La concordancia de opiniones más sorprendente de este año ha sido el aumento de un consenso en EU en contra de China. Éste abarca a la Casa Blanca y al Congreso de Donald Trump; a los republicanos y a los demócratas; a las empresas y a los sindicatos; a los globalistas y a los populistas. Tal vez EU esté en guerra consigo mismo en casi todo lo demás. Pero se está uniendo en el sentimiento de miedo con respecto a China.
Enfrentarse a Beijing es el único asunto en el que los demócratas suelen estar a la derecha de Trump. "Ellos nos necesitan más de lo que nosotros los necesitamos", dijo el verano pasado Chuck Schumer, el líder demócrata del Senado, alabando las tarifas punitivas impuestas a China por el presidente.
El próximo año pondrá a prueba la declaración de Schumer. Incluso si Trump establece una tregua con Xi Jinping, el líder de China, cuando se reúnan el mes próximo, las empresas transfronterizas están haciendo planes como si una guerra comercial más amplia fuera a continuar. Los anteriores entusiastas estadounidenses a favor de la integración estadounidense-china, como Hank Paulson, prevén una "cortina de hierro económica". Otros hablan de una "nueva guerra fría".
Es difícil disentir.
Trump, respaldado por un nuevo consenso en Washington, quiere que Xi desmantele su "Hecho en China 2025", una de las campañas claves de Xi. Una 'retirada' por parte de Xi destruiría su autoridad a nivel doméstico y anularía los objetivos de seguridad nacional de China. Si él estuviera de acuerdo en hacerlo, sería impactante.
Como resultado, 40 años de convergencia entre EU y China están comenzando a desmoronarse. Es difícil exagerar la importancia estratégica de este cambio. Desde que se normalizaron las relaciones en 1979, EU ha respaldado el surgimiento de China en el escenario mundial. Con una o dos pausas, particularmente después de la masacre de la Plaza de Tiananmén en 1989 y de la tensión relacionada con el estrecho de Taiwán en 1996, EU mantuvo su fe en el destino de China como un socio cada vez más abierto y menos autoritario.
EU creía en una relación "mutuamente beneficiosa". Barack Obama incluso intentó crear un mundo informal "G2" en el que se resolverían los grandes problemas en conjunto. Él fue rechazado. Actualmente, China es menos abierta y mucho menos libre que cuando Obama asumió el cargo.
La perspectiva ahora ha cambiado a la de "uno gana y el otro pierde". Es fácil distraerse con las bravatas de Trump. En un momento, él acusa a China de violar a EU. En el siguiente, él habla con envidia de que Xi sea "presidente vitalicio". Detrás de los altibajos emocionales de Trump yace una consistente línea dura. Cuando él titubea, sus críticos lo atacan.
La semana pasada, él dio a entender que pudiera poner en libertad a Meng Wanzhou —la directora de finanzas de Huawei que se está enfrentando a una extradición de Canadá— a cambio de concesiones por parte de China. A él también se le ha criticado por haber suspendido, a principios de este año, las sanciones impuestas a ZTE, el otro gigante de las telecomunicaciones de China. Tanto Huawei como ZTE están acusadas de ser ramas del Estado de seguridad nacional de China. De cualquier manera, las reglas normales de la globalización se están desintegrando. A las empresas hay pocas cosas que les disgustan más que la incertidumbre.
Esto está creando dos efectos. El primero es la desvinculación económica. Después de años de rápido crecimiento, la inversión de China en EU se está reduciendo rápidamente. De 56 mil millones de dólares en 2016, ha caído a menos de una cuarta parte de eso en 2018. Las barreras impuestas por EU al acceso chino están aumentando cada día.
Por lo tanto, la estrategia tecnológica de China está pasando de la adquisición extranjera a la sustitución de importaciones. Las cadenas de suministro globales están empezando a fragmentarse. China está acelerando la "indigenización" de los microchips, de la tecnología de aviación y de la robótica.
Los halcones comerciales de Washington creen que China es como Japón: eficiente en la fabricación de las cosas que EU ha inventado. Si están equivocados, sólo están acercando el día en que China emule la innovación estadounidense. Si tienen razón, pasarán años antes de que se haga evidente.
El segundo efecto es que otros países se están viendo obligados a tomar una decisión indeseada. En un mundo en el que uno gana y el otro pierde, hay que estar ya sea de parte de EU o de parte de China.
La mayoría de los países preferirían nunca tener que enfrentarse a este dilema. Algunos, como Japón y Singapur, están tomando precauciones al tratar de acercarse a ambos. Otros países, Rusia en particular, han elegido a China.