rabia cuando siente que Joe le está arrebatando lo que siempre le correspondió por derecho y la frustración de, después de tantos años, aún sentirse invisible.
Con pocos pero eficaces flashbacks, el filme dirigido por Björn Runge y adaptado de la novela de Meg Wolitzer The Wife, la pareja va tejiendo una telaraña de la cual cuando se den cuenta no podrán escapar.
En los años 50, una joven e inocente Joan es una estudiante universitaria que aspira a convertirse en escritora; en el camino, se le cruza Joseph Castleman, su profesor que también es un escritor con obras de poca monta. Ambos aspiran a tener éxito, pero sólo uno (¿o no?) lo logrará.
Ya juntos, la vida les depara una amarga sorpresa: Joe quiere ser reconocido y que sus novelas se lean, pero carece del talento para lograrlo; en cambio Joan tiene lo que su esposo llama en son de burla el toque mágico, pero en un mundo dominado por escritores, críticos y editores hombres, está tristemente consciente que sus probabilidades de triunfar son nulas. Juntos, tramarán una farsa para engañar a su destino.
La cinta, mientras se ve a Joanie ser relegada al rol de la esposa de, va planteando hasta qué grado una mujer puede sacrificar su vida, sus aspiraciones y en este caso su talento, en aras de un hombre. ¿Se arrepiente ella de haberlo hecho? ¿Cuáles son sus oportunidades de reconocimiento? El final, aunque no es el mejor ni el deseado, nos da la pista de cuánto la buena esposa estuvo, está y estará dispuesta a perder por el ser amado.