Durante la última semana he soñando con lo que Mickey Mouse podría lograr si se mudara a Cupertino, California.
Apenas días después de renunciar al directorio de Apple, Bob Iger, de Walt Disney, dejó en el aire la idea de una fusión, en un extracto de sus próximas memorias.
El director ejecutivo de Disney escribió: "Si Steve [Jobs] estuviera vivo, habríamos combinado nuestras compañías, o al menos habíamos discutido esta posibilidad muy seriamente".
Con el recrudecimiento de las guerras de transmisión, es una noción intrigante. A medida que más empresas tecnológicas ingresan al escenario de la televisión, se ven obstaculizadas por la falta de contenido. A la inversa, las empresas de medios de comunicación de la vieja escuela han tenido problemas para atraer a expertos en tecnología a sus plataformas digitales. El "¿qué pasaría?" de Iger sirve como un recordatorio de cuánto potencial se ha perdido porque cada lado de la ecuación infravalora al otro.
En Apple, Jobs y Tim Cook durante mucho tiempo calificaron a la televisión de "pasatiempo" antes de convertirse en un área de "intenso interés", mientras que Disney pospuso sus ambiciones de transmisión antes de decidir invertir miles de millones de dólares.
Apple y Disney se convertirán de repente en competidores en un par de meses, cuando ambos presenten sus nuevos servicios de transmisión de video. Además, como lo expresó Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix, "un mundo completamente nuevo comienza en noviembre".
Este ambiente de negocios hostil es bueno para los fanáticos de la televisión, quienes reciben muchos programas, películas y dispositivos nuevos a precios más bajos. Pero resulta costoso para los proveedores de servicios, que tienen que invertir mucho en experimentos arriesgados.
Imaginemos cómo sería el panorama hoy en día si Apple hubiera adquirido Disney. Jim Stewart, columnista del New York Times, argumenta que las empresas deberían haber formado una asociación hace mucho tiempo. Apple, que acaba de revelar que su servicio de transmisión será gratis durante un año a los compradores de su nuevo hardware, habría otorgado distribución masiva a Disney, mientras que las décadas de películas clásicas y éxitos modernos de Disney habrían ofrecido a Apple una ventaja sobre Amazon.com, HBO y Netflix.
Pero no fue así. "Sigue habiendo este tipo de subestimación mutua sobre lo valioso que aporta cada una de las partes. ¿Qué tan valiosa es la creación de contenido? ¿Qué tan valiosa es la plataforma de distribución?", explicó Stewart en CNBC. "Las personas que poseen la plataforma subestiman la creación de contenido, y viceversa".
En Silicon Valley, donde la propiedad intelectual se define en términos de algoritmos y patentes de diseño, es difícil imaginar que Apple deje perder tanto dinero por los derechos de Bart Simpson o Buzz Lightyear. Los ejecutivos de Apple hablan frecuentemente sobre la "magia" de sus productos. Mientras Apple enfrenta la necesidad de gastar parte de sus 200 mil millones de dólares en efectivo para la compra de un estudio en Hollywood, tal vez esta fue la subestimación más grande de todas: que la tecnología que respalda sus productos es más mágica que lo que aparece en la pantalla.