En menos de cinco minutos, Margarita Zavala redefinió, en Tercer Grado, su futuro político. Se bajaba de la campaña presidencial, anunció, y prepararía la construcción de un movimiento cívico, para empezar, después del 2 de julio. Ese día, había dicho, todos nos levantaremos a trabajar. Pero esa mañana, la siguiente a la elección presidencial, el país ya no será el mismo. Su edificio lo pintó Zavala durante su conversación, transmitida anoche, al mostrar un país donde la política está quebrada, sin valores ni referentes, con un pragmatismo salvaje, donde no importa el pasado y la historia, sino la hiperventilación de la ambición por la conquista del poder por el poder.
Margarita Zavala logró la mejor articulación de su discurso desde que arrancó su precampaña presidencial, y recuperó la esencia del panismo liberal y de valores, en el pensamiento de John Stuart Mill del bien común, y de la filosofía de Karl Popper, donde el poder de las ideas se impone a las ideas del poder, que se contraponen rotundamente, como sugirió, a la podredumbre política que puebla el paisaje de la política mexicana. Se bajó de la contienda, explicó, como producto de una reflexión sobre lo real y lo posible. Hace un año, en las encuestas de preferencia electoral, era la única que regularmente aparecía por encima de Andrés Manuel López Obrador. Hoy, está permanentemente encajonada entre el cuarto y el quinto lugar.
Ella no cambió. Lo que se modificó fue el contexto. No pudo contender por la candidatura del PAN, que era su plataforma natural, porque el proceso se subvirtió y se alteraron los procedimientos democráticos que habían existido en ese partido para designar a sus candidatos. Fue tan grande el agravio para ella, que renunció al PAN, mostrando uno de los síntomas de la fractura estructural en ese partido que la afectó a ella, pero que también impactó negativamente en las aspiraciones presidenciales de Ricardo Anaya. La contradicción de lo que ha sucedido en esa institución, la más vieja de los partidos políticos mexicanos, es que su esposo, el expresidente Felipe Calderón, mantiene su militancia en el PAN. Ese antagonismo no ha sido resuelto todavía.
Zavala sabía que no podía competir en términos objetivos con sus adversarios. El proceso era profundamente inequitativo. Antes de arrancar las campañas, dijo, era la única que derrotaba a López Obrador. Eran los tiempos, recordó, en que el PAN se perfilaba como el ganador de la elección presidencial en 2018, pero una aplanadora la arrolló. El conductor de la máquina que la aplastó era Anaya, que fue sembrando víctimas y enemigos dentro de ese partido. Apostó por una candidatura independiente, pero entendió que las candidaturas independientes se crearon para que no se lograran. No había manera de estar en iguales condiciones que Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade y Anaya. Por cada 23 spots que le dieron como candidata, mencionó, sus rivales tenían dos mil 800. El propio Instituto Nacional Electoral demoró tres semanas en abrirle la cuenta para recibir fondos federales y más tiempo aún para las transferencias electrónicas.
El actual acuerdo institucional electoral, dijo, no sirve y tiene que ser reformado. Asimismo, el sistema de partidos, con esa amalgama de adhesiones pragmáticas, también estalló. Las adversidades institucionales se combinaron con lo que ella llamó "paquetes electorales", donde los tres principales partidos fueron sumando a los pequeños y a todos quienes se les quisieran sumar. Esto provocó que la contienda se polarizara, que se topó con un nuevo obstáculo: al no existir en la ley electoral la segunda vuelta, al final la lucha será entre dos, y aunque no lo planteó de esta forma, corría el riesgo de que sus propios simpatizantes votaran por uno de esos dos candidatos, vaciándola por completo de respaldos. Este escenario habría sido el peor para el futuro de su vida política, con una derrota que la iba a perseguir permanentemente.
Margarita Zavala recortó sus pérdidas, tan inteligente como inesperadamente, al anunciar su retiro de la campaña cuatro días antes del segundo debate presidencial. El pensamiento convencional apuntaba a que esa posibilidad podría darse después del debate, no antes, pero después de explicar sus razones, su reflexión y sus denuncias sobre lo que existe hoy como sistema de partidos y arreglo institucional, dejar la competencia la revalora políticamente y le da una fuerza moral que difícilmente podría haber reclamado la próxima semana. Su posicionamiento en Tercer Grado lo fundamentó en la ética como política y la responsabilidad que tenía para con sus seguidores, que cuando habló de ellos en el programa y del proceso de introspección al que se sometió para llegar a esta decisión –"la de mayor valor en mi vida"–, estuvo a punto de quebrarse emocionalmente. Lo real y lo posible, en las condiciones actuales, hacía imposible su sueño.
No cometió el error de declinar por un candidato, que habría borrado el coraje de su decisión. Lo cierto, señaló, es que el 2 de julio todos nos levantaremos e iremos a trabajar. Pero ese día será muy diferente. El combo de partidos hará estallar probablemente el sistema de partidos que ha hecho funcionar al sistema político durante casi 40 años y la pérdida de referentes ideológicos generará un vacío. El sistema electoral, donde los contribuyentes aportaron 12 mil millones de pesos para las campañas, tampoco puede seguir vigente. Es un insulto nacional lo que se ha construido.
Zavala piensa luchar para cambiar todas esas cosas. La renuncia le dará un primer empuje de salida, pero el camino sigue siendo muy largo.