Mucho se ha hablado de la posibilidad de que en la elección del 1 de julio se rompa la racha de 21 años, periodo en el que el presidente de la República no ha tenido mayoría en el Congreso de la Unión. Quién sabe qué pasará al respecto, pero por si las dudas hay quien llama a votar dividido, a mantener esa bonita tradición.
Es más segura, sin embargo, la ruptura de otra tradición, esa de que en la Ciudad de México gobierna un partido distinto al que se asienta en Los Pinos, como ha sido la constante también, precisamente, desde 1997, año en que ganó la capital el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
Si las tendencias reflejadas hasta hoy en las encuestas se mantienen, será la primera vez en la era moderna en que resulten electos ocupantes para los dos palacios del Zócalo provenientes de la misma organización política.
La ciudad de México conmemora este año el 50 aniversario del movimiento del 68, fecha de una ruptura entre sectores de la capital y el poder presidencial (por ejemplo, nunca más un presidente de la República pudo considerar a CU territorio a su alcance).
Demos un salto hasta 1985, cuando tras el terremoto vino la incapacidad del gobierno federal para atender adecuadamente la tragedia, y el surgimiento de movimientos sociales y ciudadanos que reivindicaron derechos e interlocución específica. De ese venero surge parte de la gran fuerza de la campaña del ingeniero Cárdenas en el 88 y, por supuesto, de lo que luego sería el Partido de la Revolución Democrática.
La Ciudad de México le subió al reclamo de dejar la condición de tutelaje a la que era sometida mientras tuvo como gobernante a un regente, cosa que desde hace 21 años quedó rota. Esto además se tradujo en otro fenómeno: desde Cárdenas, el jefe de Gobierno de la capital fungió, toda proporción guardada, como un polo de poder diferente al del primer mandatario. Ayudó en eso la trayectoria de Cárdenas y su nueva aspiración presidencial, la diferencia entre las personalidades de Fox y López Obrador (y el choque del burdo desafuero), y la reticencia siquiera al saludo de Ebrard con Calderón, luego de la polémica elección de 2006. La excepción que confirma la regla es el periodo de Miguel Ángel Mancera, cuando hasta de guardacoches del presidente la hicieron.
Todo lo anterior es el apretado preámbulo a la duda de qué pasará ahora si se confirma que Claudia Sheinbaum y AMLO ganan sus respectivas elecciones.
La primera es dueña de una carrera propia en el plano académico, pero su trayectoria política está ligada eminentemente a la del tabasqueño.
¿Cómo será la interlocución entre ambos? ¿Pretenderá López Obrador la subordinación de la capital (sus proyectos, sus dineros, sus rejuegos de poder) a su agenda nacional? ¿Qué cosas resistirá Claudia y cuáles cederá ante López Obrador?
Después de Salinas de Gortari hemos tenido presidentes poco afectos, o poco presentes en la Ciudad de México. Zedillo estaba demasiado ocupado con el error de diciembre como para exponerse en apariciones públicas a un reclamo por aquella crisis; AMLO no le dejó espacio a Fox, éste siempre prefirió su rancho en Guanajuato; Calderón ni en sueños pisaba la capital luego del 'fraude', y Peña Nieto es de Toluca para allá.
El Peje sí tiene vida chilanga y ha ejercido el poder aquí. ¿Qué pasará con la capital si gana el exjefe de Gobierno? ¿Cuál será la nueva manera del viejo modo contestatario de los chilangos ante el poder presidencial si su gobernante local también es de Morena? ¿Seremos la sede nacional de la cuarta no sé qué? ¿O el foco de debate sobre lo que falta por avanzar con el presidente o a pesar de él?