De manera natural, hay una lista de virus que tienen potencial pandémico debido a su capacidad de hacer zoonosis, es decir, saltar de animales al ser humano. Pero también existen aquellos modificados por científicos que pueden llegar a ser mucho más mortales.
En estos estudios, conocidos como de “ganancia de función”, investigadores intentan generar mutaciones en virus para que ganen una mayor transmisibilidad, aumente la gravedad de la enfermedad o sean más resistentes a los medicamentos.
Pero no es un trabajo fácil. Para manipular estos microorganismos se necesitan laboratorios de un nivel de bioseguridad acorde a la peligrosidad del virus: BSL-1, BSL-2, BSL-3 o BSL4. En el primero se pueden trabajar virus con un muy bajo riesgo. El último es como el Instituto de Virología de Wuhan, lugar que atraviesa una polémica por el presunto escape del COVID-19.
En México hay en gran mayoría laboratorios nivel 1 y 2, donde se manejan patógenos con un riesgo bajísimo de infección y propagación. Solo la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos (Indre), la Universidad Autónoma de Nuevo León y el Centro de Investigaciones y Asistencia en Tecnología y Diseño de Jalisco cuentan con un laboratorio nivel 3. Los BSL-4 no existen en el país.
Si bien todos estos institutos cuentan con niveles muy altos de seguridad para que ningún virus, mortal o no, escape, “siempre existen riesgos de que pasen cosas”, dijo Tomas David López Días, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM.
“Nadie está tratando de buscar cómo generar una cepa que se haga potencialmente pandémica”, señaló en entrevista con El Financiero. “Pero no es imposible que pase, porque podría pasar, sin embargo todo está planeado para que sea seguro”.
Si existen riesgos, ¿para qué se modifican los virus?
Hace años, cuando comenzó la tecnología del DNA (información genética), hubo preocupación acerca de los riesgos que traería. Por ello, y con el fin de contener la peligrosidad, en Estados Unidos se creó un sistema donde los microorganismos fueron clasificados en niveles de amenaza.
Sin embargo, estos experimentos fueron suspendidos durante algún tiempo en este país luego de que, en el 2012, investigadores estadounidenses modificaran el virus de la influenza H5N1, gripe aviar, para transmitirse por el aire. Si bien el experimento fue llevado a cabo entre hurones, facilitar la transmisión de mamífero a mamífero hizo sonar las alarmas.
Otro ejemplo fue cuando en el 2004, investigadores del laboratorio de virología en Beijing, China, se infectaron con el virus que causa el SARS, patógeno con el que trabajaban. En ambos casos los virus fueron controlados, pero de lo contrario las consecuencias pudieron ser catastróficas.
De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), estos estudios son esenciales para el desarrollo de estrategias de intervención y control de infecciones, así como de tratamientos y vacunación.
Para el investigador David López Días, quien trabaja con microorganismos, los riesgos que conllevan estos estudios “sí valen la pena”, ya que, si se conocen los alcances de mutación en un virus, se pueden prevenir brotes o pandemias como la que ocurrió el con virus SARS-CoV-2. “Si se entienden los mecanismos y se sabe cuáles son los importantes, se puede vigilar que ese tipo de mutaciones no aparezcan de manera natural, y si aparecen, reconocer la señal de alarma”.
Pero estos estudios tan importantes no se llevan a cabo en México. Ya que, por ejemplo, hace algunos años con la epidemia del ébola en África, Cofepris no dio permiso de traer los plásmidos de la micoproteína del virus para ser estudiados en el país, cuenta David.
Ahora existe una regulación muy estricta, porque si un científico quiere trabajar con un virus debe realizar una serie de trámites y permisos con Cofepris. “Hace 30 años, la gente tomaba la muestra, se subía al avión y se iba a su laboratorio”, lo cual resultaba muy peligroso.