El SARS-CoV-2 ha cambiado completamente la cara del mundo que hasta entonces conocíamos. Ha afectado a prácticamente la totalidad de los aspectos de la vida cotidiana y ha provocado cambios sustanciales en las Ciencias de la Salud, y, por tanto, en la Medicina.
Quizás por primera vez, los médicos y científicos de distintas especialidades han trabajado de manera conjunta en la investigación de esta enfermedad, recopilando y compartiendo información a una velocidad vertiginosa.
De hecho, el COVID-19 y sus inesperados efectos multiorgánicos situaron a los sanitarios de todo el mundo en un territorio totalmente inexplorado. Surgió la necesidad urgente de proporcionar una atención multidisciplinaria a los infectados.
Daños hepáticos causados por el coronavirus
Al principio de la pandemia, los expertos pensaban que el coronavirus era principalmente una enfermedad respiratoria. Se esperaba que afectase a nariz, garganta y pulmones, de manera parecida al virus de la gripe.
Sin embargo, el COVID-19 es mucho más que una gripe estacional. Puede provocar daños irreparables en cerebro, corazón, sistema circulatorio y riñón. Pero, ¿cómo afecta al órgano más voluminoso de nuestra anatomía y uno de los más importantes, el hígado? ¿Es vulnerable al COVID-19?
El análisis de datos recogidos de más de 700 pacientes con PCR positiva del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid mostró que más del 75 por ciento de ellos tenían niveles anormalmente altos de enzimas hepáticas en el momento del ingreso.
Esto hace sospechar que hay una afectación hepática, al menos de manera temporal. Además, se observó que estos pacientes con alteraciones en marcadores de función hepática presentaban un peor pronóstico.
Este es uno de los primeros estudios de España que arroja luz sobre las posibles complicaciones relacionadas con el COVID-19. Permite situar la presencia de daño hepático previa como un marcador de pronóstico de la infección por SARS-CoV-2.
¿Cómo ataca el coronavirus al hígado?
Curiosamente, el virus no puede invadir directamente las células del hígado, debido a que estas no poseen ACE2, la proteína que el COVID-19 utiliza como puerta de entrada.
Sin embargo, los pacientes con coronavirus presentan la denominada “tormenta de citocinas”, en la que las células del sistema inmune se infiltran y atacan diferentes órganos, incluido el hígado. Es decir, el daño hepático observado no parece ser consecuencia directa del virus, sino de la respuesta inflamatoria del sistema.
Elevaciones similares de parámetros de función hepática se observan en otras infecciones respiratorias como la gripe. Por eso, se considera que no es más que un ‘daño colateral’ relacionado con las interacciones inmunitarias que se producen en el hígado.
Otro punto importante es que el hígado es una fábrica de moléculas esenciales para la coagulación sanguínea. Esto significa que cuando el hígado está dañado, afectará directamente a la coagulación.
De hecho, uno de los principales riesgos asociados a la infección por COVID-19 son las complicaciones trombóticas o circulatorias. En nuestro estudio, aproximadamente entre el 10 y el 36 por ciento de los pacientes con alteraciones hepáticas presentaban problemas de coagulación sanguínea.
Además, como el hígado está activamente involucrado en el metabolismo de fármacos utilizados en pacientes COVID-19, la función hepática puede verse afectada después del tratamiento.
Por eso, la medicación debe ser cuidadosamente considerada por los galenos. Es decir, será importante valorar la toxicidad de los fármacos, puesto que el hígado es el responsable del metabolismo de esos tratamientos.
Mayor riesgo para pacientes con daño hepático previo
Es razonable suponer que los pacientes de coronavirus que ya padecen enfermedades hepáticas crónicas, como la cirrosis o la hepatitis vírica B, corren un mayor riesgo de sufrir complicaciones graves.
De hecho, un estudio en colaboración con el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, de Ciudad de México, demostró claramente que los pacientes con cirrosis tienen definitivamente un mayor riesgo de padecer COVID-19 grave. Además, estas personas requieren ventilación oxigenada con mayor frecuencia.
Esta información es especialmente valiosa, ya que aproximadamente 29 millones de ciudadanos europeos padecen diferentes enfermedades hepáticas crónicas. Estos trabajos internacionales mencionados anteriormente abren la posibilidad de incluir un grupo de pacientes de alto riesgo en la lista de vacunación prioritaria frente al SARS-CoV-2.
Por todo lo anterior, se puede decir que, aunque el hígado no desempeñe el papel principal en el drama del coronavirus, es, sin duda alguna, un destacable actor secundario.
Por tanto, podemos decir que, efectivamente, la pandemia cambió globalmente el mundo y las Ciencias de la Salud. Todos formamos parte de un equipo. La sociedad está usando mascarillas. Los facultativos trabajan sin descanso en tratar a los enfermos. Los científicos están continuamente identificando nuevas dianas terapéuticas que puedan servir de tratamiento.
El mensaje ha sido claro, los médicos y los investigadores de diferentes especialidades deben unirse y compartir experiencias e información y atender las crecientes necesidades de los pacientes de COVID-19. Solo la sinergia y el trabajo en equipo puede vencer al enemigo común, que es esta pandemia.
*Puedes leer la nota original dando clic aquí.
*Por Francisco Javier Cubero Palero, investigador Ramón y Cajal/Profesor de Inmunología en la Universidad Complutense de Madrid, y Yulia Alexandrowna Nevzorova, investigadora en Fisiología Hepática en el Departamento de Inmunología, Oftalmología y ORL de la Universidad Complutense de Madrid.
*The Conversation es una fuente independiente y sin fines de lucro de noticias, análisis y comentarios de expertos académicos.