Las expectativas no eran altas para la reunión del pasado fin de semana de jefes de estado de las economías desarrolladas del Grupo de los Siete en Canadá. Sin embargo, el resultado fue peor de lo que casi nadie habría podido imaginar. Al final, habría sido mejor si el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hubiera cumplido su amenaza y se hubiera negado a asistir a la cumbre. Tal como fueron las cosas, criticó furiosamente a los países que deberían ser sus aliados, sugirió que el grupo se debería expandir para incluir una autocracia sanguinaria, y llevó sus amenazas de un conflicto comercial a un nivel aún mayor.
Al aislarse tanto, Trump ha decidido categóricamente hacer del G7 un G6 más uno. Un foro que solía funcionar como comité directivo de la economía mundial ahora es simplemente otro campo de batalla para la descarriada guerra comercial del presidente.
En realidad, hay muy pocas otras cosas que los otros miembros del G7 podrían haber hecho — y podrían hacer ahora— de manera diferente. Fracasaron semanas de paciente diplomacia por parte de los otros miembros del grupo, especialmente de los anfitriones canadienses, para convencer a Trump de apoyar, al menos en principio, la necesidad de resistir el proteccionismo comercial.
Los intentos de enfrentar los hechos no dieron resultado. El presidente repitió una vez más sus delirios de que EU está siendo engañado por sus socios comerciales, incluyendo la extraña acusación de que la UE es un bloque proteccionista que discrimina las exportaciones estadounidenses. En realidad, en promedio, los aranceles de la UE son aproximadamente los mismos que los de EU.
En los últimos 18 meses, algunos miembros del G7 también han intentado la vía del encanto, aprovechando la enorme necesidad egoísta de reconocimiento personal de Trump. Emmanuel Macron llegó incluso a arriesgar su propia popularidad personal al invitar a Trump a las celebraciones del Día de la Bastilla del año pasado en Francia. Pero el presidente francés no pudo sacarle a Trump un compromiso para reincorporarse al acuerdo de París sobre el Cambio Climático, ni siquiera para desviarlo de su rumbo de colisión con la realidad en el tema del comercio.
Trump claramente no respeta al G7 en lo absoluto como un club de democracias de economías desarrolladas. Al contrario, rompió con el consenso después de la anexión de Crimea, y quiso invitar a Rusia a que volviera unirse al grupo. En efecto, EU se ha descontrolado bajo Trump.
Algunos han sido encomiablemente valientes al seguir adelante sin EU. Japón revivió el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), después de que Trump lo anulara. Canadá, junto con México, se ha enfrentado a EU en sus intentos agresivos y errados de reformular el TLCAN. La UE no ha sido tan impresionante, pues algunos estados miembros jugaron con la idea de ofrecerle a Trump un acuerdo comercial de productos industriales que probablemente nunca fructificaría.
Esos esfuerzos nunca tendrán la eficacia de un esfuerzo global coordinado mientras China no respalde con acciones concretas sus oportunistas conversaciones multilaterales. El mismo día que la UE autorizó debidamente los aranceles compensatorios contra EU por sus bloqueos a las importaciones de acero y aluminio, también se sintió obligada a llevar un caso contra Beijing ante la OMC por robo de propiedad intelectual.
En cambio, el G6 y otros países afines deben unirse siempre que sea posible para resistir el proteccionismo; intentar eludir a Trump mediante la firma de acuerdos comerciales que excluyan a EU; y mantener el aparato de cooperación mundial lo más funcional posible para cuando, con suerte, la cordura regrese a la Casa Blanca. Este fin de semana se mostró un mundo en desorden, donde EU ha abdicado de sus responsabilidades. El resto del mundo debería extraer las debidas consecuencias.
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