Para tener éxito, el primer paso es no conocernos bien a nosotros mismos.
Durante años, el movimiento de la inteligencia emocional nos ha estado diciendo lo opuesto; que el autoconocimiento es vital para lograr cualquier cosa. Nunca ha habido mucha evidencia para apoyar lo anterior, pero suena bien, y por lo tanto todo el mundo confía en ello. Sin embargo, incluso la más ligera noción del mundo de los negocios sugiere lo contrario. Durante las últimas tres décadas he conocido a un gran número de hombres de negocios de alto nivel, y no puedo dejar de notar que lo único que la mayoría de ellos tienen en común es que no parecen conocerse a sí mismos en lo absoluto.
La semana pasada me encontré una investigación que respalda mi corazonada de que el autoconocimiento no es tan bueno como pretende ser. Zenger Folkman, una consultoría de liderazgo, ha llevado a cabo un gran trabajo de investigación en el que comparó lo que 69 mil líderes piensan de sí mismos con lo que sus equipos — 750 mil personas en total — piensan de ellos. Se encontró poca correlación entre cómo los gerentes valoran sus propias habilidades y cómo otros las valoran, lo cual es precisamente lo que yo habría esperado.
Pero lo siguiente fue más sorprendente. Las personas exitosas, como siempre lo he pensado, creen en sus propias exageraciones. La mayoría de los directores ejecutivos son bastante buenos, pero tienden a pensar que son geniales. Justo el otro día vi a uno de los grandes nombres de la banca mundial disertar sobre el escenario como lo haría alguien que ofrece sabiduría extraordinaria, ajeno al hecho de que estaba lanzando una banalidad pomposa tras otra sobre la gran y aburrida audiencia que lo miraba fijamente.
Sin embargo, según la investigación, los gerentes que afectuosamente creen en sus propias cualidades excepcionales se encuentran entre los de peor desempeño. Son los que se subestiman quienes resultan ser los mejores en sus empleos. Y mientras más se subestiman, más los valoran otras personas, y mejor trabajo realizan.
Cuando se piensa en ello, tal vez esto no resulta tan sorprendente. Es el efecto Bill Nighy.
Hace unos años entrevisté al actor británico quien pasó los 90 minutos diciéndome lo mucho que le preocupa ser inútil. Cuando acabó la entrevista, incluso comenzó a preocuparse por haber sido inútil en la entrevista, tanto, que al día siguiente se presentó en las oficinas del Financial Times con el propósito de repetir toda la entrevista. ¿A dónde lo ha llevado tanta preocupación? Lo ha llevado muy lejos: lo ha ayudado a convertirse en uno de los mejores actores de cierta edad en Gran Bretaña, y el resultado es que todos los que lo entrevistan, lo aman.
Me di cuenta hace mucho tiempo de que la única manera de ser regularmente bueno como columnista es estar bastante seguro de que en el fondo eres débil. De hecho, mientras más seguros estemos de nuestra debilidad, más nos esforzamos, y por lo tanto mejor será el trabajo que produzcamos.
También me di cuenta más recientemente que uno de los problemas del envejecimiento es que a pesar de que técnicamente podamos habernos vuelto un poco mejores en el trabajo, existe el peligro de que dejemos de creer en nuestra futilidad con el mismo fervor. Cuando esto sucede, empeoramos en el trabajo.
Nuestro autoconocimiento ha aumentado, pero también ha aumentado nuestra complacencia. Sabemos que podemos hacerlo. Hay menos razones para esforzarnos. Cualquiera que ya no se preocupe por ser inútil está rápidamente en camino a serlo.
Si el primer paso hacia el éxito es decirnos a nosotros mismos que somos inútiles, esto plantea una pregunta. Cada estudio sobre la diferencia entre hombres y mujeres muestra que las mujeres son genios cuando se trata de pensar que ellas son basura. En cuyo caso, ¿por qué no les va mejor? ¿Por qué no todos los mejores líderes son mujeres?
La respuesta muestra el principal inconveniente de subestimarnos a nosotros mismos; nos sacamos de la carrera. Ya que temer que seremos malos en realizar una tarea es una sensación dolorosa, la forma más segura de hacer desaparecer el dolor es negarnos a hacer la cosa en cuestión.
Sheryl Sandberg ha instado a las mujeres a ignorar la voz interior que dice: "Yo no soy lo suficientemente buena para esto". Pero esa voz no es una enemiga, es una amiga. La respuesta es escuchar esa voz a toda costa y recordarnos frecuentemente que el dolor de sentirnos inútiles es precisamente lo que garantizará que nunca lo seamos.
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