Unos 50 mil rayos cayeron sobre el Reino Unido en un periodo de 12 horas la semana pasada, conforme las tormentas azotaban partes del norte de Europa. Alrededor de 100 registraron una potencia de más de 100 kiloamperios, 10 veces la habitual. Uno de esos superrayos cayó en el aeropuerto londinense de Stansted aproximadamente a las 2 a.m. del domingo, haciendo explotar un panel de control y bloqueando todo el sistema de reabastecimiento de combustible de aeronaves durante más de seis horas.
En medio de las cancelaciones y de los retrasos resultantes, los pasajeros no podían excusar al aeropuerto. Pero Stansted se había preparado. Su red de reabastecimiento funciona con líneas de combustible dobles, con sistemas de alimentación dual, con bombas múltiples y con varios sistemas de control. La resiliencia, me dijo un portavoz, estaba "integrada en el diseño", pero no lo suficientemente como para absorber el 'caso único' de ese rayo, la metáfora original de todo lo que parece ser muy poco probable que suceda. Hasta que pasa.
La resiliencia solía ser de baja prioridad, excepto entre los especialistas y las personas que trabajaban para empresas de funcionamiento continuo, como los servicios de agua. Generalmente se deslizaba al final de la agenda para todos los demás. Yo recuerdo haber asistido a frecuentes reuniones del comité de continuidad empresarial neoyorquino del Financial Times (FT) a principios de la década de 2000, pero sólo después de que los ataques del 11 de septiembre violentamente despertaron a todas las empresas y a todos los residentes de Manhattan al hecho de las potenciales deficiencias de sus planes de contingencia. Durante un tiempo, nosotros tuvimos nuestro propio plan de resiliencia familiar, completo con puntos de encuentro de emergencia predeterminados y con suministros de cinta para ductos, de agua embotellada y de alimentos enlatados.
Asimismo, fue necesario que ocurriera la crisis financiera para galvanizar a numerosos bancos, reguladores y gobiernos para que pensaran en cómo responder a, y cómo protegerse contra, unas amenazas previamente inimaginables. El número de referencias a los términos "resiliencia" o "resiliente" en el FT se mantuvo en aproximadamente 600 inmóviles menciones entre 2005-06. Esta cantidad más que se cuadruplicó alcanzando 2 mil 700 menciones de los términos, reflejando el pánico, entre 2008-09, el pico de la crisis, y no ha vuelto a disminuir mucho desde entonces.
La resiliencia también se ha extendido desde los edificios portátiles de los directores de operaciones con cascos protectores y botas con puntas de acero, a los programas de maestrías de negocios y a las escuelas primarias. Los niños de cinco años actualmente se incorporan a las clases de resiliencia para mejorar su bienestar, su confianza y su salud mental general. A los ejecutivos se les entrena para que logren tener la resistencia de un buey, la determinación de un marine y la mentalidad de Serena Williams.
Toda esta preparación para la incertidumbre y para el cambio es, por supuesto, positiva. Pero también es más fácil que resolver algunas de las presiones más amplias que hacen que la capacitación en materia de resiliencia sea esencial.
Roger Martin, del Instituto Martin para la Prosperidad, culpa parcialmente a nuestra obsesión con la eficiencia. Él acepta que la eficiencia ha hecho que las economías sean más productivas, ha reducido la pobreza y ha mejorado el nivel de vida. Pero, comentó él durante un desayuno en Londres la semana pasada, también se ha convertido en "el dios que adoramos irreflexivamente".
Tomemos el caso de la recolección de basura en EU, la cual, con el tiempo, pasó a concentrarse bajo la operadora más eficiente: la compañía Waste Management Inc. (WMI) del fallecido Wayne Huizenga. O tomemos el caso de las almendras: como resultado de la consolidación, 80 por ciento de ellas actualmente se producen en un solo valle californiano. Tales monocultivos son frágiles y vulnerables a las calamidades, ha opinado el Prof. Martin. Una mala gestión pudiera acabar con WMI; el mal tiempo pudiera destruir la cosecha de almendras.
Él también aboga por una mayor resiliencia a nivel corporativo: mejores trabajos, mayores salarios y más personal. Después de que British Airways sufriera un disruptivo fracaso de su tecnología de la información después de una falla eléctrica hace un año, yo me referí a dos tipos de redundancia: una implica reducir el personal y la otra aumentar los recursos para asegurar, entre otros beneficios, que las compañías tengan suficiente holgura para hacerles frente a los trastornos ocasionales.