Financial Times

¿Se está acabando la suerte de la humanidad?

La mayoría de los occidentales viven hoy bastante bien, contrario a la creencia popular. Sin embargo, tal y como lo indican los eventos de este mes, nuestra racha de buena suerte probablemente no perdudará. En este punto es convencional clamar por la “sostenibilidad”.

Estaba yo en una gira de cinco paradas en ciudades holandesas la semana pasada cuando me puse a pensar: esto es la humanidad en su máxima expresión. Ningún pueblo, en ninguna otra parte, ha vivido mejor. La mayoría de los centros de las ciudades eran magníficos, habiendo evitado destrucción alguna durante siglos.

Los ciclistas pasaban entretenidos por delante de las terrazas de los cafés. La única inconveniencia la constituían las calles rotas, conforme se renovaba una infraestructura que ya estaba en muy buenas condiciones.

El contraargumento instintivo sería que yo estaba observando a elitistas distantes de la realidad mientras que las personas comunes tenían dificultades. De hecho, los históricamente igualitarios Países Bajos se han vuelto aún más igualitarios en términos de la distribución del ingreso desde la década de 1990.

Y no son sólo los holandeses quienes son especialmente afortunados. Incluso en el extremadamente desigual EU, el ingreso mediano de los hogares es la respetable cantidad de 59 mil 39 dólares.

Desde un punto de vista histórico, y contrario a la creencia popular, la mayoría de los occidentales viven hoy bastante bien. Hemos tenido 72 años de paz y prosperidad (que algunos ahora denominan como el "fracaso de la élite"). Sin embargo, tal y como lo indican los eventos de este mes, nuestra racha de buena suerte probablemente no perdurará. No voy por ahí con un cartel que diga "El fin del mundo está cerca", pero ahora podría ser un buen momento de vender en corto los futuros humanos.

Sólo considerando las amenazas que conocemos, el número de desastres naturales se ha más que cuadruplicado desde 1970, según la publicación The Economist. Las recientes inundaciones y huracanes, desde India hasta Houston, son la nueva normalidad. El cambio climático se agravará, pero, de todos modos, es sólo una de numerosas crisis naturales crecientes.

El Centro de Resiliencia de Estocolmo ha declarado que también hemos cruzado los "límites planetarios" de la biosfera: los cambios inducidos por el hombre en los ecosistemas ocurren actualmente con la mayor rapidez de la historia. Eso importa incluso a quienes no son ecologistas, porque cuando una especie se extingue, otras que dependen de ella le siguen. Los ecosistemas decaen, algunos tipos de nutrición se vuelven escasos y los riesgos para la humanidad aumentan. Pero la aburrida ciencia no atrae la atención de los medios.

En este punto es convencional clamar por la "sostenibilidad", pero, francamente, no va a suceder. La humanidad casi seguramente no se volverá 'verde' a tiempo. El Acuerdo de París, aunque se mantenga, no es suficiente. Recordemos la "ley de hierro de la política climática" formulada por Roger Pielke Jr. de la Universidad de Colorado: en cualquier opción dada entre perseguir el crecimiento económico o reducir las emisiones, el crecimiento gana.

Seguro, la energía renovable representa el futuro, pero también quemaremos todos los combustibles fósiles restantes. Los holandeses se han protegido de las inundaciones, pero Houston y Dhaka no lo harán.


Mientras tanto, para 2050 probablemente habremos agregado casi tres mil millones de seres humanos al planeta, principalmente en países pobres y cálidos. A modo de comparación: en 1960 toda la población mundial era de sólo tres mil millones. El geógrafo holandés Ewald Engelen citó una estimación de que "necesitaremos más comida en los próximos 40 años que lo que han sido todas las cosechas de la historia combinadas".

Es probable que podamos producirla, pero no llegará a la mayoría de los malienses o de los etíopes, así es que un mayor número de ellos se trasladará al norte.

Nuestra mejor opción para enfriar el planeta puede ser el "invierno nuclear" que se supone seguirá a una guerra nuclear. La semana pasada descubrimos tardíamente que el oficial soviético Stanislav Petrov había fallecido.

Él es el hombre que decidió en 1983 no lanzar misiles nucleares a pesar de una alarma que mostraba (erróneamente) que EU acababa de iniciar un ataque. Posteriormente Petrov le comentó a la BBC que había sido cuestión de suerte que él, con su educación civil, estuviera trabajando en su turno. Sus colegas, él explicó, eran "todos los soldados profesionales" entrenados para obedecer órdenes.

De hecho, Petrov fue sólo uno de varios funcionarios que salvaron al mundo de una guerra nuclear, declaró Dan Plesch, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. "Sólo estamos aquí porque unos seres humanos en varias ocasiones se negaron a seguir los procedimientos de alerta y de lanzamiento nucleares". La gente se preocupa por los pequeños dedos de Donald Trump posados sobre el botón, pero, de hecho, estas decisiones se toman a menudo, y en cuestión de minutos, por anónimos funcionarios desde sus cubículos.

El estadista estadounidense Dean Acheson, al referirse a la crisis cubana de 1962, dijo una vez que la única razón por la que no había terminado en una guerra nuclear había sido "pura suerte". Según Benoît Pelopidas de Sciences Po en París, eso se ha convertido en un punto de vista ampliamente compartido.

Actualmente hay más Estados nucleares que nunca, casi todos desarrollando sus arsenales, e incluso agregando "miniojivas nucleares". Plesch comentó: "La idea de que alguien puede decir, 'Aquí tenemos un arma nuclear que sólo tiene 300 toneladas del equivalente en TNT' produce ciertas tentaciones".

Burlarse de un dirigente vano, temperamental y con armas nucleares no es lo que enseñan en el curso introductorio de negociación de rehenes, pero es lo que ahora está haciendo el presidente de Corea del Norte, Kim Jong Un. Dados los individuos participantes, este enfrentamiento es probablemente más peligroso que la crisis cubana.

Los futuros historiadores que estén mirando los restos de nuestra civilización -incluyendo nuestros mensajes de Facebook- se preguntarán por qué estábamos todos tan enojados.

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