Flojos a la hora de mostrar algo de creatividad, malquerientes de López Obrador han reciclado consignas en contra del exjefe de Gobierno de la Ciudad de México. Si gana El Peje, suena por ahí otra vez, yo me voy de México (o me quedo en el extranjero, si ya ando en el Mundial).
La broma clasista encierra una más de las muestras de la indolencia de las élites –y de quienes sin serlo anhelan los privilegios de éstas– frente a una nación que ha visto, por décadas, a cientos de miles exiliarse pues los triunfos del PRI o del PAN, que para el caso es lo mismo, nunca procuraron condiciones dignas para la subsistencia.
A esa cauda denigratoria se sumó otra versión de clasismo, una que en las redes sociales pedía votar por aquel presidente que no dé pena imaginarlo en una gira internacional.
De lo anterior y de cosas por el estilo se han llenado las campañas, incluidas, por supuesto, las de la contraparte: denuestos y excesos retóricos de Andrés Manuel y no pocos de sus colaboradores y partidarios.
Ellos, los de Morena, también han cultivado la polarización y el clasismo, este último mediante esa dimensión que se pretende como superioridad moral: ustedes los ricos.
Para muestra está la del viernes, cuando luego de que el diario Reforma insistiera en que existe una factura por 58 millones de pesos ligada a una publicación de Morena, López Obrador publicó en Twitter este mensaje: "El Reforma, como emblema de la prensa conservadora, fifí, no es capaz de rectificar cuando difama, como lo hizo ayer con el supuesto pago de Morena de 58 millones. En su código de ética no importa la verdad, sino los intereses y la ideología que representan. Mejor seamos libres".
Es cierto que el trabajo en cuestión de Reforma incurrió en errores (dijo que había una investigación del INE que no existe), pero hay elementos del mismo que se sostienen: existe en el sistema del SAT una factura ligada al partido de López Obrador por 58 millones, aunque los de Morena aseguran que es errónea y mostraron documentación de que sólo corresponde a 58 mil pesos.
Dado que no tenemos un gobierno creíble y menos imparcial, toca a las audiencias, a los ciudadanos pues, juzgar los méritos de los argumentos de las partes. Esa es una excelente noticia. Ni los políticos ni los medios de comunicación tenemos posibilidad alguna de monopolizar la información o la conversación pública.
Sin embargo, quien podría ganar la elección presidencial el domingo tiene mayor responsabilidad a la hora de consolidar, y no socavar, el espacio del debate.
A la prensa crítica, incluidos sus excesos, se contesta con argumentos, no con clasismo. La gente sabrá valorar quién habla con credibilidad y quién miente.
La parte que más preocupa del tuit de López Obrador es su remate, ese donde tras tundir a Reforma por "los intereses y la ideología que representan" enarbola: "Mejor seamos libres".
¿A qué se refería el candidato? No se puede ser libre en una sociedad donde no hay prensa crítica. No hay democracia sin prensa libre. Libre, incluso, de acoso retórico, normativo o económico desde el poder. De eso ya tuvimos demasiado con el peñismo.
A unos cuantos días de la elección, toca a López Obrador fijar un nuevo tono, un nuevo discurso, uno que deje atrás al candidato rijoso e inaugure la eventualidad presidencial.
Si las tendencias se confirman ganará el domingo. Cuando falta nada para eso, urge que no le dé la razón a los profetas (René Delgado dixit). Urgen señales de temple y serenidad, de sentido de conciencia sobre la alta responsabilidad que le podría ser depositada. Señales de que tiene claros los límites en la contención, en palabras y actos, que ganar le impondría.
Desde ya, la nación requiere de él una actitud presidencial. Respeto a actores que no piensan como él, a sus críticos y a la prensa. Mesura personal, y críticas y deslinde de los excesos de los suyos.
Eso es, ni más ni menos, lo que merece la democracia mexicana, alguien con estatura presidencial.