EDITORIAL BLOOMBERG
A poco más de un mes de la elección, la tercera vez parece ser la vencida para Andrés Manuel López Obrador. El veterano político de izquierda mantiene una ventaja dominante en las encuestas. El líder de Morena ha capitalizado el descontento público con el sistema político. Pero sus políticas son inciertas y su falta de consideración por las instituciones del país es preocupante. Los votantes tienen razón al estar enojados, pero sería sabio exigir más claridad de su candidato puntero.
El año pasado fue el más mortífero del país, con casi 29 mil asesinatos. La presidencia de Enrique Peña Nieto ha estado plagada de escándalos y encubrimientos, y sus reformas económicas no han logrado un crecimiento más rápido. Más del 40 por ciento de los mexicanos vive en la pobreza, y en las regiones más pobres del sur, la tasa es mucho más alta.
Pero las soluciones de López Obrador son vagas. Habla de una amnistía para los traficantes de drogas, sin decir lo que significaría. Su respuesta a la corrupción aparentemente es predicar con el ejemplo. La victoria en esa lucha de alguna manera pagará un gasto social ambicioso. Sus asesores tratan de aplacar los temores sobre su deseo de revertir las reformas económicas de Peña Nieto, pero el candidato no parece estar escuchando.
Su mandato al frente de la Ciudad de México sugiere que es un progresista moderado, aunque no da marcha atrás a su populismo a medida que su liderazgo se solidifica. Garantizar los pagos de cultivos, congelar los precios de la gasolina en términos reales, limitar la participación extranjera en la industria del petróleo y gas, aumentar los beneficios de las pensiones, apoyos a los jóvenes y, en general, expandir el rol económico del Estado significa problemas fiscales para un país con una creciente deuda. Igualmente alarma su punto de vista sobre la Suprema Corte, el INE y la sociedad civil en general. López Obrador dice que si gana la elección dará a los votantes la oportunidad de sacarlo del cargo cada dos años. Eso no sustituye a los controles y equilibrios, y al gobierno competente y ordenado.
El esfuerzo del PRI por restaurar su dominio casi ha colapsado en una nube de disgusto electoral. Sin embargo, pasar de un régimen de un solo partido a otro basado en una sola persona no es la forma de reparar la confianza en el gobierno. El éxito de México depende de una mayor reforma a la economía y la construcción de instituciones sólidas de gobernabilidad democrática. Los votantes no deberían exigir menos.