La reforma energética ha convertido a México en uno de los prospectos costa afuera más atractivos del mundo, pero un segmento en particular no está despertando el interés de los inversionistas estadounidenses: las viejas refinerías.
Los esfuerzos de la petrolera estatal Pemex para atraer cerca de 5 mil millones de dólares que ayuden a la modernización de sus dos refinerías más grandes han sido inútiles, dijeron a Reuters dos fuentes familiarizadas con el proceso que pidieron no ser identificadas.
La empresa está buscando un socio para su refinería en Salina Cruz en el sur del país, así como un inversionista para completar la construcción de una unidad de coquización para procesar crudo pesado en su refinería de Tula, Hidalgo.
Entre aquellos que han rechazado propuestas de Pemex durante el último año se encuentran las gigantes refinadoras estadounidenses Valero Energy y Tesoro. Ambas firmas declinaron hacer comentarios.
Estas y otras compañías se frenaron por preocupaciones operacionales, políticas y de mercado, de acuerdo con las fuentes.
Ejecutivos de Pemex niegan "categóricamente" que enfrentan problemas para encontrar inversionistas. "Ha habido interés," dijo un portavoz de la empresa el jueves. "Hemos tenido conversaciones con muchas empresas cuyos nombres no podemos revelar", añadió.
Pemex ha dicho públicamente que está buscando inversiones de firmas coreanas, japonesas y chinas. La empresa contrató a Bank of America el año pasado para buscar socios potenciales.
El sector de refinación ha contribuido significativamente a las pérdidas de Pemex. Sus seis refinerías locales han acumulado pérdidas operativas anuales por alrededor de 5 mil millones de dólares en los últimos años. Los márgenes han sido duramente impactados por los precios de los combustibles -fijados por el Gobierno-, una serie de accidentes y paros no programados.
Durante años, Pemex dio prioridad a inversiones en proyectos de perforación, abandonando otras áreas. Como resultado, las refinerías construidas hace décadas para procesar crudo ligero de campos en aguas someras no pueden procesar eficientemente crudo pesado de los yacimientos actualmente en producción.
La conclusión: hoy México importa de Estados Unidos más de 60 por ciento de su consumo de gasolina y diésel, mientras que sus refinerías operan a la mitad de su capacidad.
Este desequilibrio parecería una oportunidad de negocio. Sin embargo, las refinerías de Pemex se han vuelto un tópico difícil para los inversionistas.
Algunos socios potenciales están nerviosos de las sumas necesarias para poner las plantas viejas al nivel deseado, de acuerdo con las fuentes. Además están los empleados, protegidos por un fuerte sindicato.
En promedio, Pemex usa 3,000 trabajadores de tiempo completo para operar cada refinería, el triple que en plantas de Estados Unidos con operaciones de tamaño similar, de acuerdo con cifras de Pemex y empresas norteamericanas.
"Las refinerías no son competitivas: su catálogo de productos no satisface las demandas del país", dijo Dave Hackett, consultor de energía en Stillwater Associates, en California.
Las refinerías podrían ser el mayor reto de José Antonio González Anaya, nombrado director general el año pasado, para atraer inversiones a la compañía más importante de México. El gigante petrolero ha tenido dificultades con la producción, bajos precios y una creciente deuda.
González Anaya, un tecnócrata educado en Estados Unidos, ha conseguido algunas victorias; supervisó ahorros por más de 5 mil millones de dólares el año pasado y se ha esforzado por atraer socios a proyectos de exploración y producción.
El primero de ellos, en un bloque en aguas profundas, se firmó en febrero entre Pemex, el gigante estadounidense Chevron y la japonesa Inpex.
La reforma constitucional de hace cuatro años acabó con el monopolio de casi 80 años de Pemex en el sector, pero le permitió conseguir su primera asociación en su historia. También abrió la puerta para que otras empresas operen campos.
Grandes petroleras como Exxon Mobil, Total y Statoil han ganado contratos costa afuera a través de licitaciones.
Sin embargo, modernizar el sector de refinación en México ha probado ser más desafiante.
A diferencia de la producción costa afuera, donde se puede traer nuevas plataformas y los operadores pueden tomar sus propias decisiones, las refinerías arrastran problemas.
Los inversionistas potenciales deben conformarse con la infraestructura existente, que en muchos casos data de la década de 1970, además de lidiar con intrincadas relaciones con funcionarios gubernamentales y líderes sindicales.
Durante la colocación de un gigantesco tambor de coquización, González Anaya estuvo presente, acompañado no por inversionistas extranjeros, sino por el líder del poderoso sindicato petrolero de México: Carlos Romero Deschamps, también senador por el PRI, el partido del presidente Enrique Peña.
Si los inversionistas en refinerías "son forzados a seguir el modelo de trabajo que ha usado Pemex en el pasado, claramente nadie vendrá", dijo Carlos Petersen, un analista del Eurasia Group para América Latina .
El clima político de México es otra preocupación. Por ley, Peña Nieto, quien encabezó la reforma energética, tiene un único periodo de gobierno de seis años, que culmina a finales del próximo año.
La decisión del Gobierno de abrir su industria petrolera a productores externos y vender algunos activos de Pemex recibió una fuerte oposición por parte de muchos mexicanos y políticos de izquierda. Entre ellos, Andrés Manuel López Obrador, quien actualmente encabeza la carrera presidencial hacia los comicios del 2018.
La empresa financiará la mitad de los 2 mil 200 millones de dólares que costará la primera etapa de su proyecto de coquizadora en Tula en tanto consigue socios para completarla, dijo a analistas el director del brazo industrial de Pemex, Carlos Murrieta, durante una conferencia telefónica a inicios de la semana.
Jake Fuller, analista petrolero en Houston, duda que otros proyectos de refinación de Pemex le sigan en el corto plazo.
"Sería un cambio monumental", dijo Fuller, experto de IHS