Viajes

Un Cuento de Navidad en Chicago

Ve al encuentro de esta ciudad en un viaje de ensueño entre luces, museos y una inigualable gastronomía.

Edy Robledo se despertó el 22 de noviembre con un nudo en el estómago, cuando dejó su penthouse no sólo ignoró la bella arquitectura de su ciudad, sino que además se sintió como una res camino al matadero.

Ese día, igual que todos los años, no sólo encendería las luces de la Magnificent Mille para dar inicio a las celebraciones del Festival de las Luces; sino que además recogería a su sobrina Lety en el aeropuerto, para compartir cuatro días que prometían ser intensos.

Ella es su pariente favorita además de ser su única sobrina, algo que la hace muy especial, por lo que todavía se seguía reprochando aquel minuto de debilidad del año previo cuando, al calor de un güisqui de 45 años, le ofreció invitarla a Chicago para el inicio de las fiestas.

Lety tiene 14 años, es trigueña, de ojos grandes, pelo lacio y abundante, amable, pero con una sonrisa irónica, algo que le gusta a Edy, pues la hacía diferente a otras niñas bobas de esa edad.

Luego de ir por ella al aeropuerto, fueron directamente a Millenium Park, cuando llegaron a este icónico espacio, la "Ciudad de los Vientos" hacía honor a su nombre y miles de personas soportaban las rachas heladas, con esa cara de gente ocupada de los citadinos.

La música sonaba a su alrededor y unos minutos antes las 7:00 pm llegó Lori Lightfoot, la alcaldesa, acompañada de su esposa e hijas. Ella dio la señal y se prendieron las 56 mil luces del gigantesco árbol de Navidad, junto con las luminarias de la Magnificent Mille.

Entonces la actitud de los asistentes cambió, la mayoría gritaba, se daban abrazos y dejaron entrar el espíritu de la Navidad a sus vidas.

Lety también brincaba y aplaudía, mientras su tío sufría por el inicio de la que consideraba era la peor época del año, pues muy pronto empezaría a nevar y con ello su trabajo sería más complicado.

De tradición a tradición

Aunque la tradición marca que en una visita a esta ciudad vayas a The Walnut Room de la tienda Macy´s, para comer un abundante bufete y el pot pie; Edy prefirió llevar a Lety a Tzuco, el famoso restaurante del mexicano Carlos Gaytán.

Edy también es hijo de mexicanos, hizo su fortuna en Chicago y a diferencia de la mayoría de sus connacionales, no es amante de las fiestas, ni las manifestaciones excesivas.

Así es que se sintió bien cuando entró al restaurante del primer mexicano que ganó una estrella Michelin.

Aquel sitio sobrio, donde destaca el color arena, lo regresó al ambiente de negocios donde se movía.

Lety se comió unos esquites ahumados y unas costillas; mientras que Edy no perdonó un mezcal, un aguachile tatemado y un pescado zarandeado.

Los dos compartieron un "pingüino", inspirado en un pastelillo que el chef disfrutaba cuando era niño.

El inevitable museo

Al día siguiente Lety despertó antes de las ocho, para las 10:00 am se dio cuenta que hasta ese momento su tío seguía sin dirigirle la palabra, pues estaba metido en diferentes conversaciones de negocios a través de su celular.

Le habló solo para salir y hasta que estuvo en el coche supo que iban de camino al Museo de Ciencia e Industria. Él se quedó afuera, al descubrir que la exposición temporal era sobre la Navidad alrededor del Mundo por lo que un guía llevó a la niña a los espacios más atractivos, como el submarino que capturaron las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Un par de horas después, sobrina y tío fueron al Skydeck Chicago en la Torre Willis, antes conocida como la Torre Sears, el rascacielos más alto de la ciudad.

La asistente de Edy había comprado previamente los boletos por Internet, así es que sin hacer cola llegaron al piso 103 donde se encuentran los cajones volados transparentes, los mejores para hacerse fotografías.

Lety vio el mundo de concreto debajo de sus pies y le pidió a su tío que le hiciera unos micro videos mientras se paraba de manos, para subirlos a Tiktok.

Más que un hot dog

La joven se habría conformado con un hot dog, pero su tío la llevó a almorzar a Funkenhausen, uno de los mejores restaurantes alemanes de Chicago.

Lety pidió una salchicha y un refresco, pero a la mesa llegaron hamburguesas, papas, costillas de cerdo y de postre unos pretzels con manzana horneada y nieve de vainilla.

Antes de salir fotografiaron a Ernest Hemingway la famosa cabeza de jabalí disecado enfundada en una gorra negra.

Cuando al señor Scrooge se le aparecieron los espíritus del pasado, el presente y el futuro, Lety miró de reojo a su tío para saber si estaba conmovido, pero Edy parecía impasible como siempre.

¿Qué quieres cenar? Le preguntó a la niña. "Por favor ya no me lleves a otro lugar elegante, lo que se me antoja es un pedacito de pizza", respondió Lety.

Edy le pidió al chofer que los llevara a Lou Malinati´s, una cadena de restaurantes de comida italiana donde las pizzas parecen pays y cada una lleva como medio kilo de queso.

Al día siguiente pondría a su sobrina de regreso en un avión y terminaría el maratón gastro-navideño. Los dos se subieron en la parte de atrás del automóvil y entonces Lety lo abrazó con cariño y le dijo:

"Ya sé que nada de esto te gusta, pero te agradezco que me hayas traído a Chicago y me dedicaras este tiempo".

Edy le sonrió casi orgullosamente, le correspondió el abrazo y le dijo que también la había pasado muy bien y que el próximo año recordaría con gusto aquel momento.

"Pídeme lo que quieras", añadió mientras sacaba su cartera. "Lo único que quiero es que seas feliz", le respondió la niña, y un antiácido para digerir tanta comida.

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