La memoria inmunitaria es una de las principales características del sistema inmunitario. Permite que un individuo no contraiga una enfermedad determinada cuando entra en contacto con el patógeno que la causa. Es, por tanto, el fundamento de la vacunación.
La razón es que esta permite "entrenar" al sistema inmunitario frente a ataques posteriores de ese patógeno. Es decir, le confiere inmunidad al individuo vacunado.
El sistema inmunitario está formado por dos ejércitos distintos. Ambos cooperan para defendernos de las amenazas externas y mantener la integridad del organismo. Se trata del sistema inmunitario innato y del sistema inmunitario adaptativo o específico.
El innato es el primero que se activa ante una agresión. Se encarga de contener o eliminar la infección de forma temprana. Así, suele impedir el desarrollo de la mayoría de las infecciones, incluida la COVID-19.
Poco después actuará el sistema inmunitario adaptativo. ¿Cómo? Desarrollando una respuesta específica frente al patógeno y generando tanto la capacidad de combatir la infección como la memoria inmunitaria. Esta permitirá una respuesta más rápida y eficaz en contactos posteriores con el agente infeccioso y evitará la enfermedad.
Dentro del adaptativo existen dos secciones capaces de desarrollar memoria inmunitaria.
La primera consiste en una sección de defensa humoral, basada en la respuesta de los linfocitos B. Se encarga de la producción de anticuerpos específicos contra el patógeno que actúan a modo de misiles teledirigidos.
La segunda es una defensa celular, relacionada con la respuesta de los linfocitos T. Estos se encargan de dos tareas. Por un lado, coordinan y dirigen el tipo de respuesta defensiva más eficiente frente a los diferentes tipos de microorganismos. Por otro, eliminan las células infectadas para evitar la propagación del patógeno.
Las vacunas y el sistema inmunitario
Lo que las vacunas permiten es instruir y preparar al sistema inmunitario para adquirir memoria inmunitaria frente a un patógeno. Esto proporcionará inmunidad al individuo vacunado.
La manera de hacerlo es a través del contacto del sistema inmunitario con un patógeno debilitado o inactivado. También puede servir el contacto con una parte del mismo. Eso sí, siempre que sea capaz de inducir una respuesta inmunitaria específica y la correspondiente aparición de la memoria inmunitaria.
Las vacunas incluyen, además, adyuvantes, compuestos que favorecen la activación apropiada y eficaz del sistema inmunitario innato y específico.
¿Cómo funcionan las vacunas de ARN mensajero contra el COVID?
Las actuales vacunas contra COVID-19, tanto la de Pfizer-BioNTech como la de Moderna, se basan en la administración de moléculas de ARN mensajero envueltas en una capa lipídica.
Este ARN contiene un código capaz de dar a las células que lo incorporan en su interior las "instrucciones de fabricación y montaje" de una de las proteínas virales del SARS-CoV-2. Concretamente, la espícula del virus, la molécula que el SARS-CoV-2 usa como llave para introducirse en las células que infecta.
La tecnología basada en ARN mensajero permite que las propias células del individuo vacunado puedan fabricar dicha proteína. Todo ello sin necesidad de que el virus esté presente en su organismo.
Para que estas vacunas consigan mayor eficacia y se pueda lograr una memoria inmunitaria de larga duración, se administran dos dosis espaciadas en el tiempo. Alrededor de unas tres semanas.
La primera dosis permite el contacto inicial de la proteína del virus con el sistema inmunitario. Así, da lugar a una respuesta primaria de baja magnitud y corta duración. La segunda, por su parte, origina una respuesta secundaria de mayor intensidad, duración y eficacia.
Tal patrón de inmunización, similar al de otras vacunas, permite el desarrollo de células memoria de vida larga del sistema inmunitario adaptativo (linfocitos T y B). Son, en definitiva, los encargados de evitar la aparición de la enfermedad en posteriores contactos con el virus.
Así es la memoria inmunitaria que originan las actuales vacunas vs. COVID
Los datos actuales muestran que los individuos que han sufrido la infección por SARS-CoV-2 desarrollan memoria inmunitaria tanto a nivel de producción de anticuerpos específicos contra el SARS-CoV-2 como de respuesta celular de los linfocitos T.
Además, se ha observado que la memoria inmunitaria frente al virus persiste en el tiempo. Hasta meses después de la exposición.
Los datos sobre las actuales vacunas contra COVID-19 revelan su eficacia, con tasas de inmunización de hasta el 95 por ciento.
También una potente respuesta del sistema inmunitario. Tanto a nivel celular como de producción de anticuerpos.
Los datos sugieren que estas vacunas podrían ser capaces de proteger a la población de la infección por SARS-CoV-2 y, por tanto, de COVID-19, durante varios meses después de la inmunización.
Así, se reducirían la incidencia y la mortalidad de la enfermedad. Es lo que ya está ocurriendo en segmentos de la población que han sido ampliamente vacunados en países como Israel.
Hasta el momento, no parece que las nuevas variantes del virus (Reino Unido y Sudáfrica) afecten a la eficacia de estas vacunas. Las mutaciones que las causan no evaden la memoria inmunitaria adquirida gracias a ellas.
No obstante, para evitar problemas con otras posibles variantes, sería necesario establecer un alto ritmo de vacunaciones. Esto permitiría alcanzar cuanto antes la inmunidad de grupo o rebaño, cuando al menos el 70 por ciento de la población esté inmunizada.
La consecuencia sería la significativa reducción de la propagación del SARS-CoV-2 y de la incidencia de COVID-19.
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Por Antonio J. Ruiz, profesor asociado de Inmunología e investigador del grupo de Inmunidad Innata del IMIB; María Concepción Martínez-Esparza, profesora titular de Inmunología; y María del Pilar García, catedrática de Inmunología, todos de la Universidad de Murcia.
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