Año Cero

La vuelta del rey David

Después de todo tipo de barbaridad perpetrada en su contra y de siglos siendo un pueblo perseguido, Israel se armó de valor y advirtió que no se quedaría de brazos cruzados.

Nada hay que dé más miedo que la inteligencia aplicada con fines bélicos o que inciten a la violencia. Normalmente, la violencia y la destrucción han fungido como la antítesis de la inteligencia. Sin embargo, hoy el mundo está asombrado. Y lo está porque cualquiera que esté en sus cabales puede entender que todo lo que estamos viendo en los últimos meses –aunque principalmente en el último mes– es el principio del final de la forma en la que se combatían las guerras de nuestro tiempo. Antes, ‘quien a hierro mataba, a hierro moría’. Ahora, con la supremacía y con la dependencia extrema que tenemos hacia lo tecnológico; hacia el hecho de querer tener todo al alcance de la pantalla de nuestro celular, se ha creado un nuevo mundo. Un mundo que, al igual que ha modificado el significado de la paz, de la armonía y del desarrollo, también lo ha hecho con la forma en la que se libran y resuelven las guerras.

Hoy sabemos que podemos vivir con casi nada. Sin embargo, hoy también sabemos y somos conscientes de que es imposible vivir sin la ayuda de la tecnología, especialmente sin nuestros celulares. Así como pasó en la década de 1930 con la guerra civil española, la experimentación y el uso de las nuevas armas de destrucción –elaboradas por los alemanes en el resurgimiento de su nación–, lo nuevo siempre ha generado resistencia y ha necesitado tiempo para normalizarse. El uso de los bombarderos Stuka y lo que se conoció como el experimento Stuka –la prueba realizada por los nazis en territorio español con el uso de estos bombarderos que devastaron cuatro pueblos de Castellón– fue de gran ayuda para el Ejército comandado por Hitler para efectuar la invasión a Polonia y con esto dar inicio a la Segunda Guerra Mundial años más tarde. Pero más que el experimento Stuka, el mundo recordará el uso de estos bombarderos por las más de tres horas de fuego y sangre en Guernica, acontecimiento que motivó a Pablo Picasso a pintar su cuadro más desgarrador.

La blitzkrieg, también conocida como la guerra relámpago, se puso en práctica y marcha en la primera avanzada brutal que tuvo el Ejército alemán en Polonia. Hoy, cuando podemos ver que basta con hackear unos bípers para hacer volar en pedazos a una persona o con dar una instrucción a un dron, nos podemos dar cuenta que, así como la tecnología puede ser una gran aliada, también puede convertirse en nuestra condena. En la actualidad, las personas manejamos nuestra vida a través de nuestros celulares. En esos pequeños dispositivos hemos depositado gran parte de nuestra existencia, guardando las fotos de nuestros seres queridos, los datos y registros de nuestras cuentas bancarias, y un sinfín de información que, más que darnos seguridad, podría ponernos en una situación vulnerable.

En la celebración del Rosh Hashaná, que este año conmemora el año 5 mil 785, es buen momento para hacer un breve recuento del ciclo infernal que ha pasado el pueblo judío. Y no estoy hablando únicamente del ataque a su seguridad e integridad perpetrado el pasado 7 de octubre por Hamás, sino por todas las etapas de dolor y sacrificio que han tenido que atravesar a lo largo de su historia. Una historia con letras de sangre y sostenida en pilares de huesos y en la que los judíos siempre habían fungido como las víctimas del relato; sin embargo, en esta ocasión el desenlace ha sido distinto.

Esta es la primera vez que Israel no pone a las víctimas. Después de siglos de persecución, de un Holocausto y de la puesta en práctica de un antisemitismo cruel y constante, por primera ocasión Israel ha puesto un alto en esta inhumana práctica sostenida por tanto tiempo. Esta vez, a los israelíes no les tocó poner a las víctimas, enterrarlas de acuerdo con el rito y llorar por ellas. Después de todo tipo de barbaridad perpetrada en su contra y de siglos siendo un pueblo perseguido, el pueblo de Israel se armó de valor y dio a entender que no se quedaría de brazos cruzados. El mundo hizo caso omiso y, como habían anunciado, esta vez la respuesta de Israel no fue la de siempre. Y la guerra estalló una vez más y el eje del mal construido sobre el mapa de Balfour sigue latente.

Es como un moderno rey David resucitado, con el ojo de Dios viendo su mano. Hoy, la piedra que derriba al Goliat no es otra cosa que la tecnología, esa herramienta omnipresente en la que hemos cimentado el mundo contemporáneo. Si la inteligencia es más temible que la violencia –y lo es, sin duda –, debemos reconocer que estamos presenciando la primera guerra concebida, desarrollada y ejecutada a través de la tecnología.

Durante muchos años hemos sostenido la teoría de que, en algún momento entre la expulsión de los estadounidenses de Irán en 1979 y el cumplimiento de los acuerdos entre franceses y alemanes, se creó una brecha que permitió vulnerar las bases tecnológicas del Estado de los ayatolas. Hoy sabemos que no hay nada más devastador y efectivo que aislar a un pueblo. También hemos aprendido que cualquier medio de comunicación puede ser hackeado y utilizado por el enemigo. En la actualidad, la victoria no radica en robar los planos de un misil, sino en asegurar que el misil explote donde debe y no en el lugar equivocado.

Conquistar la voluntad es el primer paso para ganar cualquier guerra. Si la voluntad lo es todo y es obra de Dios, entonces el uso de la tecnología para generar fenómenos bélicos, convencer e intimidar ha sido un factor clave en este conflicto. Aún persiste la interrogante de cómo el cuerpo de inteligencia israelí logró anticipar el momento exacto en que el ahora exlíder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, estaría reunido con sus generales, haciendo posible el lanzamiento de la bomba antibúnker que acabó con el único ejército que ha demostrado la fuerza, la moral y la capacidad para competir con Israel: la milicia chiita de Hezbolá. Rodeados de enemigos –en este caso por los sunitas–, Hezbolá ha sido testigo de cómo, con una simple inclinación, un chip y una ecuación, las armas más letales pueden volverse contra sus propios creadores, como una maldición bíblica.

A partir de ahora, surge un nuevo concepto de guerra, impulsado por tecnologías que dominan esta era. Lo más alarmante es que el control del conflicto está intrínsecamente ligado al mismo espíritu y sistema que regulan el tráfico de carreteras, el funcionamiento de hospitales, el suministro eléctrico, el manejo del agua y la operación de aeropuertos. En definitiva, no podemos vivir sin la tecnología. Y, tal como van las cosas, al depender de ella, podríamos estar condenados a morir por ella.

En cualquier caso, el cambio más importante que se ha producido en la recuperación del concepto del rey David es que los débiles, los casi insignificantes dentro del número total de habitantes del planeta Tierra, después de sufrir un ataque terrorista que provocó la mayor cantidad de muertes de judíos desde los días del Holocausto, han optado por actuar de manera diferente en esta ocasión. Esta vez, los judíos han decidido no sólo seguir viviendo con el apoyo de Estados Unidos –sin el cual probablemente no existirían–, sino que han dejado claro que, pase lo que pase a partir de ahora, su lenguaje será de fuerza y no de resignación.

No hay que olvidar que los pueblos que rodean a Israel, y que son sus enemigos históricos, lo que más admiran y valoran es la fuerza. Lo que más respetan es el poder. Y lo que más les gustaría es ser ellos quienes pudieran aprobar una acción como la que, en su día, el Consejo de Ministros presidido por Golda Meir denominó la Operación Cólera de Dios. Una operación que, en pocas palabras, permitió al Estado de Israel eliminar a cualquier individuo que los ataque, mate o torture, todo en nombre de los Holocaustos pasados. Amén.

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