Francisco Arredondo es producto del olvido de una píldora en el buró de un hotel de Ámsterdam. Es el tercer hijo de una pareja de tamaulipecos, el que no fue planeado, el pilón, el regalo inesperado tras tres pérdidas consecutivas.
El menor de los Arredondo estudió en Matamoros, a contracorriente de la mayoría que optaba por las escuelas de Brownsville. Ese fue el empeño de su padre, que redoblaba sus esfuerzos para que su mexicanidad no fuera puesta en entredicho. "En la frontera tienes que ser mucho más mexicano que en el centro".
El niño acompañaba a su padre, médico pediatra, a dar consulta mientras su madre, contadora de profesión, trabajaba en la farmacia de la familia y más adelante en una clínica. Aun así, medicina no fue la primera opción de Francisco Arredondo. Quería ser arqueólogo, politólogo cuando menos, pero lo enganchó un plan de intercambio que tenía entonces el Tecnológico de Monterrey con hospitales de Houston.
Ahí estaba su boleto de salida.
--¿Y esas ganas de irte?
--Son de siempre. Soy curioso; soy un explorador.
(Un explorador que al cumplir 50 años trepó el Kilimanjaro con su hija para ver las nubes de arriba a abajo).
Al concluir los estudios básicos de medicina, Arredondo se mudó al DF, que le era muy familiar por los viajes anuales de su infancia, a cumplir con el requisito del servicio social en el Hospital de Nutrición Salvador Zubirán.
Un golpe de suerte lo colocó entre el grupo punta de lanza en investigación sobre infertilidad en México. Había 15 posiciones de investigación en biología de la reproducción.
"Cuando llegué a tomar la mía, el pelao que me entregó la documentación me dijo: 'Salúdeme mucho a su tío'. Se refería al Secretario de Salud de aquellos tiempos, Guillermo Soberón, que no tiene ningún parentesco conmigo".
Ahí descartó una vieja ilusión por convertirse en médico del deporte y trabajar para el América; esa disciplina estaba en pañales.
Atestiguar por primera vez un parto, durante las visitas en Ginecología con el doctor Pedro Galache Vega, un regiomontano que era autoridad en la materia, le cambió el rumbo.
Galache hizo escuela de obstetras y trajo al mundo al primer bebé de probeta en México, en 1989, durante el penúltimo año de medicina de Arredondo.
"La reproducción combinaba el aspecto de las hormonas, que me fascinaba, el aspecto manual de la cirugía y el aspecto emocional de la conexión con la paciente; dedicarme a ella pondría a prueba todas mis competencias".
Mucho tiempo después comprendió que formaba parte de una élite científica: en Estados Unidos se gradúan entre 25 y 30 infertólogos al año; es decir, hay uno nuevo por cada 10 millones de habitantes".
--Voy a convencer a Pablo (mi hijo) de que se dedique a eso--, le digo.
--No se lo digas: son cuatro años de estudios de medicina, cuatro de ginecología y tres de infertilidad. Uno empieza a producir a los 32 realmente…
Una vez que el joven Arredondo revalidó su título en Estados Unidos, el doctor Hernández Ayub, otro de los líderes en fertilidad en nuestro país, le ofreció un sitio en el Instituto Nacional de Ginecología y Obstetricia, pero lo rechazó. Quería irse. Su amigo Benjamín Sandler, hoy codirector de RMA (Reproductive Medicine Associates) de Nueva York, uno de los centros de tratamiento de infertilidad más reputados en el mundo, lo ayudó a entrar al internado en un hospital de Queens.
Más adelante, en búsqueda de una residencia para hacer el post grado en ginecobstetricia, el doctor Carl Powerstein, conocido como Mr. Fallopian Tube, lo recomendó para que ingresara a la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia.
Luego, el American College of Obstetrics and Gynecologists ofreció becas para maestrías en salud pública y administración. El médico aplicó a Harvard. Recién graduado, con su flamante posgrado y con la visa a punto de vencer, buscó algo en México. Y México le cortó las alas. "No había un lugar propicio para mi desarrollo".
En Estados Unidos, una de las opciones viables era trabajar en una zona donde hubiera déficit de doctores, y había una plaza en un hospital rural en Kentucky. Era como estar en México, cuenta Arredondo: "la población no tenía acceso a la educación, era ignorante, muy fanatizada, apegada a su familia y se tomaba todo muy personal, como hacemos los mexicanos; eran muy proclives al pensamiento mágico y al alcoholismo".
Ahí nació Paula, su única hija, "la primera aztec appalachian", juega. Al fin, Arredondo consiguió la residencia y el director de la división de infertilidad en Cleveland, su compañero en la universidad, le ofreció chamba.
Cuatro años después quiso fundar su propia clínica, en San Antonio, para acercarse a su familia, que todavía vive en Matamoros, y aproximarse también a Monterrey donde podía hacerse fácilmente de referencias.
En 2005, con el plan de negocios en mano, y antes de la debacle bancaria de 2008, pidió un crédito que fue aprobado 48 horas después.
Así nació RMA of Texas, que arrancó con tres empleados, incluyendo al doctor y a la enfermera.
"No importa lo que hagas en la vida: vendas café, teléfonos, cacahuates o lo que vendas, nomás puedes competir en tres cosas: el precio, en lo que no íbamos a competir con nuestra competencia porque todos nos dañábamos; en la calidad del producto, en nuestro caso la tasa de embarazos, y la mera verdad es que nuestra competencia tiene muy buena taza de embarazos; así que la única forma en la que podía competir era en la experiencia del paciente, y ahí nos enfocamos desde el día uno, utilizando nuestras habilidades como mexicanos".
Y lo hicieron tan bien que hoy existe Reconceive, una empresa que brinda entrenamiento a otros centros de reproducción.
Para Arredondo la empatía con sus pacientes es cosa seria. Tan seria, que durante el verano tomó un curso de improvisación en NYU con algunos miembros de Upbright Citizen Brigade.
Explica: "los estudiantes de medicina deberían integrar clases de actuación en su historial académico. ¿Cómo vas a aparecer frente a tus pacientes en un mal día? Además, el aspecto de la persuasión es tan importante para el médico como el conocimiento. Los latinos tenemos esa capacidad de conectar emocionalmente con los pacientes".
Cerca de consolidar su clínica, Arredondo ya mira hacia delante. Es el segundo especialista en Estados Unidos que practica un método que ha llamado In-vivo que podría hacer asequibles los tratamientos de infertilidad para millones de personas.
"Mi sueño es hacer estos procedimientos más democráticos. No es justo que solo un pequeño grupo de la población tenga acceso al sueño de la familia".
Twitter: @maria_scherer_i
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