Hace como un año un amigo consiguió un gran puesto dirigiendo una empresa de mediano tamaño. Unas pocas semanas después de comenzar, almorcé con él y me dijo que estaba pasando por un malísimo momento. La mitad de su personal era mediocre, la cultura era soporífica y, aunque había concebido un plan para cambiar las cosas, no estaba nada seguro si iba a funcionar.
La semana pasada nos reunimos otra vez y le pregunté cómo iba todo.
¡Estupendamente!, me dijo. Todo va bien.
Lo felicité por haber puesto todo en forma tan rápidamente. Me dio una mirada extraña y dijo que hasta ahora lo único que había cambiado era él mismo. Él se había dado cuenta de que lo primero que hay que hacer como jefe ejecutivo es aprender a mentir. O si no mentir exactamente, por lo menos nunca dar voz a cuatro verdades básicas.
La primera regla es nunca admitir que no estás disfrutando tu trabajo.
Cuando estás a cargo no puedes decir que estás luchando o estresado o que tienes cualquier tipo de sentimiento negativo sobre el trabajo. En vez, tienes que insistir en que el trabajo es estimulante y va bien y que estás totalmente en control.
La segunda verdad que no se debe decir es que no te gusta alguien en la organización. "El director de mi junta es un idiota", es algo que se piensa con frecuencia pero que nunca se puede decir. Mucho menos menospreciar a alguien que trabaja para ti.
Tercero, hablar mal de la empresa está totalmente fuera de lugar. Eres responsable por ella y por todos los que trabajan allí y tienes que ser su principal animador en todo momento, por poco natural que esto parezca.
En esa situación se encontraba John Cryan la semana pasada al insistir vehementemente que Deutsche Bank era "absolutamente sólido como una roca".
De acuerdo con los estándares de los jefes ejecutivos bancarios, Cryan no tiene pelos en la lengua — se atrevió a decir en noviembre que su bono no le motivaba a trabajar más duro — pero aún él tuvo que tomar parte en el "juego de confianza"; los bancos son sólidos como una roca sólo cuando la gente cree que lo son.
Solamente hay dos ocasiones cuando es posible decir algo negativo: cuando uno puede echarle la culpa a su predecesor (y entonces es temporada de caza) y cuando uno tiene algo bajo la manga para mejorar las cosas. Pero aún así es peligroso.
Cuando Stephen Elop comparó a Nokia con una plataforma en llamas, dijo la verdad, algo que se necesitaba para asustar a los empleados para que entraran en acción; pero fue un desastre. Las cosas siguieron empeorándose hasta que finalmente Nokia fue sacado de apuros por Microsoft cuando compró su departamento de teléfonos móviles.
Lo último que mi amigo ha aprendido a no decirle a nadie es que no está seguro. Como jefe ejecutivo uno no puede decir: "Estamos haciendo esta adquisición/reestructuración/reducción de costos pero no estoy totalmente seguro si va a funcionar". En vez, hay que presentar cada iniciativa como un juego de niños.
No solamente está prohibida la duda sobre la estrategia sino que dudar de sí mismo también está descartado. Aunque todos los jefes ejecutivos admiten en privado sentirse afligidos por las dudas — y los que no lo admiten son los que nos preocupan — nunca deben decir: "No sé si estoy listo para esto" por miedo a ser interpretado literalmente.
Posiblemente estas cuatro verdades prohibidas se le pueden confiar a un cónyuge comprensivo a altas horas de la noche, pero no es prudente ir más lejos.
Cualquier señal de no disfrutar, o duda, o falta de fe en la empresa o sus individuos se toma como el equivalente de admitir que uno no está capacitado para el cargo.
Cuando regresaba al trabajo se me ocurrió que su lista no estaba completa. Hay un tabú más y durante nuestro almuerzo él lo había roto exhaustivamente.
La quinta cosa que un jefe ejecutivo nunca puede decir es: "Mi trabajo significa que a veces tengo que mentir y fingir".
Hay sólo un criterio aceptable de lo que se necesita para ser un gran líder, y ése es que hay que ser honrado consigo mismo y con los otros en todo momento.
Esto simplemente no es verdad. Un jefe ejecutivo puede sólo darse el lujo de ser honrado hasta cierto punto. De hecho, el alcance de la honradez es tan restringido que el puesto no es apropiado para alguien quien, como mi amigo, es demasiado adicto a decir lo que piensa.
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Financial Times