Imaginemos que durante las próximas semanas, antes del 1 de abril de 2021 lográramos inmunizar completamente al 80 por ciento de los habitantes de la Tierra. Si sucediese, la infección comunitaria descontrolada y, por lo tanto, la pandemia por SARS-CoV-2, habrían terminado.
Esto es, desgraciadamente, solo una utopía, porque a fecha de hoy no disponemos de dosis suficientes de vacunas ni de la logística para vacunar a toda la humanidad.
Tanto es así, que 130 países ni tan siquiera han comenzado a vacunar y probablemente no disponen de fondos para adquirir las dosis necesarias para sus habitantes. El fondo solidario COVAX aspira a inocular al menos al 20 por ciento de los habitantes de todos los países.
Ante la emergencia global, desde hace ya algunas semanas se planteó en la comunidad científica este debate: ¿Cumplir los protocolos científico-técnicos de las vacunas o ir más rápido "medio vacunando" al doble de la población? Las vacunas que han salido inicialmente al mercado se administran en dos dosis.
Algunos gobiernos (en particular Reino Unido) han optado por administrar solo la primera y esperar a un mejor abastecimiento para poner la segunda.
El debate está servido y las evidencias científicas para uno y otro modo de actuación parece (pero solo parece) que también. Por una parte, aunque se ha determinado teóricamente que la inmunidad de rebaño para COVID-19 es del 70 por ciento, podría ser superior, incluso del 90 por ciento.
Las variantes entraron en diciembre de modo preocupante
Por otra parte, tenemos la lupa puesta en la aparición de las nuevas variantes, porque en algunos países su crecimiento es exponencial y sabemos que las vacunas actuales son razonablemente buenas frente a ellas.
Sin embargo, la eficacia frente a la variante sudafricana empieza a ser más frágil en las tres vacunas que conocemos y, aparentemente, también en la de Johnson and Johnson.
Lo cierto es que cuanto más rápidos seamos vacunando, más éxito tendremos en controlar la aparición de variantes. Aunque nadie debe alarmarse porque no es probable un cambio viral que, de golpe, haga que todas nuestras defensas naturales dejen de ser efectivas.
Pero vacunar de un modo incompleto puede romper completamente las reglas de nuestra respuesta inmunitaria.
Un individuo ineficazmente inoculado puede ser el caldo de cultivo perfecto para que el virus mute en dicho organismo, supere las defensas incompletas que este paciente ha generado y se convierta en una nueva variante más rápida y/o letal.
No olvidemos que esta es la hipótesis más plausible para el origen de la denominada variante británica: se acumularon nada menos que 17 mutaciones en el virus.
La mejor explicación es que esto sucediese en un individuo con una respuesta inmunitaria incompleta y que el virus fue luchando y mejorando progresivamente hasta dar con la combinación de cambios que le hizo convertirse en la variante británica.
¿Ganarán las vacunas a las variantes o viceversa?
En los últimos meses ha quedado demostrado que se producen mutaciones. Y, a medida que aumente la presión que ejercemos contra el virus con las campañas de vacunación masiva, la aparición de mutantes será probablemente más común y habitual. Esto tiene que dirigir nuestros esfuerzos indefectiblemente en dos direcciones:
*Inmunizar de modo completo a la población en el menor tiempo posible. Una campaña de vacunación rápida puede conseguir que una población alcance la inmunidad de grupo antes de que una mutación resistente a la inyección tenga la oportunidad de surgir y afianzarse.
*Tener una estrategia de seguimiento y detección de variantes virales (mediante consorcios de secuenciación masiva del ADN, como el británico que consigue secuenciar un envidiable 10 por ciento de las muestras). En la estrategia reciente publicada por el gobierno español se propone llegar al 1-2 por ciento de los casos, según la incidencia acumulada de las comunidades autónomas.
Se acumulan las investigaciones que demuestran que el coronavirus puede evolucionar para evitar ser reconocido por un solo anticuerpo monoclonal, un cóctel de dos anticuerpos o incluso el suero de convalecencia administrado a un individuo concreto.
Inyecciones que “parecen” suficientes con una sola dosis
Por otro lado, vamos teniendo más datos de las vacunaciones completas o parciales en diferentes países. Así, en Israel se ha visto que trabajadores sanitarios, tras recibir la primera dosis de la vacuna de Pfizer, experimentaban una reducción en el número de infecciones por COVID-19 muy relevante.
En este artículo no miraron el nivel de anticuerpos o su capacidad bloqueante tras la primera dosis. De hecho, uno de los datos publicados es erróneo por hablar de infecciones entre los 14 y 28 días posteriores a la administración de la primera dosis (de modo que las personas infectadas entre los días 21-28 ya han recibido 2 dosis).
Más recientemente, algunos autores diferentes a quienes diseñaron y desarrollaron la vacuna han reinterpretando los datos originales de Pfizer, llegando a la conclusión de que esta vacuna puede conferir 92.5 por ciento de protección frente al virus con una única dosis.
Sin duda, esto ha supuesto un impacto mediático bárbaro, pero los propios autores del estudio original de Pfizer-BioNTech han contestado que este cálculo que hacen es empírico y que un cambio de pauta de dosificación no se ha probado ni contrastado para esta vacuna.
De modo análogo, se ha publicado que la vacuna de AstraZeneca protege tras la primera dosis, con cerca de 80 por ciento de eficacia durante –al menos– tres meses, tanto en sintomatología clínica como en un modelado matemático del descenso de niveles de anticuerpos circulantes.
Además, demuestran también que dos dosis separadas por 12 semanas o más son más efectivas que separadas por seis o menos semanas. Pero en esta misma publicación dicen literalmente "una segunda dosis de ChAdOx1 nCoV-19 induce un aumento de niveles de anticuerpos neutralizantes y es probablemente necesaria para una protección duradera".
¿En qué quedamos entonces?
Hay una gran presión social por vacunar de un modo ágil a cuanta más gente mejor. Pero esta necesidad no debería cambiar nuestra manera de actuar, la de los científicos. Nos tenemos que basar en la evidencia y los hechos. ¿Con una dosis hay inmunización? Sí, aparentemente. ¿Es suficiente? A corto plazo, sí. ¿Es duradera? no lo sabemos.
Pero con estas inmunizaciones parciales corremos un riesgo potencial que no nos debemos permitir: darle oportunidades al virus para que nuevas variantes se abran camino en estos individuos "semiinmunizados".
No solo eso, se comienza a investigar la posibilidad de que el virus, además de variar por mutación, varíe por recombinación, lo que haría todavía más difícil su contención. Aunque el escape de los patógenos a las vacunas no es muy frecuente, es algo a lo que estamos acostumbrados en el caso concreto de la gripe.
No demos comodines, por si acaso. En mi criterio, es más útil para el individuo (y para la sociedad) tener a 200 millones de personas plenamente inmunizadas que a 400 con inmunidad parcial.
El debate científico sobre los efectos de vacunaciones incompletas lleva abierto años, sin que se haya llegado a conclusiones definitivas. Pero no me parece que ahora sea el mejor momento de ponerlo a prueba.
La nota original la puedes encontrar aquí.
Por Alfredo Corell Almuzara, catedrático de inmunología, Universidad de Valladolid.
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