Robert Smith es como los toreros: dice que se va, que ahora sí es la última, pero aquí sigue.
En 1989 afirmó que 'Disintegration' sería el último álbum de The Cure; estaba cansado de ser el estandarte de un movimiento gótico que ni él mismo entendía. O al menos eso fue lo que dijo. Porque hasta ahora, con 60 años, nada más no se despide del ruedo.
La banda británica celebra hoy tres décadas de la aparición de ese disco, lanzado el 2 de mayo de 1988 —y del cual se han vendido tres millones de copias— con un concierto en el Sindey Opera House, de que será motivo de un video en vivo y una transmisión en directo a través de las cuentas oficiales del grupo en Facebook y YouTube (5:00 horas tiempo de México).
Cuando The Cure lanzó 'Disintegration', hubo quien pronosticó un suicidio comercial. No pocos ejecutivos de Elektra Records advirtieron al cantante que 'Lullaby', 'Fascination Street' y 'Lovesong' eran canciones demasiado tristes y lentas para encabezar las listas de popularidad. Además, el alcoholismo del baterista y tecladista Laurence Tolhurst abonó rumores sobre la separación del grupo.
Smith se encontraba en un momento crucial. A punto de cumplir 30 años, estaba seguro que no quería dedicarse más a la música. Vivía, como él mismo lo decía, un momento de metamorfosis. El mundo que conocía se desintegraba lentamente, igual que su vida de joven melancólico. Robert se sentía un alma vieja. Curiosa sensación para alguien que, con un lúgubre disco impregnado de muerte, pesadillas, desesperanza y tendencias suicidas, dictaría el ritmo de las generaciones venideras.
Y con un éxito tan arrasador que, incluso ahora, hace pensar qué tanta oscuridad puede soportar el pop.