After Office

El SAT perdió una empleada; la marcha ganó una campeona

María Guadalupe González se escabullía de su casa todas las madrugadas para llegar a tiempo a los entrenamientos. Ya es lejano ese tiempo para la ahora medallista de oro panamericano en los 20 kilómetros de marcha.

María Guadalupe González se escabullía de su casa todas las madrugadas para llegar a tiempo a los entrenamientos de marcha. Salía sin que nadie se diera cuenta para evitar peleas con sus familiares debido al horario (5 de la mañana) y a los inconvenientes que implicaba cambiar una carrera y un trabajo por el deporte de alto rendimiento.

"A veces no tenía ni para el pasaje y le pedía a mi hermano. 'Préstame porque ya me voy', le decía. Él me daba el dinero y me salía sin hacer ruido. No quería tener un disgusto tan temprano. Quería irme bien a entrenar", recuerda la medallista de oro panamericano en los 20 kilómetros de marcha. Desde Tlalnepantla debía trasladarse al Bosque de Chapultepec, al Comité Olímpico Mexicano y en ocasiones hasta Cuemanco o Toluca.

A sus padres les preocupaba el futuro de Lupita, como le dicen, pues Leticia, su hermana cuata, y José Alfredo, el hermano mayor, ya habían terminado sus ingenierías y trabajaban. "Querían dejarme un futuro. Siempre han sido así. Fueron muy estrictos en el sentido de que si ellos llegaban a faltar en algún momento, nosotros ya tuviéramos algo con qué vivir", confiesa María, quien decidió arriesgarse en aras de mantener su sueño de llegar a unos Juegos Olímpicos y emular a Ana Gabriela Guevara, su ídolo.

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La familia

Su padre, Enrique González; su madre, María Romero, y su hermana cuata, Leticia, despidieron a la atleta antes de volar a Toronto.

Antes de involucrarse por completo (octubre 2012) en la disciplina con la que consiguió el primer lugar continental, una lesión provocó dudas en la familia. ¿Debía continuar entrenando? "Mi hermano una vez me regañó. Hasta me hizo llorar. Mi hermana siempre me apoyaba. Mi hermano, no. Él estaba preocupado por mi lesión de rodilla. Algunos médicos eran muy exagerados, decían que ya no podía correr, que cuando estuviera más grande ya no iba a poder caminar y todo eso preocupaba a mi familia; era lógico". María les insistió, demostró que podía seguir practicando y después de un breve paso por el boxeo, la marcha se hizo presente gracias a José Luis Peralta, entrenador en el Instituto Tecnológico de Tlalnepantla, donde estudió ingeniería en sistemas.

Lupita realizaba prácticas profesionales en el Servicio de Administración Tributaria (SAT) y esperó seis meses por la llamada que le daría el empleo en la dependencia. Cuando la recibió, rechazó la oferta porque el peso de sus aspiraciones deportivas era mayor. Sus padres no supieron que había declinado el ofrecimiento. Enrique González, su papá, María Romero, su mamá y José Alfredo se sentaron un día en la sala para discutir su futuro. El deporte ganó la apuesta y el respaldo prevaleció.

"Medio la regañábamos porque se desgastaba mucho y aparte tenía la escuela, pero ella lo quiso. Le dijimos que el deporte le dura dos o tres años, a lo mucho cinco, pero la universidad no. Esa terminas la carrera y es tu profesión para toda la vida", cuenta Enrique González, quien tiene 70 años y trabaja para el municipio de Tlalnepantla, específicamente como notificador en el área de tesorería.

Don Enrique empujó a que sus hijos terminaran una carrera, ya que él no pudo hacer la suya; estudió hasta la preparatoria. Toda la vida se dedicó a trabajar y afirma que el sacrificio que hace toda la familia es lo que los saca adelante.

La unión familiar fue uno de los pilares en el desarrollo de María Guadalupe. Su hermana y ella mantienen una relación muy estrecha, crecieron en la misa recámara, en la casa de Agustina Rodríguez, en la cual vivieron desde que tienen memoria. El domicilio se fue expandiendo (tres viviendas en un mismo terreno) con el paso del tiempo, donde residen primos y tíos. Agustina se convirtió en una segunda madre para María y Leticia. "Mis dos mamás. Mis motores. Todo lo que soy es gracias a su educación, sus regaños, sus exigencias, todo lo que me han dado, y también gracias al trabajo del profesor Juan (Hernández)", asegura la mujer que ahora posee el récord panamericano en 20 kilómetros de marcha (1:29:24).

Leticia asegura que deben esperar hasta el domingo para ver a María, quien ahora vive en el Comité Olímpico Mexicano para mantener a tope su entrenamiento.

"Al principio le conseguí alimentos en el COM. Nos apoyaron por mi forma de trabajar y después la interné ahí. Ya tiene terapista, siquiatra, médico, sicóloga. Tiene todo", sostiene el entrenador Juan Hernández. El preparador se adjudica la labor de persuasión para convertir en marchista a María Guadalupe y además recuerda que al principio daba dinero de su bolsillo para apoyar a la campeona que ahora es beneficiaria de la beca CIMA. "Trabajé mucho con ella para convencerla, lo bueno fue que aceptó".

Fernando Alarcón, médico encargado de la atleta, asegura que pese al desmayo en Toronto (segundo que sufre después de una competencia), María se ha recuperado y retomarán la intensidad del trabajo paulatinamente de cara al Mundial de atletismo en Beijing (22-30 de agosto).

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Constancia

A lo largo del último año, la marchista ha mantenido su tiempo en los 20 kms.

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