Mientras Europa atraviesa por una segunda ola del coronavirus y se enfrenta a una nueva ronda de cierres, los Gobiernos y las empresas deben preguntarse si las personas podrán lidiar con más restricciones tal como lo han hecho con esfuerzo hasta ahora.
Para muchos trabajadores administrativos, la pandemia ya ha convertido el trabajo remoto en la nueva norma. Pero a pesar de todas sus ventajas, como el ahorro en tiempo de viaje, también hay un precio que pagar, uno que aumenta cuanto más tiempo estamos fuera de la oficina y no podemos reunirnos con otros en persona.
El trabajo virtual y a distancia no solo conlleva soledad, sino que también reduce la creatividad, la innovación y el aprendizaje en el trabajo, todo lo cual a menudo está vinculado a encuentros casuales.
El argumento para que las personas trabajen desde casa, si pueden, es relativamente sencillo. Gobiernos y empresas tienen un interés conjunto en contener los brotes para mantener la pandemia bajo control. Los políticos quieren aliviar la presión del sistema de atención médica, mientras que los empleadores quieren evitar interrupciones en su flujo de trabajo.
Las autoridades locales también quieren limitar el uso del transporte público a aquellos que realmente lo necesitan. Para los empleados, el trabajo remoto significa un menor riesgo de contraer el virus y transmitirlo a sus propias familias.
Los costos son más difíciles de cuantificar. Varias labores simplemente no se pueden ejecutar de forma remota. Para las ocupaciones en las que quedarse en casa es una opción, el impacto en la productividad sigue siendo una pregunta abierta. Varios ejecutivos, como Jamie Dimon, de JPMorgan Chase, habían advertido en septiembre que la eficiencia se vería afectada a menos que los empleados regresaran a la oficina.
Sin embargo, la evidencia es menos negativa: si bien la productividad para algunas empresas podría verse afectada, los empleados parecen compensarla trabajando más horas. En algunos casos, la eficiencia aumenta cuando los empleados se quedan en casa.
Desafortunadamente, los confinamientos traen complicaciones adicionales. Para empezar, cuando los Gobiernos exigen que la mayoría de las personas se quede en casa, el trabajo remoto ya no es una opción para escoger el entorno de trabajo preferido, sino una obligación. Esto se vuelve aún más problemático cuando las escuelas también se ven obligadas a cerrar, ya que los padres tienen que hacer malabares con el trabajo para cuidar a sus hijos y ayudarlos con el aprendizaje a distancia.
También surge otro peligro cuando el trabajo obligatorio desde la casa se prolonga. Por ejemplo, puede ser relativamente sencillo continuar realizando las mismas tareas que realizó en la oficina desde su sala de estar. Pero, ¿qué pasará cuando sea necesario iniciar nuevas tareas o mejorar procesos, que en algún momento tendrá que suceder?
Andy Haldane, economista jefe del Banco de Inglaterra, pronunció un reflexivo discurso el mes pasado, en el que dijo que trabajar excesivamente desde casa puede tener un efecto perjudicial en dos importantes aspectos de la vida profesional: la creatividad y el desarrollo de conexiones sociales. "Podría ser que se apague la chispa creativa, se agote el capital social existente o se pierda nuevo capital social: todos estos son costos reales, costos que se esperaría que crezcan, silenciosa pero constantemente, con el tiempo", dijo Haldane. Agregó que estas desventajas reducen los beneficios del trabajo desde casa y generan dudas sobre si puede ser una solución permanente para los empleadores.
Haldane concluyó que, a medida que la pandemia retroceda, el futuro se verá como una combinación de nuestro pasado, en el que los empleados administrativos siempre estaban en la oficina, y nuestro restringido presente, en el que están confinados en casa. La esperanza es lograr cierta flexibilidad, para que las personas puedan elegir dónde trabajan mejor. Pero parece que esto tendrá que esperar hasta después del invierno.
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