La administración de Donald Trump está haciendo todo lo posible para convencer al mundo de que su decisión de imponer aranceles a productos fabricados en el extranjero no es un gran problema.
Trump se ha convertido en el matón de la economía global, utilizando el inmenso apalancamiento del mercado estadounidense y los cerca de 3 billones de dólares de bienes y servicios extranjeros que los estadounidenses compran cada año para golpear a amigos y enemigos por igual a la hora de reescribir pactos comerciales y ofrecer concesiones más favorables.
El resto del mundo se ha mantenido firme, ya sea otorgando acuerdos menores o simplemente defendiéndose. La Unión Europea, Canadá y México han tomado represalias contra los aranceles de Trump, al imponer tarifas a los productos estadounidenses que van desde el queso hasta las motocicletas.
Las alianzas comerciales sanas son fundamentales para el orden económico mundial creado por Washington hace siete décadas, que sirvió como columna vertebral de la prosperidad global y el dominio político y económico estadounidense. Al socavarlos, Trump bien podría estar amenazando el liderazgo de EU.
¿Y para qué? Trump y sus lugartenientes afirman que su objetivo es hacer que el comercio sea "justo" y evitar que el resto del mundo se aproveche de la industria estadounidense y lastime a su población. Hay un núcleo de verdad en ese agravio. Algunos países han estado menos abiertos a la inversión extranjera que EU y en ocasiones han impuesto aranceles más altos u otras barreras a las importaciones.
Sin embargo, es difícil decir cuál es realmente la política de Trump. Su equipo de negociadores comerciales parece irremediablemente dividido, sembrando confusión al arrojar contradicciones. Los partidarios de la línea dura, como el representante comercial de los Estados Unidos Robert Lighthizer y el asesor comercial de Trump, Peter Navarro, parecen disfrutar de una pelea global, especialmente con China, en busca de una revisión de las relaciones comerciales de Estados Unidos. Mientras tanto, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien a menudo lideró las conversaciones con ese país, ha sido mucho más cauteloso. Las divisiones internas se han convertido recientemente en disputas abiertas. Una semana después de que Mnuchin declarara que la guerra comercial con China estaba "en espera", la Casa Blanca anunció que estaba avanzando con los aranceles. Navarro dijo que el comentario de Mnuchin era "un ruido desafortunado".
Beijing ha explotado las luchas internas del equipo Trump, elevando la perspectiva de reducir el déficit comercial, una obsesión de Trump, para eludir concesiones en áreas que considera más críticas, como sus políticas industriales, y evitar medidas más duras favorecidas por los partidarios de la línea agresiva de la Casa Blanca. Al final de la última ronda de conversaciones, el 3 de junio, fue China quien hizo las amenazas. Si Washington sigue adelante con las sanciones, todos los logros económicos y comerciales negociados por las dos partes no tendrán efecto, advirtió una declaración en medios estatales.
La lista original de demandas presentadas por la Casa Blanca a China muestra que el equipo de Trump tiene una comprensión integral de la maldad mercantilista que Beijing usa para extraer tecnología de compañías extranjeras, obstaculizar su éxito y promover sus propios campeones. Pero en la última ronda de conversaciones en Beijing, las negociaciones parecen haber degenerado en regateo sobre los términos de las compras chinas propuestas de productos estadounidenses.
El acercamiento de Trump a Corea del Sur ha mostrado tendencias similares. El mandatario se había burlado del pacto de libre comercio de su país con Seúl por ser un acuerdo "horrible" y amenazó con eliminarlo en 2017. Pero después de las negociaciones se sintió satisfecho con algunos ajustes, principalmente una cuota de exportaciones de acero coreano a EU y protección extendida para los fabricantes de camionetas pickup estadounidenses. En un informe sobre el acuerdo, Krystal Tan, economista de la firma de investigación Capital Economics Ltd., concluyó que las concesiones de Corea "harán poca diferencia práctica", pero Trump declaró que el nuevo pacto era "excelente".
Luego está la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Uno de los principales problemas es una propuesta para tener en cuenta los diferenciales de los costos laborales en el comercio de automóviles. Adoptarlo obligaría a México a subir los salarios en su sector manufacturero o sufrir aranceles adicionales en sus exportaciones de vehículos, privando efectivamente al país de su ventaja comparativa. La idea es regresar a las fábricas de México hacia Estados Unidos. Es una de varias propuestas que Claude Barfield, un investigador del American Enterprise Institute, llamó "píldoras venenosas" con la intención de arruinar totalmente el TLCAN. Trump ahora está a favor de negociar acuerdos bilaterales con Canadá y México.
Conectar los puntos en estas negociaciones comerciales revela un denominador común: política. Trump está presionando a sus socios comerciales para obtener concesiones que ayuden y protejan a un pequeño número de industrias, como las de acero, automóviles, agricultura y energía, que prevalecen en los estados que votaron por él. Otras acciones tienen el mismo objetivo. Trump quiere subir los aranceles a los automóviles importados en nombre de la "seguridad nacional", un intento transparente de obligar a los fabricantes a manufacturar más en EU. En ese sentido, sus políticas comerciales no se refieren al comercio "justo". Se trata de consolidar su base política y recompensar a sus seguidores.
La naturaleza política de los aranceles de Trump puede parecer menos peligrosa: al final, se conformará con algunos favores y no interrumpirá el orden global. Pero el costo de su enfoque es mucho más pronunciado. Lo que está haciendo es sorprendentemente similar a la forma en que se comporta China, utilizando el poder del Estado para manipular el comercio a favor de ciertos intereses especiales
Como resultado, EU se está aislando de sus propios aliados y en cambio, le ha permitido a Beijing retratar a Trump como el problema en el comercio mundial. Las autoridades chinas hicieron recientemente una gran demostración al reducir los aranceles en una gama de productos, desde indumentaria hasta electrodomésticos.
Aunque esto puede tener un impacto mínimo en las exportaciones de Estados Unidos, tiene un gran valor para pintar a Beijing como una persona adulta, con el objetivo de abrir una brecha más profunda entre Washington y sus aliados.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, EU ha defendido un orden económico basado en reglas y normas, dada la credibilidad y consistencia de su política exterior, y el compromiso de Washington de mantener este orden global. Detrás de todo esto se encontraban los principios rectores centrales: que un mundo próspero es un mundo seguro y Trump está suspendiendo todo esto. Sin el apoyo de EU, todo el orden global que ha producido tanto crecimiento y riqueza en los últimos 70 años podría desmoronarse, despejando el camino para lo que el mandatario estadounidense dice estar luchando por evitar: una China dominante y un desplome de EU.