Estrictamente Personal

El doblete de Zaldívar

Con su renuncia a la Corte, Arturo Zaldívar perdió la pensión como ministro, pero ganó viabilidad política transexenal.

La reacción de la prensa sobre la renuncia de Arturo Zaldívar a la Suprema Corte de Justicia fue abrumadoramente negativa por la forma, y porque la acompañó su ingreso al equipo de campaña de la virtual candidata presidencial Claudia Sheinbaum 120 minutos después de difundida. La profecía autorrealizable de que era parte del proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador se cumplió, y pese a algunas discrepancias en el camino, Zaldívar fue un ministro orgánico del Presidente, impulsado por el Presidente y al servicio del Presidente.

Su renuncia sorprendió en la Corte, donde se enteraron de ella por su anuncio en las redes sociales, pero tampoco extrañó: estaba aislado e identificado por sus acciones como incondicional de Palacio, junto con las ministras Yasmín Esquivel y Loretta Ortiz. Zaldívar, con un protagonismo mucho más determinante que el de ellas, jugó un papel clave durante la primera mitad del sexenio, participando en juntas estratégicas en Palacio Nacional sobre casos paradigmáticos, como el crimen contra los normalistas de Ayotzinapa, o participando en las mesas de judicialización creadas por el exconsejero jurídico Julio Scherer, para definir a qué personas que le estorbaban al Presidente se iba a perseguir judicialmente.

Zaldívar justificó su salida aduciendo que su ciclo había terminado en la Corte, que en realidad acabó cuando no pudo reelegirse en la presidencia y dejó de ser cabeza del Poder Judicial. Norma Piña, quien lo relevó, realizó una purga contra todo lo que oliera a él, aumentando la mala vibra contra él en Pino Suárez por su cercanía insana con López Obrador. A Zaldívar, que siempre ha refutado estas aseveraciones, nunca pareció importarle esa percepción. Su ambición era más grande, y por los servicios prestados ahora, por partida doble, podrá cobrarlos más adelante.

El primero fue para López Obrador, que desde hace un par de semanas ordenó una estrategia para fortalecer la campaña de Sheinbaum al tiempo de buscar distractores para que la devastación de Otis en Acapulco y Guerrero saliera del escrutinio público. La renuncia logró el objetivo. La prensa se volcó a interpretar la renuncia, soslayando la desgracia. López Obrador anunció el martes que por la tarde iría al puerto con el gabinete para evaluar los trabajos de reconstrucción, de lo cual no hubo una sola fotografía ni información, y nadie reparó en ello. Al mismo tiempo, al sumarse al equipo de Sheinbaum, le inyectó adrenalina a una campaña que palidecía.

El segundo servicio se lo hizo a Sheinbaum. Aunque hará un trabajo de gabinete preparando una iniciativa de tribunal constitucional –la gran reforma al Poder Judicial que tanto anhela López Obrador–, Sheinbaum, virtual candidata presidencial, tiene en Zaldívar una ficha de negociación y presión ante el fiscal general Alejandro Gertz Manero, con quien está enfrentada. Gertz Manero no la soporta, y el sentir es recíproco. Sheinbaum ha buscado que el Presidente lo releve del cargo y que pueda iniciar su gobierno –con la confianza de que ganará la elección presidencial– con un nuevo fiscal. López Obrador la ha escuchado, pero no ha dado ninguna señal de que esté listo a ceder.

Gertz Manero se ha convertido en una figura de gran influencia en el Presidente, no tanto como fiscal, sino como un operador político que ha adquirido, por sus consejos a López Obrador y acciones, más poder. El fiscal ha blindado jurídicamente a los hijos del Presidente, por petición de él, pensando en el séptimo año de gobierno, pero también ha asumido, con el aval de López Obrador, funciones que le competen a la secretaria de Gobernación, Luisa María Alcalde.

No obstante, ahí entra la figura de Zaldívar, quien ha negado públicamente su deseo de ser fiscal general –aunque todavía en diciembre pasado en su equipo aseguraban que ese sería su destino–. La reiteración de Zaldívar de que no aspira el puesto de Gertz Manero no debe verse como algo definitivo –el exministro ha demostrado que sabe mentir–, aunque no necesariamente como un destino manifiesto. El exministro, recordemos, es experto en triquiñuelas.

Su renuncia fue inconstitucional, pues de acuerdo con el artículo 98 constitucional, sólo procede por “causas graves”. Pero la ley no importa. El Presidente la aceptó y lo turnó al Senado para su aprobación, como sucedió cuando el ministro Eduardo Medina Mora fue forzado a dimitir. Al renunciar, podría esgrimir que queda libre para ocupar un cargo público, porque no se inscribe en la prohibición del artículo 101 durante los primeros dos años de retiro. Difícilmente forzará las cosas, y podrá trabajar en el gabinete de Sheinbaum durante un año y ser encargado de despacho otro más, si la virtual candidata logra deshacerse de Gertz Manero.

Zaldívar también abrió espacios de maniobra a López Obrador y a Sheinbaum. Le regaló al Presidente una ministra más suya en la Corte, porque su periodo habría terminado el 15 de diciembre del próximo año –al igual que el del ministro Luis María Aguilar–, cuyas ternas serán propuestas por su sucesora. De esta manera, López Obrador podría incorporar en la terna a Ernestina Godoy, la fiscal de la Ciudad de México, que está enfrentando muchos obstáculos para reelegirse en el cargo, y dejar el lugar para Omar García Harfuch, en caso de que por paridad de género le quitaran la candidatura al gobierno de la Ciudad de México.

Esto no deja de ser una mera especulación, pero sirve para mostrar todos los alcances de la renuncia del exministro, que ha actuado una vez más con inteligencia estratégica. Zaldívar tiene tiempo de haber recortado su descrédito en un sector de la opinión pública, pidiendo consistentemente que lo juzguen a partir de los razonamientos en sus votos en la Suprema Corte, no por percepciones, y jugó una apuesta calculada. Al irse de la Corte, ya no participará en futuras decisiones que, casi por definición en el tribunal que encabeza Piña, enfrentarán al Presidente. Le regaló al Presidente el gran distractor que urgía para salirse de Acapulco, y a Sheinbaum le entregó un arma cargada contra el fiscal. Cierto, perdió la pensión como ministro, pero ganó viabilidad política transexenal.

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