En el zodiaco chino, 2016 será el año del mono de fuego, el cual se supone trae grandes riesgos para los negocios y la economía. Incluso el ateo Partido Comunista chino debe prestar atención a esta advertencia celestial. En términos de poder adquisitivo la economía china ha superado a la de EU y ahora es la mayor del mundo después de décadas de espectacular crecimiento. Pero también está creciendo a su ritmo más lento desde la masacre de Tiananmen en 1989.
Ahora queda muy claro, incluso para los observadores más optimistas, que el modelo de crecimiento chino basado en la inversión, impulsado por el crédito, de grandes exportaciones y de fabricación a bajos costos ha llegado a su fin. Los optimistas señalan que gracias a la magia del crecimiento compuesto, una expansión de un 5.6 por ciento en los próximos cinco años sería igual a un 8.6 por ciento durante los últimos cinco años y a un 11 por ciento en la pasada década. También apuntan a la evidencia de un muy anticipado cambio de la fabricación y la industria pesada hacia los servicios y el consumo conforme el crecimiento chino comienza a depender menos de la minería y más del sector de servicios. Una inspección más detenida de los datos ofrece un panorama más preocupante.
La mayor parte del crecimiento en el sector de los servicios desde 2014 ha sido en los bienes raíces y los servicios financieros; en otras palabras, la economía real continúa desacelerándose incluso mientras la flexibilización de la política monetaria ha inflado nuevas burbujas de activos. En 2015 el mercado de valores de Shanghái duplicó su tamaño antes de colapsar espectacularmente durante el verano. Los dirigentes chinos, a quienes durante mucho tiempo se les atribuyeron poderes sobrenaturales de gestión económica, en un principio vitorearon la burbuja mientras crecía y luego trataron de desafiar la gravedad económica criminalizando las ventas de acciones, imponiendo restricciones comerciales y embarcándose en un programa masivo de compra de acciones.
Todo aquello no funcionó y la élite del partido terminó el año luciendo menos capaz como dirigente de la economía de lo que se ha visto en décadas. A pesar de seis recortes de las tasas de interés desde noviembre de 2014, la inversión ha continuado disminuyendo. Las víctimas más evidentes han sido los precios de los productos básicos a nivel mundial y las economías exportadoras de productos básicos como Brasil y Australia. La demanda china de carbón disminuirá este año en su mayor cantidad en 15 años, el acero en su mayor cantidad en 20 años y el cemento en su mayor cantidad en 25 años.
El alivio no llegará pronto, sobre todo porque a China le tomará años digerir el exceso de capacidad y la deuda que acumuló en el auge de la construcción y de la inversión desde la crisis financiera global. La mayor parte de la inversión se financió con deuda de los bancos estatales y la deuda total de China con relación al PIB sigue aumentando, incluso después de una épica acumulación que ha convertido a China en una de las economías más endeudadas del mundo.
Las reformas reales son necesarias y deben incluir, en primer lugar, una resolución clara para permitirles a las compañías deficitarias en las industrias con exceso de capacidad irse a la quiebra. Después debe ocurrir la desintegración de las empresas estatales infladas y sus posiciones monopolistas en muchas industrias importantes seguida de una verdadera evaluación del alcance de los préstamos incobrables en el sistema bancario estatal.
Y finalmente, el partido comunista debe revertir su represión autoritaria sobre la libertad de expresión de todo tipo. El clima de temor que invade el entorno académico, los medios de comunicación y la sociedad en general significa que a los líderes chinos solamente se les dice lo que quieren oír.
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