Por décadas, las agencias de espionaje han tenido acceso a una tecnología aparentemente mágica conocida como SAR, o radar de apertura sintética. Un satélite con SAR puede emitir haces de radar desde el espacio que rebotan en la Tierra y luego retornan a un sensor, que reúne la información para producir una imagen inmaculada. La clave de la tecnología, lo que la separa de los telescopios ópticos de alta potencia, es que los haces pueden pasar a través de las nubes y trabajar en la oscuridad de la noche. Hacen visible lo invisible.
Una joven empresa en Palo Alto llamada Capella Space, que anunció el 9 de mayo una recaudación de 12 millones de dólares en nuevos fondos, ha descubierto una manera de crear versiones mucho más pequeñas y baratas de los satélites SAR. Si la tecnología cumple con las expectativas, pondría este tipo de imágenes a disposición de las empresas, no sólo de los gobiernos. La idea es que fondos hedge, agricultores, planificadores urbanos y otros interesados compren las fotografías para rastrear los cambios en el mundo que los rodea.
"Buscamos imágenes actualizadas cada hora de cualquier parte de la Tierra que interese", explica Payam Banazadeh, cofundador y director ejecutivo de Capella.
En Estados Unidos se comenzó a desarrollar la tecnología SAR después de la Segunda Guerra Mundial con fines militares. Lockheed Martin Corp. afirma haber construido la primera versión funcional en los años 50. Desde entonces, el radar SAR se ha mantenido en gran medida en el ámbito del espionaje y la estrategia militar. Un satélite SAR típico puede ser del tamaño de un autobús, pesar 2 mil 500 libras y costar hasta 500 millones de dólares.
Los satélites SAR son grandes y caros porque necesitan mucha energía para enviar un haz de radar a la Tierra, a 300 millas, y una gran antena para recoger la señal de retorno. Capella, en cambio, utiliza electrónica de consumo barata y potente, algoritmos de inteligencia artificial y software de control para lograr que una constelación de satélites trabaje como una unidad.
Cada satélite de Capella es del tamaño de una pelota de playa, pesa casi 100 libras y puede producir imágenes en blanco y negro a una resolución de un metro, más o menos lo que se consigue con los modelos militares. El objetivo es posicionar hasta 36 de estos satélites y hacer que monitoreen cosas como puertos, depósitos de petróleo y ciudades. Debido a que el radar ve más que una cámara, los satélites de Capella pueden detectar los niveles de humedad del suelo de un rancho y determinar, por ejemplo, si una camioneta pasó por un camino de tierra por la noche. "Verás que el suelo se compactó quizás 1 o 2 milímetros. El trayecto de ese camión se iluminará marcadamente en la imagen", dice Banazadeh.
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Planet Labs Inc. domina el mercado de los nuevos satélites de imágenes. Su red de alrededor de 150 satélites toma fotos de cada punto de la Tierra todos los días. La capacidad de tomar imágenes tan frecuentes supera cualquier cosa hecha por satélites de grado militar, y las imágenes de Planet son devoradas por gobiernos, agricultores y fondos hedge por igual. Banazadeh una vez solicitó trabajo en Planet, pero fue rechazado, lo que le impulsó a iniciar Capella y ofrecer imágenes en condiciones nocturnas y nubladas que Planet todavía no puede lograr.
Para tener éxito, Capella deberá aventajar a compañías como Airbus SE y la canadiense MacDonald Dettwiler & Associates Ltd., cuyos satélites mucho más caros dominan el mercado SAR, que vale cientos de millones de dólares al año, según Northern Sky Research.
Tim Farrar, consultor de satélites y telecomunicaciones de TMF Associates Inc., se muestra escéptico de que Capella encuentre un gran mercado para sus imágenes. "Las cosas de los satélites de radar son muy complicadas y sólo han tenido un éxito moderado", dice. "No ha habido mucha acción comercial".
Banazadeh dice que es difícil anticipar cómo podría ser un mercado comercial, toda vez que los precios de las imágenes bajo el sistema de satélites gubernamentales son mucho más altos (entre 4 mil y 8 mil dólares por imagen) que los suyos. Pero el joven de 26 años asume el desafío.
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Nacido en Irán, terminó estudiando en Houston la escuela primaria. A los 10 años fue suspendido por organizar un torneo Pokémon y su padre, ingeniero eléctrico, decidió trasladar a la familia de vuelta a Teherán. Banazadeh regresó a Houston a los 16 años y vivió solo mientras terminaba el bachillerato. Dice que pasaba la mayoría de las noches en soledad comiendo comida barata. "Comía mucho menú de dólar del McDonald's y empanadas congeladas que compraba en Wal-Mart".
Banazadeh no encajaba en la escuela y casi todos lo ignoraban hasta que su compañero de clase, Andrew Luck, ahora el quarterback de los Colts de Indianápolis, se fijó en él en una clase. "Me vio sentado en la esquina y empezó a hablar conmigo", cuenta Banazadeh. "Entonces otras personas comenzaron a hablar conmigo, y la vida se hizo mucho mejor". Banazadeh superaba a todos sus compañeros en la Universidad de Texas en Austin, donde se tituló en ingeniería aeroespacial y luego consiguió un trabajo construyendo satélites en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA.
Capella dice que lanzará su primer satélite más adelante en el año, seguido de varios más en 2018. Y confía en que su red de satélites será capaz de igualar la calidad de imagen de los modelos de 500 millones de dólares usados por el Pentágono.
"Lo que existe ahora es exclusivo y caro", indica Nabeel Hyatt, socio de Spark Capital, un inversor de Capella. "Creemos que hay un mercado masivo para estas imágenes si puedes llegar al precio correcto".