Salud

El ruido y la fiesta de Sevilla quedaron 'apagados' con la pandemia del COVID-19

Una ciudad acostumbrada a la juerga vio cómo en cuestión de días sus ciudadanos pasaron del aislamiento voluntario al obligatorio, ante el avance del nuevo coronavirus.

La pandemia que veíamos tan lejos, en China o Italia, al final nos alcanzó a todos, a algunos primero y a otros después. El miedo, el terror, las compras de pánico y el aislamiento nos suenan a todos, incluso a los que no creen en el COVID-19.

Muchas personas están lejos de sus amigos, de su familia, de sus parejas, incluso de sus compañeros tóxicos del trabajo; a todos se les echa de menos de alguna manera, pero también de alguna manera sabes que esto terminará en algún momento y correrás a abrazar a los que más quieres, pero ¿y si no es así?

Ese es el caso de muchos mexicanos que nos encontramos fuera del país, viviendo como extranjeros en lugares que no son los nuestros; lejos indefinidamente de nuestras familias, sin saber cuándo los volveremos a ver y si ellos estarán bien después de todo esto, además del constante sentimiento de extrañar todos los días unos taquitos y una buena michelada.

Vivo en Sevilla, España, desde hace más de un año. El nuevo coronavirus desde principios de año ya comenzaba a sonar, pero aún lejano, creyendo que solo era una enfermedad asiática. Jamás pasó por nuestra cabeza que llegaría de manera tan repentina.

En los últimos días de febrero ya se comenzaba a escuchar en las noticias que el nuevo coronavirus invadía Italia, pero seguíamos sin creer que traspasaría las fronteras. En España como en el resto de Europa, el intercambio de alumnos es muy frecuente, en cada clase de niveles superiores por lo menos hay uno o dos extranjeros, por lo que salir a reuniones con ellos y con su circulo de amigos es muy frecuente. A pesar de las constantes noticias del COVID-19 seguíamos en fiestas y reuniones con italianos, asiáticos, latinos y todo aquel que quisiera unirse.

La vida transcurrió normal hasta la segunda semana de marzo, cuando comenzaron a suspenderse actividades de forma masiva: las clases, los bares y restaurantes comenzaban a cerrar voluntariamente y la gente enloquecía.

Como buena mexicana, poco nos importa todo, consideraba irme a la playa por lo menos unos días para descansar, que buena falta me hacía, y luego volver al aislamiento definitivo. Apenas pronuncié esas palabras y las playas comenzaron a ser desalojadas, se patrullaban las zonas costeras y se le pedía a la gente que se retirara anunciando desde el altavoz "estas no son vacaciones, váyase a su casa".

Justo el viernes 13 de marzo todo fue un caos. Los supermercados se vaciaron, la gente compraba comida y papel higiénico como si no hubiera un mañana. Ese día se tomaron cero precauciones de sana distancia, medidas de higiene o el clásico "no corro, no grito y no empujo".

Para el sábado por la noche, el presidente España, Pedro Sánchez, se dirigió a la población en cadena nacional y declaró estado de emergencia. Prometió ayuda a los empresarios, trabajadores, familias y personas en general y dijo que saldríamos de esta, pero pidió que nos quedáramos en casa.

Contrario a lo que se pensara, la gente hizo caso de inmediato y se encerró en sus casas. Una costumbre muy distinta a la habitual, pues aquí se sale siempre, todos los días hay gente en los bares; los fines de semana los restaurantes están llenos y en días laborables siempre hay gente por ahí. Sevilla es una ciudad muy activa, con gente ruidosa y que siempre está de juerga.

Pedro Sánchez primero habló de 15 días de aislamiento voluntario, pero al cabo de una semana, se confirmó el confinamiento por al menos un mes siempre con la expectativa de que pudiera ampliarse el estado de excepción.

Fue entonces cuando las medidas comenzaron a endurecerse: el cierre de bares, restaurantes y todo aquel espacio público que conglomerara gente fue inminente. El aislamiento dejó de ser voluntario, ahora la policía te podía multar si estabas en la calle sin ninguna razón. La gente comenzó a preguntarse qué pasaría con el pago de alquileres, hipotecas, créditos y demás. Hasta el día de hoy aún hay muchas incógnitas y poco dinero.

Llevamos casi tres semanas desde que todo esto comenzó, se dijo que todo terminaría el 11 de abril, justo el sábado de gloria. Eso se ve cada vez más lejano, pues el Gobierno aún no confirma nada y todo apunta a que llevaremos más tiempo así.

En las escuelas, a nivel superior, ya se confirmó que el ciclo 2019-2020 se terminará de forma telemática. Habrá que adecuar evaluaciones, trabajos de fin de carrera, máster y doctorados, la forma de aprender, pero sobre todo la forma de sobrevivir.

En el trabajo formal, para quienes pueden hacerlo desde su casa, el salario se mantendrá íntegro. Cosa distinta para otros sectores, a los que se están otorgando ayudas del 70 por ciento del sueldo mensual, microcréditos y financiaciones a empresarios.

La vida se tornó monótona, pero también surgieron muchas actividades nuevas: todos los días a las 20:00 horas, la gente sale a aplaudir para dar gracias al personal sanitario, también para dar ánimos unos a otros y recordar que seguimos vivos.

Mientras escribo esto, escucho el sonido de un vecino que a partir del confinamiento decidió sacar sus consolas y después de los aplausos, poner música para todos, desde el cumpleaños feliz hasta merengue, pasando por el reguetón y las básicas sevillanas. O veo a los niños que hicieron dibujos de arcoíris y los mostraron en sus balcones para decirnos que todo iba a estar bien. Además están los policías que entretienen a los niños con los altavoces de sus patrullas. Creo que esto ha sacado lo mejor de cada uno, a pesar de las circunstancias.

Hay muchas historias por contar, pero solo hay una que es certera: solo el confinamiento puede frenar la curva de contagios. No sé si sea por lo estricto del aislamiento en Sevilla, por el clima o por otros factores, pero se habla de que por lo menos aquí, está bajando la curva de infecciones y muertes, están aumentando las altas médicas.

Lo único que todos esperamos ahora es poder salir, abrazar a nuestra gente y seguir con nuestras vidas. Si todos lo logramos, seremos afortunados, más aún los mexicanos en el extranjero que tanto anhelamos volver a casa, abrazar a nuestra madre y comer un buen taco con salsa.

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