"Uno es lo que uno hace", sostiene Jorge Sánchez. Todo lo que él hace es cine. Yo discrepo, él insiste: "A lo mejor es una manera obtusa de ver la vida, pero así la vivo".
Con frecuencia, y con enorme ilusión, viajaba en ADO con la novia en turno de Córdoba, donde nació, a Xalapa. Ahí exhibían mejores películas. Había un maravilloso e insólito cine club local, sostenido en parte por Sergio Pitol y fundado por los veracruzanos que "por alguna extraña razón habían ido a dar a la Escuela de Cine de Lodz", en Polonia (la misma en la que estudió Roman Polanski).
Los cordobeses que querían estudiar humanidades se iban para Xalapa; los interesados en el mundo de la industria y el comercio ingresaban al Tecnológico de Monterrey. "Yo corrí ese peligro, y no porque me obligaran, sino porque sentía que ese era mi destino".
-¿Pero por qué?
-Porque los estudiantes que volvían de Monterrey eran los más apreciados por las muchachas. Y supongo que existía dentro de mí el deseo oculto de pertenecer a la clase de los ricos.
En lugar de eso, Jorge Sánchez entró a un internado en Cerro del Hombre y Taxqueña, el Franco Mexicano. Tenía libres los fines de semana; se quedaba en casa de su hermana, María Elena, y salían en grupo.
Sánchez estudió la mitad de sociología en la Facultad de Ciencias Políticas. Su hermana, una de cinco, compartió con él a sus amigos, miembros de "una generación insurrecta". Tenían en común la afición al cine club y al cine-debate y lo dejaban meter la nariz en sus conversaciones sobre el movimiento estudiantil de 1968. "Yo les echaba aguas mientras hacían pintas en la noche. Nada heroico, la verdad".
Dejó la carrera a medias, a pesar de que tomó clase con maestros como John Saxe Fernández y Enrique González Pedrero. Pero hizo una aportación: revivir el cine club "famoso y vibrante" de la facultad, con ciclos de vampiros y un homenaje a Tin-Tan, de entrada. Luego, organizó exhibiciones de Mario Monicelli o Charles Chaplin, por ejemplo, en bodegas de estaciones ferroviarias para los sindicalistas, en ciudades y pueblos a donde ellos mismos los trasladaban, junto con sus proyectores y sus latas de dieciséis milímetros.
Dejó otra carrera inacabada: cine. Jorge Sánchez pertenece a la generación que inauguró el CCC. El 10 de junio fue a manifestarse y perdió a su grupo. Lo encontró la mañana del 11 de junio, pero en la búsqueda vio el horror: "Había personas con las tripas de fuera. A una de ellas la cargamos mi amigo Mario Solórzano y yo y la metimos a la Normal Superior. Pensé que me iban a agarrar y se me soltó un terror sordo". Pasó unos meses en Boston, trabajando como jardinero.
Un semestre después, dirigió el cine club de la Universidad Veracruzana y arrancó el programa de cine Trashumante: alquilaba películas de la UNAM o de distribuidores poblanos y veracruzanos y las proyectaban sobre paredes de parroquias y escuelas, en pueblitos. Entonces conoció a Miguel Littín, que acababa de llegar a México para filmar su célebre Actas de Marusia, y para su sorpresa lo invitó a trabajar. La película se hizo en Chihuahua. Sánchez era asistente de dirección y se encargaba de los explosivos y los efectos especiales, y era mimado por Littín. Trabajó con él de nueva cuenta en El Recurso del método, una adaptación de la novela de Alejo Carpentier. Y apoyó brevemente a Ripstein como su segundo asistente de producción en El borracho, un corto sobre el alcoholismo en México.
Sánchez creó una distribuidora, Zafra Cine y Difusión, que reunió un importante archivo de películas en 16 milímetros, unas 400 obras de cine latinoamericano y de cine mexicano independiente. Permaneció como socio la primera de dos décadas que duró esa empresa. "He sido un experto en quiebras, pero he hecho lo que he querido". Algo similar sucedió después con Cinemanía, cuya primera proyección fue El decálogo, de Kieslowski. Aquella aventura arrancó en el peor momento posible: diciembre de 1994. Sin embargo sobrevive, aunque pronto será "reformulada".
La primera cinta en la que Jorge Sánchez se involucró como productor fue Crónica íntima, de Claudio Isaac, en 1981. Luego en una miniserie, La cabeza de la Hidra, con Paul Léduc, Gonzalo Infante y Fernando Cámara. "Más seriamente mi primera producción relevante fue Lola, de María Novaro, e hice unas 20 películas, pero dejé de hacerlas porque estaba hasta el molinillo, como decía mi madre".
En un asado en casa de Miguel Littín, se conocieron Gabriel García Márquez y Jorge Sánchez, y construyeron una sólida amistad a pesar de que había muchos años entre ellos. Juntos lanzaron el Festival de Cine de la Habana, juntos crearon la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba y también a su progenitora, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. Juntos fundaron Borrón y Cuento Nuevo y juntos emprendieron Producciones Amaranta.
La más reciente etapa de su vida profesional ha transcurrido en el ámbito de lo público, "a pesar de sus vicisitudes". Fue cónsul en Río de Janeiro durante cinco años, director del Festival de Cine de Guadalajara y hace tres años es la cabeza del IMCINE. Desde entonces, a Jorge Sánchez le falta tiempo para ver cine, pero ha recuperado un hábito igualmente valioso: ha recuperado el hábito de la lectura.
-¿Por qué dejaste la producción, Jorge?
-Porque no había, ni de lejos, las comisiones de producción que hay ahora, no había estímulos fiscales, se producía con mucho menos recursos y el proceso era más complejo, entre otras cosas, porque los sindicatos nos imponían equipos de hasta setenta personas. La incidencia en el mercado era mínima y era un momento en que la estructura del cine –incluidas la producción, la distribución y la exhibición– pertenecía al Estado. Yo debía recoger mucho dinero de otros países, como en Danzón, que está coproducida con España. También trabajé con directores muy talentosos y muy demandantes y al mismo tiempo quise hacer política cinematográfica, con la Asociación Mexicana de Productores Independientes. Terminé rendido".