Hace ya algunos años, cuando Andrés Manuel López Obrador era jefe de Gobierno, conversaba con alguien que entonces era funcionario de la Secretaría de Hacienda. A unos pasos estaba su secretario de Finanzas, que a la sazón era Arturo Herrera, el tercero y último que ocupó esa posición.
El hoy presidente de la República le dijo al funcionario hacendario, señalando a Herrera: "¿Cómo ves? Nosotros también tenemos a nuestros tecnócratas. Pero los nuestros sí son buenos".
López Obrador tiene esa convicción, no sólo de Herrera, sino desde luego de Carlos Urzúa, quien, en el Gobierno de la capital, fue por un tiempo jefe de Herrera, como ahora lo es.
En ellos ha delegado una de las tareas más complejas del arranque de la administración: evitar que la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco fuera a producir una tormenta financiera.
El desafío no es nada sencillo. Hay un antes y un después de la cancelación de Texcoco.
El último día hábil antes de conocerse los resultados de la consulta sobre el aeropuerto, el dólar se cotizaba en 19 pesos con 36 centavos. Ayer por la tarde, estaba en 20 pesos con 54 centavos.
No es el único factor, pero sí el más importante en la desconfianza que se produjo después de la consulta y sus resultados.
De hecho, en los tiempos de la luna de miel del entonces presidente electo con los inversionistas, por allí de la primera semana de agosto, la cotización de la divisa norteamericana se ubicó en 18.45 pesos.
Es decir, la desconfianza ya costó poco más de dos pesos en el precio del dólar.
Urzúa, y en particular Herrera, como el operador de la estrategia relativa a los bonos del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, está hoy en un pulso con los inversionistas.
Como él mismo lo comentó en entrevistas, la estrategia de recompra de los bonos no fue improvisada ni ocurrencia. Está calculada y fue medida.
Seguramente sabía que algunos de los tenedores más importantes de títulos la iban a rechazar.
Hubiera sido sorpresivo que la celebraran y que acudieran en masa a perder varios centavos por cada dólar invertido.
Así no actúan los inversionistas. Tienen que poner la pierna dura y reclamar.
Saben que el gobierno de AMLO tiene más que perder en este proceso y ellos van a buscar minimizar sus pérdidas.
Herrera sabe igualmente que el gobierno requiere jugar con frialdad y no caer en el pánico, pero tampoco ser suicida.
El desenlace de este proceso modulará una parte importante de la relación que existirá entre el gobierno y los inversionistas, por lo menos en la primera etapa del gobierno de López Obrador.
El acertijo no es sencillo y es de riesgo elevado.
Los tenedores de bonos representados por el despacho Hogan Lovells tampoco se cierran la puerta. En su comunicación de ayer, señalaron que están en disposición de dialogar con las autoridades mexicanas en lugar de simplemente rechazar la oferta de recompra.
López Obrador ni entiende de estas complejas negociaciones de mercados financieros ni le interesa meterse en ellas. En contraste, confía plenamente en sus tecnócratas (así los llamó él hace tiempo), como en Herrera.
Como le he dicho y lo reitero, nos conviene a todos que el equipo hacendario tenga un desempeño exitoso en esta compleja gestión, ya que al mismo tiempo tiene que negociar el Presupuesto y en general el Paquete Económico del próximo año… por si fueran pocas las tareas.